MARÍA AMPARO CASAR
Pasado un tercio de las campañas, Peña Nieto y su partido siguen en un indisputado primer lugar. Si hoy fueran las elecciones y las encuestas reflejaran de manera exacta la preferencia de los mexicanos, el PRI tendría un Presidente con una mayoría de votos igual o mayor al 50%. Alcanzaría con creces el "número mágico" de 162 distritos de mayoría más el 42.8% en la votación de diputados, de forma tal que su fracción parlamentaria lograría entre 266 y 303 diputados o sea entre 53 y 61% de la Cámara baja. Obtendría también entre 67 y 73 senadurías equivalente a entre 52 y 57% de la Cámara alta (Consulta, abril 2012). Para rematar, se quedaría con 22 gubernaturas que suman un padrón de votantes de alrededor del 60%.
Después de 5 años con gobiernos sin mayoría y con una correlación de fuerzas relativamente adversa al partido del Presidente -con sus grandes diferencias en cada legislatura-, Peña Nieto tendría las mejores condiciones numéricas para gobernar a sus anchas.
México volvería a niveles de votación similares a los que obtuvo en su momento Salinas de Gortari y una fotografía de la distribución del poder parecida. Salinas ganó la Presidencia en 1988 con 50.7% de los votos y la mayoría de las Cámaras de diputados y senadores con el 51%. La gran diferencia ahora es que, de ganar, Peña Nieto y el PRI lo harían en condiciones de equidad electoral y sin el escandaloso fraude de 1988. Peña Nieto y el PRI tendrían la legitimidad que dan las urnas.
Lo primero que muestran estos números es que contrario a lo que muchos colegas y el propio Peña Nieto sostenían, el sistema electoral mexicano sí permite crear mayorías. Quedaría demostrado que no hacía falta cambiar el sistema electoral para formar los gobiernos de mayoría que algunos anhelan y juzgan necesarios para el buen desempeño: ni eliminar el sistema de representación proporcional, ni alterar la proporción entre diputados uni y plurinominales, ni descartar el tope de 8% de sobre-representación ni, mucho menos, introducir la cláusula de gobernabilidad. Podrían querer hacerse estos cambios por otros motivos pero esa es otra historia.
El problema no es el de las mayorías, sino qué se hace con ellas y para qué sirven. En el Senado ningún partido tiene hoy la mayoría. Es una Cámara mucho más fragmentada que la de diputados y sin embargo, en su pluralidad, logró acuerdos importantes. En contraste el PRI tiene la mayoría en Cámara de Diputados y su desempeño ha dejado mucho que desear. Congeló y frenó leyes importantes. Peor aún, desperdició su mayoría para impulsar lo que ellos creían eran mejores leyes.
Desde luego que un gobierno de mayoría no equivale a una regresión pero tampoco a un gobierno eficaz, a uno que vele por el interés general o a uno capaz de y dispuesto a impulsar reformas y acciones para generar crecimiento y bie-nestar. Contrario a lo que se piensa, los gobiernos de mayoría no son "el mandato de un gobierno eficaz, de un gobierno capaz de procesar los cambios que la realidad demanda y que 15 años de poder dividido les ha regateado" (Liébano Saénz, Milenio, 28/04/12).
Hay en los sistemas presidenciales casos de gobiernos sin mayoría muy exitosos como los de Lula en Brasil y casos de gobiernos unificados como los de Chávez que no lo son. No hay por qué condenar -ni tampoco glorificar- a los gobiernos unificados si estos quedan formados a partir de elecciones justas y equitativas. Si los ciudadanos desean un gobierno de mayoría, que así sea.
La pregunta de cara a las elecciones es si el electorado quiere un Presidente con más o con menos contrapesos. El votante tiene ante sí diversas opciones de las cuales destacan dos: decidirse por un Presidente que pueda pasar las leyes con su sola voluntad y la de su partido u optar como hasta ahora por un Congreso en el que el partido del Presidente tenga que negociar al menos con otra fuerza política para pasar sus leyes.
La pregunta después de las elecciones, si los números de las encuestas al finalizar abril se materializaran, es qué haría Peña Nieto con sus cómodas mayorías. ¿Impulsaría las reformas legales que en este periodo su partido se negó a proponer o aprobar aún teniendo la fuerza para hacerlo? ¿Utilizaría su poder para por fin suscribir y sancionar la reforma fiscal, la del trabajo, la de telecomunicaciones, la de educación, entre otras? ¿Promovería el federalismo o intentaría someter a los gobernadores? ¿Tendería a incorporar a la oposición o más bien a excluirla?
Los gobiernos sin mayoría como los de mayoría tienen virtudes y problemas. Con los primeros se gana en representatividad, con los segundos no necesariamente en eficacia, pero sí en claridad sobre la responsabilidad. Usted elige.
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