lunes, 2 de abril de 2012

INSTANTÁNEAS, DE JORGE CARPIZO

RICARDO BECERRA LAGUNA

Para Doña Mari, Quiterio E.

1.- Conceder, corregir, rectificar. En los años ochenta, una autoridad de enorme peso –el rector de la Universidad Nacional- da muestras de flexibilidad y apertura hasta entonces desconocidas en el basamento piramidal del autoritarismo mexicano. 

Si bien el Rector Jorge Carpizo y su Secretario General, José Narro Robles, catapultaron una reforma de enorme alcance, por “obvia resolución”, lo que ocurrió a continuación fue un aprendizaje negociador de esas mismas autoridades, inédito para la política de entonces.  
A pocos días de la emergencia tumultuaria del movimiento estudiantil, la Rectoría de la UNAM anuncia la formación de una Comisión para escuchar en directo las demandas de los estudiantes. Luego, realiza una serie de propuestas que mitigan el rigor de su reforma. Los estudiantes las rechazan y Carpizo vuelve a ofrecer una salida: una comisión conjunta para hacer cambios a sus iniciativas… no es suficiente. Días más tarde, Rectoría acepta el diálogo público en el auditorio Che Guevara en formato simétrico y paritario: estudiantes frente a sus autoridades, a micrófono abierto con transmisión en vivo de Radio UNAM. Todo un espectáculo, en igualdad y libertad.
A la mitad de los diálogos públicos, la rectoría vuelve con otra propuesta: suspender el aumento de cuotas y bajar a 7 la calificación para el tránsito del bachillerato a licenciatura. El movimiento había crecido en fuerza y radicalismo y vuelve a negarse al intento de conciliación. Estalla la huelga misma que se resuelve 15 días después con la derogación total de la reforma y el compromiso de organizar un participativo Congreso Universitario para reformar la UNAM. Y no sólo eso: el rector se compromete a “hacer suyas” las resoluciones de ese evento.           
Para la sabiduría política de entonces –autoritaria, granítica y cortesana- las decisiones de Carpizo habían sido una inadmisible muestra de debilidad e impericia. Pero en mi opinión, eran justamente lo contrario: una autoridad que había aprendido, dispuesta a incursionar en deliberación y negociación abiertas, que no repetiría una tragedia (el 68 y su matanza todavía rondaba por la cabeza de aquellos universitarios) y sobre todo, un político que había comprendido que aquellas multitudes de estudiantes, movilizados en su contra, expresaban las primeras reacciones de la exclusión estructural e irritación social que para entonces, comenzaban en el país de la mano de la novísima política económica y cambio de modelo.   
Como participante de aquellos hechos, mi recuerdo no es el de una burda autoridad intransigente, sino el de un conciliador consistente que intentó desplegar un amplio y sincero esfuerzo para reformar la UNAM.
2.- Seis años después, como Secretario de Gobernación, Jorge Carpizo convida el pan, la sal y buenos vinos a toda la jerarquía eclesiástica. Un grupo selecto de cardenales, obispos, prominentes miembros de la Iglesia católica, conversan animadamente sobre la vida pública, los asuntos terrenales y las inminentes elecciones presidenciales.  
Casi en el postre, el Secretario ordena proyectar una serie de videos filmados durante las homilías, las misas, los oficios consuetudinarios de los párrocos en Torreón, Chihuahua, Querétaro, Celaya, el Distrito Federal. Los sermones no son religiosos sino directamente políticos, inmersos en la coyuntura, en contra de candidatos, de partidos y a favor de otros. Los clérigos intercambian miradas. Todo lo que se informa es ilegal y todos ellos lo saben: “Voy a empezar a actuar, dice el Secretario de Estado, y para sancionar, no comenzaré con un cura de pueblo…”. 
3.- Cruento inicio de 1994: levantamiento armado en Chiapas por una guerrilla indígena y asesinato filmado de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia de la República constituían traumas de dimensión nacional. La sombra de la violencia se proyectaba a la campaña electoral ya en curso, y ponía en entredicho casi todo. Inyectar certidumbre y confianza era una necesidad absoluta: el nombre de Jorge Carpizo apareció como una opción salvadora, casi única.
Y entonces, el ex rector protagonizó –otra vez- una operación singular: una reforma que se instrumentaba en una situación política de emergencia; cuya condición era el difícil consenso entre las tres fuerzas principales; el Partido de la Revolución Democrática, por primera vez, suscribía el esfuerzo en todas sus fases; el Secretario de Gobernación actuaba como árbitro, como pivote en el que todas las fuerzas confiaban y así, los partidos realizarían una reforma concurrente cuya convocatoria explícita era reforzar la “vía electoral”, la civilidad, la paz y el “rechazo a la violencia como vía de la acción política” .
La obra fue realizada por múltiples actores (Santiago Oñate del PRI, Carlos Castillo Peraza del PAN, Porfirio Muñoz Ledo del PRD, los candidatos a la Presidencia, los nuevos Consejeros Ciudadanos del IFE, el gobierno), pero en el centro, convenciendo, articulando, conciliando sobre la marcha, presurosamente estaba un eficaz Jorge Carpizo.
Su trabajo fue valorado así, por el propio Octavio Paz: “Jorge Carpizo y los otros miembros del Instituto Federal Electoral pueden estar orgullosos: estas elecciones, a pesar de sus imperfecciones y fallas, han sido extraordinarias… Sólo podrían compararse a las celebradas a principios del siglo, en las que resultó electo Francisco I. Madero”.
De acuerdo: ese fue el tamaño, la obra y el talante del jurista que acaba de morir.
Rector de la UNAM. Primer responsable de la Comisión de los Derechos Humanos. Ministro de la Suprema Corte. Procurador de la República y Secretario de Gobernación, todo eso, en un país que se encontraba de lleno en el tren de cambio político, siempre difícil y a ratos, convulso.
Y en la última parte del siglo XX, Jorge Carpizo se volvió un recurso para solucionar problemas del Estado, y lo siguió siendo, sin cargos, sin apoyo estatal, echando mano de su pura inteligencia y su capacidad para organizar, agitar y convocar.
Así, en los últimos meses cómo durante toda su vida, siguió contribuyendo, comprometiéndose, trabajando por el interés general, animando un esfuerzo para argumentar el cambio de la estrategia del Estado en el combate a la delincuencia, y encontrando el tiempo, además, para desenredar uno de los asuntos más insidiosos de los últimos tiempos: el nombramiento de los Consejeros del IFE.
Lo hizo, sin buscar nada para si, sin parafernalia, como el hombre de Estado que siempre fue. El vacío intelectual, político y moral que deja es inmenso e insustituible… Doctor Carpizo.   

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