JOSÉ WOLDENBERG
Con la muerte de Jorge Carpizo no solo desaparece un buen amigo, sino un hombre de Estado probo, un político responsable, un académico siempre sugerente.
Como rector, Carpizo encabezó un loable esfuerzo por poner al día a la mayor y más importante universidad del país. Primero presentó un diagnóstico de la institución, "Fortaleza y debilidad de la UNAM" (1986), y luego convenció al Consejo Universitario para que aprobara una serie de medidas que tendrían un impacto positivo en el desempeño de la UNAM. Incapaz de navegar con la inercia, Carpizo planteó una auténtica reforma. Vale la pena recordarla por aquello de la amnesia colectiva: elección directa y secreta de los consejeros universitarios y técnicos, impartición de cursillos optativos sobre hábitos de estudios, determinación de una bibliografía básica por materia, reforzamiento de las tareas de orientación vocacional, publicación masiva de antologías, intensificación de cursos de formación docente y otras más. Además, había un listado de temas que debía ser modulado por los Consejos Técnicos de facultades y escuelas: revisión y actualización de los planes de estudio, de la política de investigación, establecimiento de fórmulas que aseguraran el cumplimiento del personal académico. No obstante, dos medidas que afectaban privilegios, la abolición del pase automático para aquellos estudiantes que no hubiesen obtenido un promedio mayor de 8 y no hubiesen concluido sus estudios en tres años y el aumento en el pago de inscripción a los cursos de maestría y doctorado, desataron un masivo movimiento estudiantil que frustró aquel intento reformador. Sigo pensando, como ayer, que fue uno de los momentos más tristes de la izquierda universitaria.
Como ombudsman. Durante los años setenta, al calor de la guerra sucia desatada desde el gobierno en contra de los agrupamientos guerrilleros (y no solo contra ellos), se violaron de manera sistemática los entonces innombrados derechos humanos: detenciones arbitrarias, torturas, desaparecidos, ejecuciones extrajudiciales, procesos viciados, ensombrecieron al país. Por ello surgieron organizaciones que clamaban contra la represión, por la presentación de los desaparecidos, por el castigo a los responsables de esas violaciones a las garantías individuales. Esa ola desembocó en la formación de agrupaciones cuya bandera fundamental fue el respeto irrestricto a los derechos humanos. Pues bien, cuando desde el gobierno se entendió que era necesario atender esa ingente tarea, el presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, encomendó esa responsabilidad a Jorge Carpizo. Se convirtió así en 1990 en el primer ombudsman del país. Su gestión resultó sobresaliente y todavía se recuerdan aquellas recomendaciones al Ejército, tan necesarias y tan difíciles.
Como secretario de Gobernación. Como sabemos, el 1o. de enero de 1994 el EZLN se levantó en armas. Las elecciones estaban en curso y el país entero se cimbró con las proclamas y las armas zapatistas. En esa incierta circunstancia el Presidente nombró como secretario de Gobernación a Jorge Carpizo. Un hombre sin filiación partidista que podía tener interlocución abierta con las distintas fuerzas políticas. Uno de sus encargos fundamentales fue el de tratar de llevar a buen puerto aquellos comicios y siempre supo que la única forma era a través de un diálogo permanente y serio con los representantes de los diversos partidos. Mañana, tarde y noche convocó a reu-niones, escuchó reclamos y propuestas, suspicacias y temores fundados, y a todos intentó dar respuesta. En unas cuantas semanas logró acuerdos para revisar la idoneidad de los funcionarios del IFE, auditar al padrón electoral, alcanzar mayor acceso de los partidos a los medios de comunicación. Y además fue capaz de diseñar a 100 por hora una nueva reforma electoral que supuso una nueva estructura del Consejo General del IFE, la multiplicación de facultades para los observadores electorales, la apertura para que pudieran ver nuestros comicios "visitantes extranjeros", la entrega de la lista nominal de electores a los partidos, la inclusión de un capítulo de delitos electorales en el Código Penal que llevó a la creación de una fiscalía especializada en la materia. No enumero todas las medidas y reformas, solo subrayo la vocación para forjar acuerdos, para construir transparencia, limpieza y equidad. No excluyo su intempestiva renuncia que a todos dejó perplejos y preocupados y de la que por fortuna se arrepintió a tiempo, pero en el balance general hay que subrayar su capacidad para construir confianza con los instrumentos que le son propios a la política: el diálogo y la negociación.
Como autor. De entre sus decenas de libros y artículos destaco solo uno: la disección de El presidencialismo mexicano (Siglo XXI. 1978), más completa y pedagógica de cuantas se hayan escrito.
Mi primer encuentro con él fue en "bandos" no solo diferentes sino enfrentados: él era abogado general de la UNAM, yo sindicalista.
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