sábado, 19 de mayo de 2012

NADIE ES PERFECTO


JOSÉ WOLDENBERG

1. Ha transcurrido un poco más de la mitad de la campaña presidencial y, según las encuestas, las intenciones de voto casi no se han movido. No voy a repetir las cifras que por todos lados circulan, pero lo más espectacular es que a pesar de gafes, resbalones, dimes y diretes, giras, pronunciamientos, spots para dar y regalar, sonrisas, besos a niños, jóvenes y adultos mayores (antes viejos), osos, asambleas, concentraciones multitudinarias y reuniones con grupos reducidos, y hasta un debate; el voto de eso que llamamos sociedad parece no moverse de manera significativa. Los porcentajes lucen estancados, petrificados, inconmovibles.
No tengo la capacidad ni la intención de descifrar eso que denominamos convicciones "sociales". Menos las de un mazacote contradictorio al que denominamos sociedad. Pero, al parecer, en materia de votos para la elección que está en puerta, las preferencias parecen más sólidas que una roca. O por lo menos no se mueven con ventiscas ni con crecidas de agua. No sabemos si con terremotos o tsunamis. (Están también los que no saben, los indecisos, los que le dan vueltas a la noria, pero esos por lo pronto quedan al margen de estas notas).
2. Paso entonces a otro plano. Más personal. Imagino que a muchos nos ha pasado. Enumerar los defectos y hasta las taras que uno cree observar en los candidatos (no voy a poner y la candidata, porque por supuesto está incluida), y recibir como respuesta: "no importa", "es un asunto menor", "no seas tan rigorista", "perdónale esa falta", "nadie es perfecto". No son signos de tolerancia, tampoco de fórmulas comprensivas hacia los otros, sino más bien, se trata de los resortes de los convencidos que no modificarán su opinión ante argumento alguno. Ven lo que quieren ver y los datos y opiniones contrarios simplemente no pasan la aduana de sus creencias. Se trata de asuntos de fe, en ocasiones de esperanza, y ni por asomo de caridad, sin los cuales muchos no pueden vivir.
No voy a indagar por qué las personas piensan como piensan. Menos aún por qué creen lo que creen. Y soy incapaz de ofrecer una pista para comprender por qué no se mueven de sus certezas. Me aburren los que repiten cansinamente que el poder de los medios ha generado multitudes de autómatas y me parecen deplorables también los que niegan el gran impacto de lo que aparece en la radio y la televisión. Las personas viven atrapadas además en redes familiares, de amigos, de compañeros de trabajo, y de seguro también dejan su impronta. Pero la pregunta persiste: ¿por qué con el transcurrir de las semanas parece que las preferencias no cambian de manera significativa?
3. Como el cerebro es una maquinaria indócil y sorpresiva, recordé la fabulosa película de Billy Wilder, Some like it hot (1959) (convertida al español en Con faldas y a lo loco o en Una Eva y dos Adanes; como se ve, traducciones literales). Una cinta plagada de secuencias memorables, pero por lo pronto solo me interesa el final. Cuando los dos músicos que se han disfrazado de mujeres para escapar de los gánsteres, por fin logran ponerse a salvo. Pero mientras Tony Curtis se reencuentra con Marilyn Monroe, Jack Lemmon (vestido de mujer) es la pareja de Joe E. Brown (o mejor dicho, así lo cree éste). Se alejan de la costa a bordo de una lancha de motor conducida por Brown (Osgood Fielding), mientras Jack Lemmon le dice: -No me puedo casar contigo.
-¿Por qué no?
-No soy rubia natural.
-No importa.
-Fumo, fumo todo el tiempo.
-No me importa.
-Tengo un pasado terrible. En los últimos tres años viví con un saxofonista.
-Te perdono.
-Pero, no podré tener hijos jamás.
-Podemos adoptar.
-No has entendido (se quita la peluca). Soy un hombre.
-Bueno, nadie es perfecto.
En ese momento acababa la historia. La gente reía. Aparecía el infaltable y hoy entrañable letrero de "The End" y el maloso de Wilder sonreía dos veces. Contaba que mucha gente le preguntaba: "¿y qué pasó después?". Y él, de manera socarrona, contestaba: "no sé. Ahí termina la película". Wilder y su coguionista (Izy Diamond) lo entendieron de maravilla: no hay evidencia que modifique una certeza bien grabada.
No me interesan las lecturas que ven un amor homosexual encubierto. Son demasiado obvias y marcadas por su fecha de emisión. Lo cierto es que la frase, "nadie es perfecto", en el contexto fársico de la película ilustra de manera inmejorable esa enajenación que impide a Osgood Fielding ver más allá de sus convicciones profundas. El personaje es medio idiota, confiado, bueno, pero da la impresión que ningún descubrimiento modificará su amor, su amor enajenado. ¿Será un pleonasmo?

No hay comentarios: