martes, 22 de mayo de 2012

PUNTO PARA KEYNES

RICARDO BECERRA LAGUNA

Lo ocurrido este fin de semana en Chicago y Campo David hace parte del forcejeo en el que desde hace cuatro años, se está jugando el destino del mundo desarrollado y cuyo marcador global, desde el inicio de la crisis es: Keynes 3-Friedman 2.

Oigan la apostilla del Presidente Obama al comunicado conjunto de los gobiernos de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Japón y Rusia, emitido ayer domingo: “Todos los líderes aquí reunidos acordaron que el crecimiento y el empleo deben ser nuestra prioridad. Una economía europea estable y en crecimiento es del interés de todos, incluyendo los estadounidenses”.
Todos (aunque Putin no estuvo presente) firmaron esto: "Es imperativo promover el crecimiento y los empleos… Coincidimos en la importancia para la estabilidad y recuperación globales de una eurozona fuerte y cohesionada y afirmamos nuestro interés en que Grecia permanezca en la eurozona a la par que cumple sus compromisos", afirmaron.
Esto contrasta con los discursos previos, venidos de Alemania, Inglaterra y otras partes de Europa, para los cuales, la absoluta prioridad era (sigue siendo) “poner orden en casa”, “desendeudar para asegurar un piso firme al crecimiento”, “austeridad y disciplina” y quizás “una salida ordenada de Atenas de la zona euro”.    
El dilema es de sobra conocido: políticas de activo y masivo estímulo estatal para la reanimación de la demanda versus, políticas monetarias que prescindan del gobierno, para que las finanzas y el cuerpo económico se purguen a si mismos y regrese la confianza.
Es Keynes contra Friedman, el debate económico del siglo XX resucitado y actualizado casi una centuria después. Lo peculiar es que en los últimos cuatro años vimos correr –en película rápida- ese péndulo histórico que ha mantenido de un hilo a la economía y política mundiales.
Esta es la tesis de Henry Farrell y John Quiggin en “Consensus, Dissensus and Economic Ideas: The Rise and Fall of Keynesianism During the Economic Crisis”, texto publicado en marzo y que constituye una suerte de balance periodístico que retrata los momentos claves de las decisiones políticas durante la crisis (a partir de 2007).
La convulsión mundial del crédito se engendró en (y por) la época de Friedman con su liberalización extrema y su desregulación deaforada. Venida la crisis, en uno de sus momentos más álgidos del derrumbe financiero, tras los efectos de la caída de Lehman a finales de 2008, el Ministro alemán de Finanzas (Peer Steinbruck) declaró perplejo: “Los mismos que juraban jamás nunca tocar el gasto público, ahora salen a desparramar miles de millones”. Fue el primer triunfo del estímulo, aunque no duró por mucho tiempo.
De un lado, los recursos invertidos por Obama y la Reserva Federal resultaron insuficientes, apenas los necesarios “para sacar de la mitad del hoyo” a Norteamérica, y por otro, los chicos del Banco Central Europeo encabezados por J.C. Trichet soltaron una rápida ofensiva que hizo durar “a ese picnic keynesiano, la mitad de un año”.   
Las críticas provenientes de la derecha norteamericana, de la banca inglesa y de Berlín, metieron un freno intempestivo e impusieron en la agenda mundial los viejos tópicos del conservadurismo: nada de apoyo presupuestario, nada de deudas y muchas reformas estructurales: suspender la fiesta de quienes han vivido “por encima de lo que producen”.  Friedman retomaba la delantera.
Así, Irlanda protagonizó de nuevo, el papel de alumno neoliberal disciplinado y ejemplar aplicando las más duras políticas de ajuste (redujo el gato público 4 por ciento de su PIB en un solo año). Pero sus frutos fueron todo, menos ejemplares: luego de un tránsito parecido al calvario de nuestro señor: 1% de crecimiento del PIB en 2011, a pesar de tres años continuos de crisis, recesión y desempleo.
Mientras tanto, Obama cosechaba los modestos frutos de un programa atacado virulentamente por la derecha y criticado por la izquierda porque “siempre se quedó corto”. No obstante, la inyección expansiva de dinero fresco e inversiones públicas en Estados Unidos ha logrado hasta ahora tres años consecutivos de crecimiento, si bien inestable y zigzagueante, lo que se explica en parte por el entorno indeciso y voluble en el que se despliega (sobre todo en Europa y Japón).
Luego llegaron Grecia, Portugal y España, territorios en crisis y en los cuales, las decisiones de política han sido “extraordinariamente lentas”. Forcejeando permanentemente con los prejuicios económicos y con las añagazas de las calificadoras, caminando a rastras por la propia mala gestión y negociando con una visión estrecha de Alemania sobre la administración de la crisis en la zona euro.
Este impasse de indecisiones, se ha prolongado por casi un año –victoria de Friedman- en el que las peores noticias económicas suceden a las malas “cosa que seguirá ocurriendo hasta que Alemania reconozca que no hay país que pueda hacer frente a las deudas ahogando su crecimiento económico”, sostienen Farrell y Quiggin.
En esas estábamos, hasta la victoria de Hollande, en Francia. Un nuevo Presidente cuyo triunfo explícito se fundamentó en la “agenda del crecimiento” y cuya primera decisión de política internacional fue abandonar el regazo de Merkel y su doctrina, para apoyarse del otro lado del Atlántico, con el Presidente Obama.
A este hecho le debemos la declaración de ayer: reconocer que la recuperación de la competitividad del económicamente debilitado sur de Europa requiere más inversiones, crecimiento y menos obsesiones con la aritmética deficitaria del corto plazo. Un nuevo punto, anotación de Keynes que espera, como desde hace casi cien años, la respuesta de la ideología y los intereses que defendieron (y que siguen defendiendo) el filósofo Hayek y el economista Friedman.

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