sábado, 19 de mayo de 2012

CUÁNDO LAS CAMPAÑAS DEJAN DE SER MONÓLOGOS

RICARDO BECERRA LAGUNA

Haya gustado, sea maldecido, criticado o se quiera ningunear, el debate presidencial del domingo 6, se ha convertido en el arco de bóveda de la campaña electoral. Mi profecía: de ahora en adelante, la competencia presidencial subirá su intensidad y el segundo debate será al menos tan esperado y tan importante como el que acaba de suceder.

Dígase lo que se diga, el debate se puso bueno y trae varias lecciones que creo, no han sido suficientemente subrayadas, en parte, por el revuelo causado por esas dos horas de exposición y choque. Les propongo cinco observaciones:
1)      Casi nadie lo recuerda, pero en México la concurrencia a los debates públicos y transmitidos en radio y televisión es una obligación de ley. No hay modo de dar la vuelta, al menos a dos encuentros, sin escapatoria. Esto no ocurre, ni mucho menos en América Latina y ni siquiera en la modélica España de la transición. Ahora hay quienes esta obligación les parece poco, demasiado poco, pero sin la reforma electoral del año 2007-2008, los debates seguirían siendo graciosamente optativos.
Desde 1994, la celebración de debates fue parte de las estrategias de los partidos, con más o menos arbitrariedad y con más o menos descaro. El hecho marcaba distancias casi siderales con Estados Unidos, Suecia y otros países de tradición deliberativa envidiable. Pues en México, por fortuna, los debates ya no pueden ser instrumentos utilizados a conveniencia del partido, su candidato y sus sondeos, sino que se han convertido en parte de las reglas del juego, de la igualdad de oportunidades y de comportamiento limpio, cara a cara, frente al famoso “demos”. Todo un avance democrático.
2)     ¿Cuántos mexicanos de a pie vimos y oímos el debate, esa noche? No hay datos ciertos pero ya danzan las cifras: el raiting, sólo en el canal 5, alcanzó el 10.4 y con eso le bastó para rebasar un partido de futbol (en un canal con mayor alcance, el 13), lo que de suyo, es todo un síntoma del interés que despertó. Agreguen el 11 que tiene 12 repetidoras cubriendo 8 estados del país; el Canal 22 y el precario canal 40 (que ya se ve mal en Xochimilco). Además, MVS puso absolutamente todas sus plataformas a disposición del evento, Radiocentro todas sus estaciones, decenas de concesionarios y cientos de permisionarias estatales, siempre puestas y dispuestas a la colaboración con el IFE.   
En total, comunica la autoridad electoral, el debate fue transmitido por 1,090 emisoras de radio y televisión en las 32 entidades: 527 estaciones permisionadas y 563 emisoras concesionarias en todo el país. Agreguen a los mexicanos que vieron el debate a través de la televisión de paga y 294 mil usuarios desde 25 países, a través de Internet.
Sobre esa base se levantan los datos de Consulta Mitofsky: 20 millones de personas vieron o escucharon al menos una parte de ese debate en vivo, en repeticiones o en crónicas periodísticas. Es un cálculo preliminar, moderado, pero nada desdeñable.
3)     Estos datos dan al traste con la descaminada postura de TV Azteca, quien no solo menosprecio al evento vía el Twitter de su dueño, sino que decidió no conectar ninguno de sus principales canales (13 ó 7) a la transmisión;. Y para subrayar su desprecio por los candidatos y su debate, colocó en sus canales a la misma hora, programas triple “A” (fútbol en la liguilla y el fin del mundo) para competir y arrebatar a la audiencia. Pero ni así.                                                                
Con todo y el estropicio generado por esa televisora, el debate organizado por el IFE fue un éxito por su cobertura geográfica, por la cooperación con emisoras públicas y privadas que concretó y también, aunque en menor medida, por la audiencia lograda, contra pronóstico. Desde la expectativa que generó hasta la oleada de opiniones que produjo y sigue produciendo, el debate es el tema de campaña en estos días (como mandan los libros).                                                                  
Personalmente, hubiera preferido la cadena nacional, pero incluso sin ella, la recepción pública del debate presidencial fue trascendente, pudo ser visto y oído por un montón de medios alternativos, activos y disponibles. El hecho demuestra que las grandes cadenas de televisión importan, pero no son insustituibles. La reticencia de Azteca acabó revelando que no es indispensable ni para un buen debate ni para una gran cobertura y tampoco para una audiencia que compita en el paraíso del triple “A”.                                                                    
4)     Desde el enfrentamiento primigenio, televisado en 1994 por canal 2 y por canal 13, entre Cárdenas, Fernández de Cevallos y Zedillo no dejamos de preguntarnos cuál es la verdadera repercusión de estos eventos en el devenir de la votación. Nadie lo sabe. Salvo excepciones extraordinarias, todos los ciudadanos acaban viendo ganador a quienes querían por ganador antes de comenzar el debate. Sin embargo, en cada proceso electoral, el encuentro se convierte en algo sí como un examen, una precondición para demostrar al respetable seriedad, arrojo, reflejos y temple, al cabo más importantes que los argumentos, los intereses reales representados y las dichosas propuestas. Porqué en las horas del debate, las campañas dejan de ser monólogos, discursos dirigidos a la galería abstracta, ensimismados. Aunque los partidos hayan optado por un formato rígido, aún así fue inevitable mostrar un cierto resorte, dirigirse al otro, interpelar y responder. Y en eso consiste la prueba mayor de los debates.
5)     El debate de mayo, con todo su acartonamiento y la escasa profundidad argumental (en efecto, no somos franceses) es, sin embargo, un hecho político relevante, el más relevante de la campaña, porque concentró la atención e hizo converger las estrategias de todos los candidatos en un sólo punto; porque millones pudieron verlo; porque otras tantas decenas de millones hablaron de él: el ciudadano promedio, la población políticamente activa, los comentaristas de todo tipo, intelectuales, todos los medios de comunicación. Elevó y puso un nuevo tono a toda la campaña, mostró el talento, el talante real y la vulnerabilidad y puntos flacos de los candidatos y en esa medida volvió como tema central, ya no la ingente cantidad de spots, sino la expectativa y la preparación por el siguiente debate.

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