lunes, 18 de abril de 2011

FRENTE AL ESPEJO

DENISE DRESSER

"Pinche gringo", le grita un automovilista al pasar al lado de donde mi esposo recoge la basura en la calle, cerca del Bosque de Chapultepec. Y bueno, se puede entender el motivo de la confusión porque tiene el cabello rubio, los ojos verdes y mide 1.96. Pero resulta que es canadiense y aún más importante, es ser humano. Miembro de un grupo universal, cuyos derechos deberían trascender la raza, la etnia, el color de piel, la nacionalidad misma. Sin embargo -una y otra vez- se enfrenta a frases discriminatorias que son dardos, epítetos xenófobos que son flechas, expresiones intolerantes que revelan el rostro oscuro de México. Un país que es un maravilloso rompecabezas en su diversidad de etnias, culturas, edades, formas de pensar, de creer, de amar. Pero un rompecabezas incompleto todavía. Porque aún hay millones de individuos a los cuales se les deja fuera, se les discrimina, se les odia, se les golpea, se les trata como ciudadanos de segunda clase. Por sexo, por discapacidad, por ser joven, niña o niño, persona adulta mayor. Por origen étnico, por apariencia, por nacionalidad, por preferencia sexual, por ser migrante. Indígenas a quienes se les niega el ejercicio igualitario de libertades y oportunidades. Mujeres a las cuales se les excluye y se les pone en desventaja. Homosexuales sometidos a la intolerancia sistemática, injusta e inmerecida. Ciudadanos a quienes se les violan sus derechos, a toda hora, todos los días. Como lo revela la primera Encuesta Nacional Sobre Discriminación, somos "una sociedad con intensas prácticas de exclusión, desprecio y discriminación hacia ciertos grupos" y "la discriminación está fuertemente enraizada y asumida en la cultura social, y se reproduce por medio de valores culturales". Cuesta trabajo sabernos así, asumirnos así, vernos así. Usando la frase de Doris Sommer, México vive con una serie de "ficciones fundacionales". México se cubre la cara con la máscara de los mitos. El mito del país mestizo, incluyente, tolerante. El mito del país que es clasista mas no racista. El mito del país que abolió la esclavitud y con ello eliminó la discriminación. El mito del país progresista donde un indio zapoteca pudo ser Presidente. Esas ficciones indispensables, esas ideas aceptadas: el mestizaje civilizador, el indio noble, la mujer como Madre Patria, la revolución igualitaria, la cultura acogedora. Esas medias verdades que son como bálsamo, como ungüento, como antifaz. Esas mentiras aceptadas que ocultan la realidad de un país poco dispuesto a confrontarla. Donde nadie nunca se declara homofóbico o racista o machista o xenófobo o en favor de la violencia. Donde muchos por acción u omisión lo son y lo están. De allí la importancia de colocar un espejo frente al rostro de México. De enfrentar la verdad de un país que -aún sin reconocerlo- ha tenido y mantenido dinámicas de discriminación, avaladas por el silencio y reforzadas por la invisibilidad. De allí la importancia de la segunda Encuesta Nacional sobre Discriminación que evidencia, enumera, enfrenta, expone. Un país donde 30.1 por ciento de las personas con educación secundaria no estarían dispuestas a permitir que en su casa vivieran personas con alguna discapacidad. Donde 28.1 por ciento no permitirían que vivieran personas de otra raza. Donde 30.1 por ciento no permitirían que vivieran extranjeros. Donde 32.5 por ciento no permitiría que vivieran personas con una cultura distinta. Donde 30.5 no permitiría que vivieran personas con ideas políticas distintas a las suyas. Donde 30.1 por ciento no permitiría que vivieran homosexuales o lesbianas. Donde no tener dinero, la apariencia física, la edad y el sexo son las condiciones más identificadas por la población cuya dignidad ha sido herida. Donde 3 de cada 10 mexicanos niegan o condicionan los derechos de los demás. Estos prejuicios mutilan tanto a los que odian como a los que son odiados, robando a ambos de lo que podrían ser como personas. Impiden apreciar todo lo bueno que hay detrás de las apariencias. Revelan una cultura estrecha, temerosa, excluyente, en la cual una tercera parte de la población juzga con los ojos y no piensa con la mente. Evidencian el enorme desafío de nacionalizar la agenda antidiscriminatoria y educar a los mexicanos para la respeto a la diversidad. Estos prejuicios convierten a México en un lugar donde -parafraseando a Martin Luther King- los hombres y las mujeres son juzgadas por el color de su piel o por su preferencia sexual, y no por el contenido de su carácter. Por ello, como señala Ricardo Bucio, el presidente del Conapred, es fundamental entender y cuestionar las propias percepciones y prácticas. Es imperativo conocernos de mejor manera, confrontar parte de nuestra realidad, entender que la igualdad es el sentido primigenio de la democracia y también su horizonte de llegada. Para que las mentes cerradas vayan acompañadas de bocas cerradas. Para que después de mirarse frente al espejo, ningún mexicano pueda decir "naco" o "joto" o "indio desarrapado" o "pinche gringo" sin avergonzarse por ello.

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