RODRIGO MORALES MANZANARES
¿Curiosa sin duda la nueva forma de hacer campañas políticas en México. Estamos a 80 días de la jornada electoral y el clima político dista mucho del entusiasmo que se vivió en las elecciones presidenciales precedentes. Algunas novedades pueden ayudar a entender esta suerte de parsimonia.
La ley electoral aportó nuevas reglas (duración de las campañas, nuevo modelo de comunicación política, debates, restricciones a las autoridades, etcétera) frente a las cuales los partidos políticos lo que han hecho es incrementar el número de quejas. Al final del día, la sensación es que las normas no son firmes, que cualquier acuerdo del Consejo General o sentencia de la Sala Superior puede abrir nuevos resquicios o cerrar alternativas, y que los partidos, por tanto, están más atentos a denunciar al de enfrente o defenderse de los otros, que a desplegar, bajo la nueva normatividad, una campaña política que merezca ese apelativo. La queja, como el nuevo instrumento privilegiado de la propaganda.
Por otro lado, los medios han aportado una sistemática incomodidad con las nuevas reglas, lo que ha contribuido a debilitar la imagen de las autoridades electorales y a alejar el posible entusiasmo con los comicios; si las reglas son malas y las autoridades desconfiables, qué sentido tiene involucrarse en un proceso con esos antecedentes.
Adicionalmente, hay que registrar el auge de las encuestas electorales. He ahí otra novedad interesante, no sólo por la difusión que hoy alcanzan esos ejercicios demoscópicos, sino por lo que reportan: hoy las preferencias electorales parecen estabilizarse, de modo que da la impresión de que la variable a despejar el día de la jornada electoral no es quién ganará, sino quiénes ocuparán la segunda y la tercera posiciones. Ello, sin duda, no es un elemento que contribuya al entusiasmo ciudadano. Las campañas son cortas y las novedades o vuelcos no ocurren. Buen guión para el aburrimiento.
El espacio más dinámico, menos acartonado, de las campañas, son las redes sociales. Sin embargo, tampoco es muy claro cuál es la espontaneidad real en las redes y, sobre todo, cuál es el impacto potencial en las preferencias. Si nos atenemos a lo que reportan las encuestas, da la impresión de que ese espacio libre de restricciones, en donde la guerra sucia, la creatividad y las faltas de respeto se expresan con amplitud, no está influyendo en lo que los electores encuestados dicen. Ser crucificado o alabado en las redes sociales, contar con los recursos para atacar o defenderse en esos medios, no parece hacer diferencia todavía en las preferencias electorales.
En fin, que lo que tenemos es un coctel de restricciones y desconfianzas que lo único que no han generado es el entusiasmo normal que se vive en tiempos de campaña. Los partidos han terminado por hacer una apropiación de las reglas, que inhibe la política. Las campañas no despegan. Más allá de los tropiezos o los aciertos de algunos candidatos, la competencia parece congelada. El centro estratégico está apostado a la lealtad a la imagen diseñada, antes que a la deliberación o el convencimiento. Ojalá los partidos no contagien demasiado ese ánimo y no hagan que las elecciones se tornen algo irrelevante para los ciudadanos.
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