DIEGO VALADÉS
El 30 de marzo falleció Jorge Carpizo, figura señera del pensamiento jurídico mexicano. En el sentido más estricto del término fue un auténtico prócer. El trayecto de su vida fue de una coherencia ejemplar; nunca transigió con sus principios ni perdió la claridad de sus objetivos. Nació en Campeche el 2 de abril de 1944, y con toda justicia se le considera uno de los campechanos más importantes del siglo; siempre se sintió orgulloso de su oriundez.
Su infatigable actividad lo mantuvo estudiando, escribiendo y enseñando a la largo de su vida. Su magisterio fue de tiempo completo. La alta calidad de sus trabajos y de su obra institucional no se puede mensurar con criterios numéricos, pero sí sirven para evaluarla algunas expresiones que entresaco de las múltiples vertidas con motivo de su deceso.
El sacudimiento que produjo su deceso fue generalizado. Voces muy representativas reflejaron el pesar dominante y la admiración y el respeto que Jorge Carpizo inspiraba. En el homenaje fúnebre que se le tributó en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, el 31 de marzo, el rector José Narro pronunció elocuentes y conmovedoras palabras con las que justificadamente calificó a su predecesor como “un gigante de nuestro país” y definió su perfil con toda exactitud: “Hombre de gran capacidad de análisis y de síntesis, constantemente rechazaba la retórica intrascendente. Todo el tiempo estuvo comprometido con la verdad y la justicia, con la ética y los valores laicos, con el trabajo y la defensa de la dignidad de las personas.”
El abogado general de la UNAM, Luis Raúl González Pérez, lo reconoció como un “forjador de generaciones que lo tienen como fuente de inspiración”, y Miguel Carbonell demostró que fue “un puente entre generaciones” a las que trasmitió “su mística de amor al trabajo bien hecho, su pasión por la universidad, su ética intachable y su compromiso con los derechos humanos”.
Las manifestaciones de duelo procedentes de la comunidad jurídica internacional también fueron abundantes. “Eminente en todos los quehaceres de su vida pública y personalidad de notable calidad y dimensión humana”, dijo Jorge Reynaldo Vanossi, presidente de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas de Argentina. “Faro de cultura y de la ciencia constitucional” lo llamó el profesor Lucio Pegoraro, de Bolonia.
Entre los mensajes que llegaron de Brasil, los decanos de los constitucionalistas de ese país, Paulo Bonavides y José Afonso da Silva hicieron efusivos comentarios. El profesor Bonavides deploró la pérdida de: “um homem vocacionado para o bem, para o direito, para a justiça, para a liberdade e a democracia. Mas não é unicamente o México que perde um de seus melhores juristas senão por igual toda a América Latina”; a su vez el profesor Da Silva subrayó que Jorge Carpizo siempre desempeñó todas sus responsabilidades “com a mais notável visão de homem público, sempre imprimindo sua marca de competência e seriedade no seu exercício”; el director de la Facultad de Derecho de Sao Paulo, Marcelo Figueiredo, se refirió a la pérdida de “un jurista nato y de un hombre público mayúsculo”.
De Perú, Domingo García Belaunde hizo viaje a México para ofrecer su emocionado y elegante testimonio de reconocimiento: “Jorge Carpizo no solo fue para mí un puntal de apoyo imprescindible, sino que lo fue de todo el ámbito constitucional latinoamericano…” El profesor Álvaro Gil Robles, primer ombudsman de la Unión Europea, lamentó que “se marcha un hombre que lo ha dado todo por su Patria, asumiendo grandes riesgos personales y prestando servicios inestimables para consolidar la democracia mexicana.” La ausencia de Jorge Carpizo se produjo en un mal momento del país. Como bien dijo Manuel Camacho, “Jorge se va cuando más se le iba a necesitar”.
