miércoles, 30 de mayo de 2012

DEL "TRENDING TOPIC" A LA PARTICIPACIÓN ELECTORAL


MARÍA DEL CARMEN ALANIS

Los jóvenes llegaron a las primeras planas. Ocupan ahora un espacio en el debate público que siempre debió ser suyo, pues una sociedad que se preocupa por su futuro inmediato debe escuchar con atención las inquietudes de sus elementos más activos.
Pero la historia reciente nos muestra que la voz de los jóvenes se ha escuchado poco y en forma intermitente. En lo que va del siglo, no han sido esos grupos de edad quienes encabezan las principales reivindicaciones democráticas y sociales. Los espacios de participación alcanzados a lo largo de la transición democrática mexicana han sido aprovechados sólo parcialmente por una juventud apática. De hecho, no sólo la voz ha sido subutilizada. También el voto. Los estudios de participación que en 2003 y 2009 realizó el IFE muestran que los grupos de 20-24 años y 25-29 son los que menos votan. En 2009 alcanzaron niveles de abstención de 64.6% y 65.6%, respectivamente.
Si se considera que los jóvenes son el grupo poblacional de mayor tamaño (28.3% del listado nominal), se puede advertir que buena parte del declive en los niveles de participación electoral proviene, precisamente, de que los jóvenes no han acudido a las urnas. Entre 1994 y 2009, los niveles de participación cayeron 32 puntos porcentuales.
No es casual ese escepticismo. La juventud mexicana —y la de casi toda Latinoamérica— ha visto cómo el frágil desarrollo económico que se va alcanzando es excluyente. Ha descubierto que aunque los niveles de escolaridad sean cada vez mayores el valor relativo de los títulos académicos decrece día a día. Hoy, ser bachiller o licenciado no garantiza el acceso a un trabajo remunerado.
Según refleja el Informe 2011 de Latinobarómetro, uno de cada cinco jóvenes en el subcontinente no estudia ni trabaja. Ello explica que, en sólo un año, el apoyo a la democracia haya caído en 14 países latinoamericanos (en México disminuyó 9%). De ahí la importancia del momento actual, pues el proceso electoral en curso generó una coyuntura favorable para la expresión de las inquietudes de los jóvenes. En las marchas recientes ha habido muchos elementos: filias y fobias hacia candidatos, reclamos de mayor apertura en los medios y demandas por la apertura de espacios de participación dentro y fuera de los partidos y las instituciones.
Lo que aglutina a estos jóvenes es eso y más. Tales demandas son la punta de un iceberg en el que caben anhelos profundos de una generación que quiere propiciar cambios estructurales que lleven a recobrar sus expectativas sobre el porvenir. De cara a esos objetivos tan trascendentes es imperdonable que no se usen los canales formales de participación ciudadana. En las democracias modernas, el voto es la más contundente forma de expresión de mayorías y minorías. Desperdiciarlo cuando las necesidades de la población van al alza, es un contrasentido.
Las "primaveras" de Egipto y Túnez y su antecesora, la primavera de Praga, fueron construidas por individuos y grupos que no tenían opciones democráticas para expresar puntos de vista y demandas sociales. Su poder transformador radicó, precisamente, en su capacidad de usar los canales existentes para propiciar cambios fundacionales. Ése no es el caso de México. Aquí, la voluntad de los jóvenes no ha logrado plasmarse en votos. No obstante el peso relativo hoy de ese grupo en la lista nominal, éste ha sido apático ante la opción electoral. Ha desaprovechado su oportunidad histórica de definir mayoritariamente el programa de gobierno que mejor le convenga. Los jóvenes pueden definir elecciones y no lo han hecho.
Sólo en la medida en que los mexicanos alcancemos una participación electoral ejemplar este 1 de julio podremos pensar en un movimiento de alcances históricos. Mientras tanto, estaremos en riesgo de ser percibidos como meros trending topics.

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