RICARDO BECERRA LAGUNA
Creo que Héctor Aguilar Camín tiene razón: el hecho es histórico y más: cambiará el curso de la historia.
Y lo hará –digo yo- porque pondrá frente a sus verdaderos límites y a sus verdaderos resultados, a nuestro modelo económico “estable y responsable”, cuyo cimiento real residió en una tragedia social: la enorme migración a los Estados Unidos.
El dato radical es este: el flujo neto de personas entre México y Estados Unidos se ha reducido a cero por primera vez en cuatro décadas. Muchos se van, pero regresan otros, en la misma proporción. Cifras que emergen de un estudio publicado hace ocho días por el Centro Pew Hispanic y que suponen “el estancamiento de la oleada migratoria más importante en la historia de los Estados Unidos”.
Casi uno de cada tres inmigrantes que viven en Norteamérica (hoy alberga una población de 40 millones de personas nacidas en otro país) provienen de territorio azteca.
Esto hace que México tenga el dudoso honor histórico de haber protagonizado la mayor oleada migratoria a Estado Unidos en números absolutos, si bien Alemania e Irlanda habrían contribuido en proporciones algo mayores -en términos relativos- en el siglo XIX.
Todo eso empezó a ocurrir poco antes de los ochenta y hasta hace tres años: 12 millones de mexicanos se largaron a Norteamérica y más de la mitad lo hicieron de manera ilegal. Puede decirse, en conjunto, que el 10 por ciento de la población actual abandonó México, casi siempre en los mejores y más productivos años adultos (entre los veintes y los cuarentas).
¿Por qué se fueron? Por nuestra endémica falta de empleo y por el diferencial salarial. Dice el mismo estudio que las percepciones netas de los migrantes alcanzan los 380 dólares a la semana, lo que implica poco más de mil 600 dólares por mes (unos 19 mil pesos). Esta cifra es más de diez veces superior al salario mínimo en México y más de seis veces el promedio del ingreso medio (que ronda los dos mil 911 pesos mensuales por cabeza).
Lo que me importa subrayar, sin embargo, es que la magnitud del hecho entraña una de las más crueles paradojas de nuestra modernidad: los que tuvieron que irse, por los malos salarios y la falta de oportunidades, con su riesgo y su trabajo, sostuvieron al mismo modelo económico que los expulsó. Vean si no.
“La salida”, la ida al otro lado, se constituyó en una de las opciones vitales más importantes en nuestra época (sobre todo de los más pobres), justo en el periodo de implantación y expansión de las reformas económicas liberalizadoras en nuestro país. No es para nada casual que el periodo de implosión del viejo modelo económico y la implantación del nuevo (magros resultados incluidos), coincida con la gran masa de 12 millones de trabajadores que se fueron.
Es como si la población del Distrito Federal y de Nuevo León, juntas, se hubieran marchado de aquí. No obstante, el hecho despresurizó notablemente los otros ámbitos de manutención y subsistencia: el empleo formal y la informalidad.
Recientemente, fue el propio Consejo Coordinador Empresarial, el organismo que lo recordó: en las últimas tres décadas, el PIB creció 2.4 por ciento promedio anual; lo cual, alcanzó para producir 7 millones de empleos formales (en cuatro sexenios). ¿Lo ven? Es difícil imaginar el perfil social, la moral, la intensidad de la frustración social y la fricción de clase, con 12 millones de mexicanos adicionales, hacinados, metidos aquí entre nosotros, compartiendo el estancamiento nacional.
Pero no es todo y quizás no lo más importante. Los 12 millones de paisanos, casi todos en edad de trabajar, lograron erigirse en un pilar de la estabilidad macroeconómica, inundando de millones de billetes verdes a la economía mexicana durante muchos años, acaso décadas.
Los flujos de recursos enviados por los mexicanos en un mal año (el 2009), no obstante, alcanzó los 21 mil 181 millones de dólares. Antes, en 2008, había rozado los 24 mil 400. Desde mediados de los 90 las remesas ascendieron un año si y otro también, a ritmos de 18 por ciento promedio, desde 3 mil 143 en 1995, hasta llegar a los 22 mil 700 millones el año pasado.
Muchos billetes verdes cayendo en caja, religiosa y permanentemente: 62 millones diarios para financiar compras, importaciones, transacciones, reservas y los caprichos de las clases altas.
Suele repetirse que los paisanos configuran la segunda fuente de divisas del país después del petróleo, pero no es cierto. Si bien las exportaciones de crudo alcanzan techos bastante superiores, debemos restar de ellos a las importaciones que Pemex también realiza por muchos conceptos. Si lo vemos así, las remesas son la parte más gruesa y más vital de “los equilibrios” con el exterior y especialmente es el componente que explica la relativa estabilidad del precio del dólar (el precio clave de nuestra economía abierta).
Sistemáticamente, en este tiempo, las remesas han sido más importantes que la inversión extranjera directa y cada año, representan un ingreso neto al país superior a todas las propuestas de reforma fiscal discutidas en el Congreso en las dos últimas décadas.
Solo la migración china y la hindú, inyectan más dólares a sus economías, pero con poblaciones 11 veces mas grandes y economías mucho más pujantes que la nuestra.
Y por si fuera poco, las encuestas del INEGI estiman que una tercera parte de las familias reciben dinero desde Estados Unidos, de tal suerte que cada dos meses, un hogar en México recibe 340 dólares en promedio, casi tres salarios mínimos. Dicho de otro modo: gracias a la expulsión demográfica y al riesgo legal y personal de los migrantes, unos 7 millones de hogares, que significan alrededor de 32 millones de personas, tienen un ingreso mensual de 1.5 salarios mínimos.
Para uno de cada tres mexicanos, este ingreso significa la diferencia entre subsistencia, pobreza y un poco de holgura (Luis de la Calle y Luis Rubio han llamado a esta condición el ser de “clase media”).
Dice el Informe (xww.pewhispanic.org/2012/04/23/net-migration-from-mexico-falls-to-zero-and-perhaps-less),“el estancamiento actual es algo más que una pausa temporal. El flujo neto de inmigrantes desde México a Estados Unidos se ha detenido y puede que se haya invertido”. Estamos ante el cambio de “un patrón histórico”, que le quitará todas esas ventajas que he reseñado y que han hecho parecer como “viable” y hasta exitosa, la política económica que nos gobierna.
Desde 1980 los envíos de los migrantes se habían duplicado cada cinco años; con ese ritmo y sin quererlo, se constituyeron en la base más firme de la presumida “estabilidad” macroeconómica.
Pero la crisis hipotecaria y financiera en Estados Unidos y su reacción racista, antiinmigrante en la frontera, han bloqueado nuestra gran válvula de escape.
Quizás ahora, debamos vernos al espejo y encarar la realidad que se pudo disimular por décadas, gracias a la tragedia social, a la expulsión neta de 12 millones de personas.
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