En cada cargo que ocupó dejó una huella memorable. Sólo para dar unas pinceladas puedo ejemplificar así: como Abogado General de la UNAM recuperó tres y media hectáreas que había sido ocupadas por particulares en la zona residencial del Pedregal; como director del Instituto de Investigaciones Jurídicas organizó el primer sistema automatizado de información legislativa de América Latina; como rector construyó la Ciudad de la Investigación en Humanidades, creó el Premio Universidad Nacional, promovió la transformación de los Consejos Técnicos de la investigación e introdujo importantes innovaciones en los ámbitos académico, presupuestal, editorial e informático; la Comisión Nacional de Derechos Humanos fue fundada y consolidada por él; en la Procuraduría General de la República dio una lucha frontal contra la delincuencia, memorable por su intensidad y por sus éxitos; en la Secretaría de Gobernación auspició la transformación democrática del sistema electoral.
No puedo ocultar la falta que me hará Jorge. Mi última reunión con él, pocos días antes de su muerte, fue en el Club del Académico con el maestro Héctor Fix-Zamudio, como solíamos hacer con regularidad; la semana anterior Patricia, mi esposa, mi hijo José Diego y yo habíamos disfrutado en su casa de una comida memorable, como todas las preparadas por Mary Quiterio. Y en el propio mes de marzo también estuve con él en compañía de dos amigos a quienes mucho quiso: Carlos Marín y Miguel Lerma. Hubo una charla alegre y cordial que los tres recordaremos siempre.
Una inteligencia privilegiada, una cultura excepcional, una voluntad inquebrantable y una honestidad insuperable, aunadas a sus firmes convicciones de justicia y democracia, hicieron de Jorge Carpizo una de esas personalidades que sólo se producen de tarde en tarde.
La curiosidad del científico estaba acompañada por un cosmopolitismo que lo llevó a explorar numerosos rincones del planeta movido por su avidez de conocimiento. Nunca practicó el turismo recreativo; el suyo era un viajar indagatorio, sistemático, serio. Su solaz era aprender. En 1997, cuando nos representaba como embajador en Francia, lo visité en compañía de mis hijas Jimena y Sofía. Nos alojó en la residencia oficial y uno de aquellos días me invitó a un desayuno informal con un grupo de diputados franceses. Cada legislador se presentó, señalando el distrito que representaba. Acto seguido nuestro embajador se dirigió a ellos de uno en uno, y con relación a sus respectivos lugares de origen mencionó monumentos, personajes y episodios históricos que en muchos casos los propios asambleístas desconocían.
El mejor resumen de su vida está en sus propias palabras, cuya publicación póstuma encargó a su hermano Carlos Carpizo, y que pueden considerarse el magno epitafio de un gran ser humano: “Traté de vivir lo mejor que pude dentro de mis circunstancias, y de servir con devoción a México y a su Universidad Nacional…. Me voy amando, con todas mis fuerzas, convicciones y emociones, a nuestro gran país y a su, y mía también, Universidad Nacional”.
Como hombre de convicciones, Jorge Carpizo no ocultaba afectos ni desafectos; así son todos los de su estirpe. De Jorge nos quedan una obra deslumbrante y la presencia imborrable de una personalidad que seguirá inspirando respeto y admiración. En la historia institucional de México, Jorge Carpizo figurará al lado de quienes dedicaron su vida a engrandecer el horizonte de las libertades, a mejorar la condición de los débiles y a ensanchar el mundo de las ideas. Pasarán los años y las décadas y Jorge continuará ilustrando con su pensamiento e iluminando con su ejemplo. De él se puede decir, con Manuel Gutiérrez Nájera, que no morirá del todo.
Jorge Carpizo alcanzó el cenit y allí se detuvo. Para la posteridad seguirá en ese lugar al que lo llevaron su inteligencia, su cultura, su pasión por la verdad y por la justicia, su amor por México y por la Universidad, su compromiso social, su forme carácter y su convicción humanitaria. Jorge dijo un adiós rápido y sereno; llegó a la noche sin pasar por el ocaso.
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