MARÍA AMPARO CASAR
Como analista reconozco mis limitaciones para entender y explicar las preferencias electorales. Reconozco también pecar de una visión idealista en la que el desempeño, la trayectoria, la credibilidad y la calidad de las propuestas cuentan para ganar las elecciones. Como muchos colegas he participado en diversos ejercicios individuales y colectivos de evaluación de los candidatos y sus proyectos; he trabajado para exigirles definiciones y respuestas; he intentado elevar el nivel de la deliberación pública. Nos guste o no, las preferencias no pasan por el ejercicio de razonar el voto a partir de capacidades, trayectorias y propuestas.
Había interés en el primer debate presidencial: sí. Estuvo por encima de las expectativas: sí. Tuvo una amplia audiencia: sí. Fue el suceso más comentado de la semana en los medios y redes sociales: sí. Se dio a conocer el desempeño público de los aspirantes: sí. Hubo propuestas: sí. Movió la preferencia de los electores: NO.
Curiosa pero al fin irrelevante la ausencia de consenso entre sondeos, grupos de enfoque, paneles de expertos y encuestas sobre quién tuvo un mejor desempeño. Sorprendente pero también irrelevante que los opinadores no hayan coincidido sobre la actuación de los candidatos. El hecho duro es que quien ganó el debate fue Peña Nieto porque mantuvo su impresionante ventaja. Sus adversarios no le quitaron un solo voto y el número de indecisos se quedó en 20%.
¿Por qué no afectó el debate las preferencias? Se han dado muchas explicaciones. Porque nadie cometió un error garrafal, ni soltó un bazukazo informativo, ni tuvo un desempeño brillante. Porque el formato no permitió a los candidatos establecer un diálogo, porque cada uno se dirigió a su electorado y ninguno supo diferenciarse de la imagen previamente proyectada. Es posible que todas estas razones sean válidas y expliquen que la aguja de las preferencias electorales se haya mantenido estática.
Para mí la inamovilidad de las preferencias dice otras cosas interesantes. Dice que a los electores les viene sobrando la información. Que así como el 70% de los ciudadanos consideran que los spots son inútiles como fuente de información para decidir su voto, los debates, en los que sí hay información, también son inservibles.
No fueron menores algunos de los datos ofrecidos por Vázquez Mota sobre el desempeño de su adversario Peña Nieto. El estado que él gobernó se encuentra en el lugar 28 en competitividad, es uno de los peores en el índice de corrupción y buen gobierno, ocupa el lugar 31 de 32 en transparencia, es el estado en el que la pobreza alimentaria tuvo mayor crecimiento, la seguridad se deterioró y el índice de homicidios aumentó, su bancada en la Cámara de Diputados frenó la reforma laboral y desfiguró la reforma política. Todos estos datos son comprobables. Pero, en lenguaje panista, toda esta información no movió almas.
Lo mismo puede decirse de la información que dio Peña Nieto sobre los gobiernos panistas: el pobre crecimiento, la disminución en la calidad educativa, el aumento en los índices de corrupción o el crecimiento exorbitante en el número de puestos altos y medios.
La inamovilidad de la preferencia electoral muestra que la elección no es un concurso de trayectorias y capacidades. Mucho menos un concurso de propuestas donde ganan las mejores. Los encuestados fueron indiferentes a las propuestas que se presentaron; se mostraron impasibles frente a las denuncias de corrupción, deshonestidad e ineficacia; resultaron refractarios a los distintos discursos y estilos de los candidatos.
La reacción de los electores frente al debate dice que las elecciones se tratan de cosas muy distintas a las que piensa y exige el círculo rojo. Seguimos pidiendo definiciones, analizando plataformas, advirtiendo de las consecuencias de las propuestas, exhibiendo las trayectorias de los candidatos y exponiendo los actos de corrupción. Insistimos en darle herramientas a los electores cuando todo esto, está claro, es lo que menos importa. Lo que importa es un bazukazo informativo. En su ausencia cada elector se queda con su candidato deshonesto o ineficaz.
Las elecciones tienen siempre algo de inexplicable. Lo explicable no está en las propuestas ni en el desempeño, está en otra parte. Está en la buena o mala distribución de las estructuras territoriales de las maquinarias electorales, está en el voto duro, está en la habilidad de los equipos de campaña, está en la unidad o división de los partidos y su candidato. Está también en la mejor o peor propaganda, en la exposición mediática, en el dinero y en los apoyos corporativos. En todos estos frentes, el PRI y su candidato van a la cabeza.
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