RAÚL CARRANCÁ
Recuerdo los días de oro de la segunda época de los famosos concursos de oratoria de El Universal: Rafael Corrales Ayala, Hugo Cervantes del Río, Hugo Gutiérrez Vega, Manuel Osante López, Genaro y Gonzalo Vázquez Colmenares, Alfredo Hurtado Hernández, Miguel Cobián Pérez, Porfirio Muñoz Ledo y quien esto escribe, entre otros. Y ni qué decir de la primera época: Arturo García Formentí, Alejandro Gómez Arias, Andrés Serra Rojas, Efraín Brito Rosado, Salvador Azuela, José Muñoz Cota. Esa era oratoria y por supuesto debate, controversia y contienda ideológica, cultura, talento. Y ni qué decir también de los grandes maestros que escuchamos en la Facultad de Derecho de la UNAM: Mariano Ruiz Funes, Luis Jiménez de Asúa, Niceto Alcalá Zamora y Castillo, Raúl Carrancá y Trujillo, Luis Recasens Siches, Rafael Preciado Hernández. Y muchos más cuyos nombres se revuelven en el torbellino de la memoria, que no la resonancia de su magnífico verbo. Lo recuerdo porque causó grima el "debate" del pasado domingo, si a evocaciones y comparaciones vamos. En efecto, una moderadora cuya sonrisa forzada contrastaba con el evento y con la seriedad oficial de los participantes, un candidato dizque puntero que se dirigió a nosotros, los electores, hablándonos confianzudamente de "tú", un duelo de ataques y agresiones de muy mal gusto entre los abanderados del PAN y del PRI. En fin, se esperaba más del debate, muchísimo más, pero lo que resaltó sobre manera fueron promesas y compromisos, notario o no de por medio, y afirmaciones en algunos casos extrañas, desafortunadas, como la de Peña Nieto quien dijo estar de acuerdo con el método constitucional para el nombramiento de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (con un verdadero voto de calidad -intromisión de un Poder en otro-, del Presidente de la República). Tal parece que se anticipó a conservar (si es que gana) el privilegio del control sobre el alto tribunal. A su vez el elector se quedó con una información muy pobre. Por ejemplo, ir retirando al Ejército -dijo Peña Nieto-, paulatinamente, hasta que haya una buena policía que lo substituya. O sea, ¿ir impidiendo paulatinamente la violación constitucional de permitir que el Ejército siga donde está, pues no hay ninguno fundamento en la Carta Magna -esto no se analizó-, que lo autorice a ello? Y para colmo, entre lo revuelto de argumentos e ideas, la señora Vázquez Mota insistiendo e insistiendo en retirar el fuero a ciertos servidores públicos. Me pregunto si habrá leído el artículo 13 constitucional que expresamente prohíbe el fuero. ¿Qué retira o retirará, entonces? Y la misma señora, con gesto adusto, se comprometió a implantar -si es que triunfa-, la prisión perpetua para aquellos funcionarios que prevariquen. ¿Sabrá, acaso, que tal prisión se opone abiertamente a los artículos 18 y 22 de la Constitución? ¿Por qué entonces ni siquiera sugirió primero la reforma de los mismos? Su impreparación y falta de conocimiento en el tema fue evidente. Y Quadri, que a mi juicio remontó la idea que se tenía de él, habló muy por encima del penitenciarismo y de la crisis en las cárceles, con una ignorancia total del asunto.
Pero hay algo grave y es la tesis acerca del petróleo. Nadie, salvo López Obrador, midió o calculó siquiera la profundidad del artículo 27 constitucional, porque la idea de privatizar, que expuso Peña Nieto, pasó por alto la prohibición tajante de las concesiones y contratos. Y tampoco aludió a una posible reforma de ese artículo. ¿Evadió tan delicada cuestión? En suma, el debate fue una debacle. Desde luego hay que tener en cuenta el poco tiempo con que contaron los debatientes y la naturaleza confusa y desordenada de las preguntas, pero en términos generales el nivel fue muy pobre. Ya sé que López Obrador ha sostenido que su estrategia fue a su vez la de poner frente al elector temas fundamentales. Y lo logró, ganando en su propósito. Pero lo del domingo estuvo muy lejos de ser un auténtico debate. En cambio fue casi un pleito de vecindad, mal disfrazado de una supuesta ironía. Y en ello cayeron todos. No me explico, concluido aquél, con qué clase o tipo de ideas, conclusiones, definiciones, se habrá quedado el elector. ¡Y vamos a elegir el día primero de julio a un Presidente de la República!
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