jueves, 5 de abril de 2012

LA PEDAGOGÍA POLÍTICA DE JORGE CARPIZO

CIRO MURAYAMA RENDÓN

Para quienes han formado parte de la Universidad Nacional en las últimas cuatro décadas, así como para aquéllos que han participado o seguido la política nacional en los 20 años más recientes, la figura de Jorge Carpizo es un referente obligado. En las responsabilidades que ocupó, pero sobre todo en las decisiones que adoptó y en las causas que impulsó, el doctor Carpizo imprimió el sello particular de sus compromisos éticos y convicciones políticas.

Hacia mediados de la década de los años 80, Carpizo fue designado rector de la UNAM después de haber sido abogado general, director del Instituto de Investigaciones Jurídicas y coordinador de Humanidades. Al frente de la UNAM, Carpizo constituyó un equipo de jóvenes funcionarios -como él, rebasaban apenas los 40 años de edad- e impulsó un profundo diagnóstico de la institución masificada en que se había convertido la Universidad. Sin concesiones, sin autocomplacencia, presentó "Fortaleza y debilidad" y, con base en ese documento, propuso un primer paquete de reformas que, entre otras cosas, limitaba el pase automático del bachillerato a la licenciatura, introducía los "exámenes departamentales" -evaluación equivalente para los alumnos del mismo grado y asignatura-, reducía el número de exámenes extraordinarios que se podía presentar por estudiante y actualizaba el reglamento de pagos.
La aprobación de tales reformas despertó una fuerte reacción juvenil, más antiautoridad que antiautoritaria, en un momento marcado por las secuelas de la crisis económica de la deuda, todavía en un régimen político autoritario, que devino en la mayor movilización estudiantil en el país desde 1968.
El rector Carpizo aceptó la realización de un diálogo público con los estudiantes, que fue transmitido en vivo por Radio Universidad. Después, cuando quienes participábamos en el movimiento estudiantil decidimos iniciar una huelga en la UNAM, Carpizo convocó al Consejo Universitario derogando las reformas y aceptando la realización de un Congreso Resolutivo. En esos años, aún de partido hegemónico, de prensa mayoritariamente pro-oficialista, cuando no habían ocurrido siquiera las primeras elecciones federales competidas, Jorge Carpizo aceptó dar marcha atrás a su proyecto reformador y avanzar por la senda, el Congreso Universitario, que se le había planteado desde la oposición. Fue una autoridad que cedió, en un México que hoy parece remoto pero en el que la tradición, precisamente autoritaria, consistía en no ceder jamás sino en cooptar o reprimir. Carpizo se desmarcó de tal tentación autoritaria aun cuando hubo de paralizar el proyecto de reforma universitaria en el que creyó. Antepuso la responsabilidad política a la convicción personal, un gesto inusual en la vida política mexicana de entonces y de hoy.
Cuando finalizó su periodo como rector, Jorge Carpizo anunció que no se presentaría de nuevo al cargo, honrando su convicción antirreleccionista. Al abandonar la rectoría, Carpizo se concentró en otra causa que le distinguirá: la promoción y defensa de los derechos humanos. Fue, así, creador y primer presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. También, por un breve periodo, se desempeñó como ministro de la Suprema Corte y, al dejar esa responsabilidad, renunció a la pensión vitalicia que el Poder Judicial le concedía, subrayando así el carácter austero y honesto que le distinguió como servidor público.
Cuando al inicio de 1994 la vida política del país se convulsionó con el levantamiento zapatista y la incertidumbre se extendía de forma negativa sobre la realización de las elecciones de ese año, Carpizo tomó las riendas de la Secretaría de Gobernación. En consecuencia, se convirtió en el primer presidente del Instituto Federal Electoral encargado de organizar una elección presidencial. Carpizo habló con los partidos políticos, con miembros de la llamada sociedad civil organizada, con todos los actores políticos relevantes para asegurar a unos y otros que el proceso electoral se desarrollaría sin dados cargados y que los votos valdrían y se respetarían. Lo consiguió, haciendo sus herramientas indispensables el diálogo, la persuasión, el cumplimiento puntual de cada compromiso que adquiría en las negociaciones, haciendo respetar la palabra empeñada.
Tras aquella misión, literalmente de Estado democrático, Carpizo fue embajador en Francia y, luego, retornó a sus actividades académicas en la UNAM, que lo nombró investigador emérito. Desde ahí, siguió impulsando sus causas.
En el México autoritario que Carpizo contribuyó a entender con sus aportaciones académicas (fue pionero en hablar de las facultades metaconstitucionales del presidencialismo en México), él fue uno de los funcionarios que dedicó su energía y capacidad para construir el puente hacia un régimen plural de partidos. Es uno de los hombres clave de la transición de fin del siglo XX.
Dos temas, en los últimos años, ocuparon la atención intelectual de Carpizo: la erosión ética y moral de la vida política y del servicio público por un lado, y por el otro la necesaria expansión del cumplimiento de los derechos sociales en un país caracterizado por la desigualdad.
Con su importante legado, Carpizo nos deja también una agenda para construir un futuro compartido deseable.

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