CIRO MURAYAMA RENDÓN
Varias semanas antes de que se conociera qué equipos disputarían la liguilla del futbol mexicano, el Instituto Federal Electoral había dado a conocer fecha y horario del primer debate entre los aspirantes presidenciales. Ningún asunto más público y más importante en una democracia que el relevo de la presidencia a través del voto ciudadano. De ahí que se esperase que, como ha ocurrido en cada proceso electoral desde 1994, las principales cadenas de televisión abierta dedicaran su señal de mayor cobertura a la transmisión a del debate entre los candidatos a jefe del Estado mexicano. No debe olvidarse que más allá de ser negocios privados, quienes emiten señales de televisión abierta son concesionarios de espacios propiedad de la nación, que brindan un servicio público –al menos en términos legales- y que su labor es indisociable del derecho a la información de los ciudadanos. Máxime cuando entre Televisa y TV Azteca concentran el 93% de los canales comerciales de televisión abierta en el país.
Como se sabe, TV Azteca anunció la decisión de su dueño, Ricardo Salinas Pliego de transmitir, en vez del debate, el partido de vuelta entre Monarcas de Morelia y Tigres de la UANL. Nada impelía a la Federación Mexicana de Futbol ni a la televisora del Ajusco a empalmar el encuentro con el debate, y ciertamente no hay obligación legal para que den espacio a uno de los momentos estelares del proceso electoral en curso, pero a la vez nada, salvo el desprecio al juego democrático, recomendaba dar prioridad al espectáculo deportivo en lugar de a la deliberación y discusión política.
La animadversión de las televisoras, pero en especial de TV Azteca, frente a la normatividad e institucional electoral del país es patente desde hace años: trataron de dar marcha atrás a la reforma electoral que desde 2007 prohíbe el negocio de compra-venta de publicidad electoral; se rebelaron contra su obligación de transmitir las pautas marcadas por el IFE en las precampañas de 2009, y en general se han dedicado a desplegar una campaña de denostación contra la autoridad electoral y de confusión sobre la ley, difundiendo francas mentiras como que los debates entre candidatos o las críticas entre los contendientes están prohibidos.
Sin embargo, la vocación del duopolio televisivo por saltarse las reglas con tal de favorecer sus intereses particulares no se limita al tema electoral o político sino que es patente, también, en el terreno futbolístico. Contra la normatividad establecida por la FIFA, y con la anuente complicidad de la Federación Mexicana de Futbol, tanto Televisa como TV Azteca son propietarios de varios equipos en la misma competencia (América y San Luis –si bien éste acaba de ser vendido- y Monarcas y Jaguares, en la primera división). En el caso de Televisa, y de nuevo violentando la legislación que es válida para todas las ligas de futbol profesional en el mundo adscritas a la FIFA, además organiza juegos de apuestas sobre los resultados deportivos en los que participan equipos de su propiedad. Ello, por no hablar de las reiteradas violaciones a la ley federal del trabajo por parte del grueso de los equipos profesionales de futbol, así como del incumplimiento en el pago de las contribuciones al IMSS o de sus obligaciones fiscales.
Uno de los ejemplos más elocuentes de cómo no hay regulación sobre los intereses económicos de TV Azteca en la liga de futbol lo tuvimos apenas el fin de semana anterior. Los dos equipos propiedad de la empresa del Ajusco disputaron la última fecha del torneo: sólo un resultado aseguraba el pase de ambos a la liguilla y, con ello, la transmisión de más partidos de alta audiencia para la televisora. El resultado fue el que convino a la empresa televisiva: Jaguares derrotó a Monarcas y está entre los ocho equipos que disputarán el título. Ya resulta una situación anómala que una empresa sea dueña de dos equipos, pero lo fue aún más que la Federación programara el juego entre ambos al final del torneo.
No sólo el juego democrático padece de los excesos de las televisoras; parte de la mediocridad de nuestro futbol se explica, también, por el poder depredador de esas empresas sobre el más popular de nuestros deportes.
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