JORGE ALCOCER
Son obligados anfitriones del respectivo candidato presidencial; les corresponde la responsabilidad del mitin principal, que todo funcione y el acarreo cumpla con llenar la plaza o el estadio... y que la gente no se vaya antes de tiempo. Cumpliendo el papel de teloneros, arengan al respetable antes de que hable la estrella del mitin, al que acompañan en el ritual baño de pueblo. Son los gobernadores.
En el cumplimiento de esas tareas, el exceso es mérito, el derroche es virtud. Se trata de mostrar al candidato el músculo propio; de hacerle ver que la capacidad de movilizar a miles de personas, desde las precarias colonias urbanas, los municipios y rancherías más recónditos, es resultado del cariño y aprecio que los acarreados tienen por el señor gobernador, ¡faltaba más! El abrazo y la frase "muy bien, mi góber" iluminan el futuro de quienes preparan maletas, por si se ofrece.
En la correspondencia de favores y torneos de mutuas alabanzas, los presidenciables omiten hacer referencia a las críticas por la desastrosa gestión de varios de sus correligionarios, que gobiernan su respectivo estado, en plenitud de ineficacia, como si fuesen virreyes.
La crítica, cuando existe, viene del candidato del partido de enfrente, pero la obscuridad en la casa propia apaga los candiles callejeros. Las complicidades son una intrincada madeja; en campaña no hay espacio a la autocrítica. El futuro de los virreyes se decidirá cuando el que gane esté bien sentado y afianzado en la silla. No vaya a pasar lo que en 2006.
La balcanización del poder, corolario de la primera alternancia, condujo a la ineficacia de los instrumentos para la rendición de cuentas de los gobiernos estatales y municipales; y también los debilitó en el ámbito federal, en los poderes y organismos autónomos. En 12 años no se avanzó un ápice en hacer del federalismo palanca para la mejor distribución y legal uso de los recursos y bienes públicos; para el equilibrio de poderes y entre órdenes de gobierno; por el contrario, el feuderalismo ha sentado sus reales.
Los estados y municipios funcionan bajo las reglas de los feudos; los gobernadores actúan como amos y señores de toda su comarca, los alcaldes y regidores como pequeños señores feudales que disponen de tres años para saquear y retirarse. Para que la corrupción opere sin castigo, su cemento es la complicidad y la debilidad extrema de las instituciones.
¿Qué pensarán al respecto los presidenciables? Uno fue jefe de Gobierno del DF, el otro gobernador del Estado de México; ella fue dos veces secretaria de Estado, en áreas de intensa relación con gobiernos estatales y municipales.
¿Qué harán para retornar al camino del federalismo y terminar de tajo con el feuderalismo?
La pregunta tiene mayor significado tratándose de Enrique Peña Nieto, no solo por su condición de puntero en las preferencias de voto, sino también por su recién terminada gestión como gobernador del Estado de México, el de mayor población y recursos. Por su experiencia de seis años, cabe pedir al mexiquense que formule y comparta una evaluación de la transparencia y rendición de cuentas en los tres órdenes de gobierno; de cómo hacer efectivas las responsabilidades de gobernadores y alcaldes, para obligarlos a cumplir la Constitución y las leyes y, sobre todo, qué hará para acabar con la corrupción que invade hasta el último poro de los gobiernos.
De ser el próximo presidente de México, Enrique Peña Nieto convivirá, en el ejercicio del poder, con mayoría de gobernadores de su mismo partido (podrían ser 22, por 10 de otros partidos; incluyo al DF) y podría contar con mayoría absoluta en una o las dos Cámaras federales.
¿Cuál será su estilo personal de gobernar?
El de la persistencia de las complicidades mutuas es el más fácil y el más ruinoso, para él como Presidente y para México, como sociedad y nación. El autoritarismo, la destitución a la vieja usanza del gobernador incómodo, impunidad de por medio, es el camino de la restauración. Para restablecer y dar vigor al federalismo, lo primero es poner en acto sus bases constitucionales y hacerlas valer, sin diferencia de origen partidista.
Cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes es el primer requisito para la rendición de cuentas con transparencia y así acabar con el cáncer de la corrupción y la impunidad.
¿Es mucho pedir?
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