CARMEN ARISTEGUI
Para Silvia Lemus.
El mismo día en que se dio a conocer la sorpresiva muerte de Carlos Fuentes, se publicaba en las páginas de Reforma la segunda parte de su colaboración titulada "Viva el Socialismo. Pero...". El magnífico texto de una despedida que nadie imaginó de esa manera. Repentina, sorpresiva, desconcertante.
No había indicio de que padeciera enfermedad grave o que tuviera algún riesgo médico inminente. Carlos se veía bien. Muy bien. Demasiado bien. Tenía 83.
En ese su último texto publicado, Fuentes evocó ampliamente el pasado de Francia para hablar hoy de su presente. Murió pensando en ese país, en el que representó a México en sus tareas diplomáticas. En Francia descansarán sus restos. En Montparnasse, junto a Natasha y Carlos sus hijos idos.
Carlos murió el 15 de mayo, mismo día en que François Hollande tomó posesión como el nuevo presidente de Francia. Dedicó sus últimas cuartillas a la historia que lo acercó al presente que enfrenta el nuevo mandatario de la nación gala. Lo hizo también para contrastar "el gran talento político de De Gaulle, tan admirado por su opositor Miterrand, con la pequeñez del antecesor inmediato de Hollande, Nicolas Sarkozy". En su último análisis político de la realidad europea, Fuentes echó mano del gigante De Gaulle, para compararlo con el saliente para demostrar su antipatía. A Sarkozy le atribuyó, entre otras cosas, haber dinamitado el "Año de México en Francia".
Su muerte ha consternado porque se va con él una conciencia crítica invaluable y una presencia pública imprescindible. Se va la voz despierta, activa y generosa que siempre tuvo tiempo para los periodistas. Días antes de su muerte conversó con CNN en Argentina y con Francisco Peregil, del diario El País, y se explayó en sus opiniones. No había visos de debilidad o declive de sus capacidades. Habló ahí con la fuerza y la vitalidad que nunca lo abandonaron.
La muerte de Carlos es una muerte que duele. Con ella se pone fin a una tarea ensayística y literaria fundamental para varias generaciones. La lenta y dolida fila que se formó afuera de Bellas Artes, donde se realizó el homenaje nacional, estaba conformada por jóvenes, adultos y ancianos que daban pequeños pasos para acercarse a dar un último adiós al escritor que, de alguna manera, ayudó a conformar parte de sus vidas.
Días atrás corrió la versión sobre la muerte de Gabriel García Márquez, otro grande y amigo suyo. Se atribuyó a Umberto Eco, con una cuenta falsa de Twitter, la versión de una muerte anunciada, que fue felizmente desmentida. Cuando cerca del mediodía del martes 15 de mayo se informó de la muerte de Carlos, muchos tomamos el asunto como una nueva chocarrería de los chistosos que suplantan identidades y esparcen basura en las redes sociales. Nadie lo creyó a la primera. Carlos Fuentes no podía morirse. Se le veía perfecto. Entero. Como un dandy.
Acababa de participar en la Feria del Libro de Buenos Aires. Se anunciaba, horas antes de su muerte, el enésimo reconocimiento a su vasta obra. Tenía un pie para que parte del transporte colectivo del Distrito Federal llevara su nombre en fechas próximas, tal y como sucederá, ahora postmortem, como lo ha confirmado Marcelo Ebrard.
Listo su más reciente libro, Federico en su balcón. Trabajaba, de tiempo atrás, con todos sus años y una vida en la punta de los dedos en Personas, el libro homenaje que quiso hacer para honrar la memoria de aquellos que marcaron su existencia. Concibió este libro para escribir sobre su vida, a partir de la vida de aquellas personas con las que trató y que dejaron huella profunda en su propia biografía. Fue escribiendo de ellas, una a una, sólo a partir de la condición de que para hacerlo tendrían ya que haber dejado este mundo.
El mundo de las letras se manifestó consternado. Vargas Llosa, Mutis y hasta Krauze -del que se encontraba distanciado- lamentaron su muerte junto con muchos otros. La prensa nacional y la internacional dieron cuenta de la muerte de un mexicano universal.
Es cierto que el último texto publicado es sobre Francia. Sin embargo, Fuentes decidió -por alguna razón- escribir, tal vez al vuelo, un último párrafo con una pequeña "nota mexicana". ¿Tendría algún presentimiento? Preocupado e impaciente por candidatos a la Presidencia que no debaten los grandes temas de la actualidad les reclamó estar sólo "...dedicados a encontrarse defectos unos a otros y dejar de lado la agenda del porvenir". Bien harían, los aludidos, en tomar en cuenta las últimas palabras del escritor.
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