jueves, 12 de abril de 2012

LA VIRTUD DE LAS ELECCIONES

JOSÉ WOLDENBERG

Lo mejor de las elecciones son las propias elecciones. Y no se trata de una tautología. El solo hecho de que se lleven a cabo auténticos comicios es una "gran cosa", precisamente porque no parece una gran cosa. Se trata de un procedimiento aparentemente rutinario que tiene un enorme significado. Escribo "en apariencia" no porque no sea una rutina, sino porque no tenemos más de 15 años de contar con elecciones competidas, libres y equitativas.
Las elecciones son una construcción civilizatoria, el único método que permite la coexistencia y competencia de opciones políticas no solo diferenciadas sino incluso enfrentadas. Se trata de la fórmula que permite la substitución de los gobernantes sin derramamiento de sangre (Popper); que presupone que la diversidad política es un capital que debe ser preservado y que es menester edificar un cauce para su expresión; que intenta construir un puente entre gobernantes y gobernados -así sea frágil y momentáneo-; que permite el ejercicio amplio de las libertades; que desata adhesiones, esperanzas, energías sociales; que nos obliga a vivir y convivir con los otros, en el entendido que esos otros tienen una existencia legítima.
No obstante, nuestras elecciones transcurren acompañadas de desprecio, distancia crítica e incluso sorna (por lo menos en el mundo de la opinión publicada). Como si produjeran un halo de malestar que les fuera intrínseco y que impide observar lo sustantivo y apreciarlo. Cuatro fuentes -creo- alimentan esas reacciones.
A) Los que ven en ellas una fórmula insípida, incolora, aburrida de cambio político. Quienes desearían métodos más vigorosos, coloridos, incluso traumáticos y dramáticos de transformación. Quienes ensueñan cambios revolucionarios, absolutos, radicales; o quienes en nombre de un orden que flota en sus cabezas no desecharían las asonadas o los golpes palaciegos. Y tienen razón: las elecciones se encuentran en las antípodas de esas fórmulas de mutación política porque sus premisas se encuentran a kilómetros de distancia de toda idea redentorista. Hay que decir, sin embargo, que esas posiciones son declinantes, que no tienen ni la fuerza ni la implantación de la que gozaron en el pasado, y que hoy tenemos un gran consenso político en el método electoral. ¿Entonces qué?
B) A quienes les parece muy poca cosa las elecciones porque no son capaces de resolver los "verdaderos" problemas del país. Ni la desigualdad, ni la falta de crecimiento, ni la delincuencia, ni la violencia intrafamiliar, ni la sudoración de los pies son resueltos por las elecciones. Y en efecto. Tienen razón. Lo que sucede es que las elecciones -y en general la democracia- están diseñadas para solucionar dos problemas específicos pero cruciales: el de la coexistencia de una pluralidad de opciones políticas y el de ofrecer una vía institucional y pacífica para nombrar y remover a gobernantes y legisladores. Creo que el problema número uno de México es el de su oceánica desigualdad, pero estoy convencido que para atender esa profunda falla estructural es mejor tener elecciones que no tenerlas. Y lo mismo se puede decir del resto de los temas. No sobra decir que las campañas son el mejor momento para que los diagnósticos y propuestas de los partidos -es decir, las soluciones a los problemas- logren captar la atención y el apoyo de los ciudadanos.
C) Hay quienes abominan de las elecciones porque no están de acuerdo con algún o algunos de los eslabones del proceso. Todos los hemos oído y leído. Que si son muy caras, que si duran mucho, que si los spots resultan insoportables, que si se vulnera la libertad de expresión porque no se puede comprar publicidad, que si el IFE es un elefante blanco, y sígale usted. Ven un árbol cucho y no aprecian el bosque. A diferencia de las dos anteriores, en este caso no se expresa un desacuerdo con las elecciones, sino solamente con alguna(s) de sus caras. Bueno, pues en estos casos todo está a discusión. Dado que no existe un modelo electoral único y de exportación, muchos de los eslabones se pueden rediseñar, tomando en cuenta que todo es perfectible.
D) Pero quizá la fuente de malestar más extendida sea que a muchos no les gustan los competidores. Son como aquellos fans del futbol que no están dispuestos a ver un juego entre Altamira y Celaya, pero que prenden la televisión para embriagarse con un encuentro entre el Barcelona y el Real Madrid. Son a los que no les gustan los partidos y candidatos que aparecen en la boleta, que quisieran otros. Pues bien, para ello debe existir una solución: volver a abrir las puertas para que aquellas corrientes políticas o grupos organizados que no se identifican con ninguna de las ofertas existentes puedan generar sus propias agrupaciones y participar en elecciones. Desandar el camino que la legislación ha transitado en los últimos años y que consiste en elevar los requisitos para que nuevas organizaciones puedan obtener su registro como partidos políticos. Que aquellos que quieran participar puedan hacerlo.

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