jueves, 3 de mayo de 2012

EL DEBATE QUE VIENE



JOSÉ WOLDENBERG

Dígase lo que se diga, los debates entre candidatos presidenciales nunca han sido anodinos. Desde el primero que se realizó en 1994 todos han dejado una huella y secuelas importantes para el día de la elección.
Hace 18 años, en el marco de unas campañas en las que se desgranaron, una tras otra, novedades relevantes, se acordó el debate entre los candidatos presidenciales Ernesto Zedillo, Diego Fernández de Cevallos y Cuauhtémoc Cárdenas. Su solo anuncio tuvo un enorme impacto. Su profundo significado no escapaba a nadie (bueno, exagero, las "cosas" importantes cuando no dejan un reguero de sangre o no son traumáticas suelen no ser apreciadas). Por primera vez en nuestra historia los candidatos reconocían implícitamente la legitimidad de sus contrincantes, la pertinencia de encontrarse para debatir, la obligación de presentarse ante el público para ser evaluados en relación a los otros. Fue un gesto civilizador en medio de un ambiente tensionado por el levantamiento armado del EZLN y el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Y su secuela no resultó baladí. Fue un ejemplo de convivencia en la adversidad y al parecer Fernández de Cevallos incrementó su caudal de votos.
La importancia del evento puede apreciarse si se piensa que en el pasado inmediato a nadie se le hubiera ocurrido ni siquiera proponerlo. El Destinado a Ganar no tenía por qué voltear a ver a quienes estaban Condenados a Perder, y éstos "jugaban" en una división distinta a la del Ungido.
En el 2000 hubo dos debates. El primero entre los seis candidatos (Fox, Labastida, Cárdenas, Muñoz Ledo, Camacho y Rincón Gallardo) y el segundo entre los primeros tres. Vicente Fox fue capaz de encarnar los vientos de cambio que flotaban en el ambiente y su desempeño en los debates le ganó no pocas adhesiones. Por el contrario, el primer encuentro fue un mal momento para Francisco Labastida.
En el 2006 se programaron dos debates con todos los candidatos (Calderón, López Obrador, Madrazo, Campa y Mercado). La inasistencia de Andrés Manuel López Obrador al primero algo le costó el día de la elección. Y el registro de Alternativa Socialdemócrata en buena parte se debió al desempeño de Patricia Mercado en el primer "agarrón".
Y es que a pesar del formato, de todas las precauciones que se toman para que se desarrollen "bajo control", de los tiempos fijos, los temas pre acordados, los debates siempre resultan interesantes, cargados de una cierta tensión dramática, porque uno nunca sabe en qué momento puede saltar la liebre. Es la oportunidad para aquellos que se encuentran abajo en las encuestas, el escenario propicio para develar propuestas, críticas, desplantes e incluso para mostrar carácter, poder de recuperación. Puede ser el momento en el que el mago se saca una paloma de la chistera o en el que la varita mágica convierta a un candidato en sapo.
Y no habrá que perder de vista el clima del post debate. Los seguidores acérrimos de cada candidato proclamarán con entusiasmo y estudiada convicción que su gallo se llevó el debate de calle. Será la estela natural que dejará el evento. Como si hubiesen ensayado, los seguidores de A dirán que fue nítido e incontrovertible el aplomo, el conocimiento y simpatía de su candidato, mientras los otros se mostraron pusilánimes, incoherentes, torpes. Ponga donde dice A cualquier nombre porque esa conducta no es privativa de un solo universo de fans. (También, por supuesto, puede intercalar otros adjetivos, que para el caso hay de sobra). Todos ellos verán lo que quieren ver. Y ahora, con las llamadas redes sociales, las baterías de partidarios y adictos, intentarán multiplicar el impacto de sus filias y sus fobias. De eso se trata.
Pero también a través de las redes familiares y de amigos, de compañeros de trabajo o estudio, se reproducirán las múltiples lecturas de la confrontación. No habrá una sola interpretación del evento. Tampoco un solo podio para colocar a los vencedores. Aparecerán los resultados de las encuestas, las mediciones de los humores públicos, las largas y doctas disquisiciones sobre lo que la gente vio y evaluó. De tal suerte que el post debate se instalará, aunque sea por un momento, en los hogares, los centros de trabajo, el transporte público, las taquerías y restaurantes. Y por supuesto de eso se trata. De comentar uno de los eslabones más significativos de lo que es la política pacífica, institucional, democrática. El momento en el que los candidatos, a querer o no, reconocen que se enfrentan a otros igualmente legitimados para convertirse en presidente de la República.
(Ante la altanería y la falta de compromiso democrático de los concesionarios, ¿no sería pertinente que el secretario de Gobernación los convocara a una reunión amigable para leerles el artículo 62 de la Ley Federal de Radio y Televisión? Dice: "todas las estaciones de radio y televisión... estarán obligadas a encadenarse cuando se trate de trasmitir informaciones de trascendencia para la nación, a juicio de la Secretaría de Gobernación").

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