El cantante del conjunto musical de moda grita desde el escenario: "son lo máximo" y el público aúlla de felicidad. El líder del grupo ha utilizado el recurso más probado para caerle bien al respetable: elogiar a esa masa indiferenciada que baila, goza y se enciende al ritmo de la banda. Le atribuye unas cualidades que nadie en su sano juicio puede convalidar, pero que al público le suena -o finge que le suena- como un reconocimiento a sus virtudes.
El político en turno le habla a su auditorio en un gran salón de actos y sabe que existe un recurso -utilizado hasta la saciedad- que al parecer nunca se desgasta: elogiar sin medida al pueblo, a la sociedad (y si es civil mejor), a la gente. No sólo se trata de bloques compactos, sino de las fuentes de todas las probidades. "Porque el pueblo solidario..."; "Porque la sociedad civil cuya entereza, trabajo, honorabilidad..."; "Porque la gente repudia la intolerancia, la discriminación, el fraude...".
El comentarista contrapone a la impoluta sociedad a la pervertida clase política, al noble pueblo a la incapaz burocracia estatal, a la animosa nación con las displicentes direcciones partidistas. El mundo se divide en dos como en un buen cuento de Cachirulo: los nobles contra los fanfarrones, los valientes contra los zafios. Es fácil, tiene su pegue. No importa que sea mentira.
Cuando hablamos del pueblo, la sociedad, la gente, hacemos alusión a continentes enormes, diferenciados, contradictorios, portadores de valores y antivalores. Sabemos o intuimos que en esos inconmensurables agregados hay de todo como en botica, pero un resorte simplificador, útil, manipulador, nos lleva a usar esas inabarcables denominaciones como una fórmula eficaz del lenguaje. Al convertirlos en depositarios de cualidades sin fin estamos haciendo un acto de demagogia. Y algo peor, negándonos a comprender las dificultades de la vida en común, de la vida en sociedad.
La fea introducción anterior (me) sirve para comentar los resultados de la Encuesta Nacional Sobre Discriminación en México realizada por el Conapred, en la que se documentan varias de las pulsiones preocupantes que anidan en la sociedad. Se trata de los resortes intolerantes, discriminatorios, excluyentes, que cualquier observador medio constata (o puede constatar) todos los días, pero que se esconden tras la bruma del pueblo preclaro y compasivo que tanto explotan los charlatanes.
El 44.1 y el 43.7 por ciento de los mexicanos no acepta vivir bajo el mismo techo que lesbianas u homosexuales; el 24.2 no admite que en su casa vivan personas de otra religión y el 26.6 no permite a extranjeros. En Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro, el 31 por ciento de las personas justifican en alguna medida pegarle a los niños buscando que obedezcan. "No tener dinero, la apariencia física, la edad, el sexo y la religión son las condiciones más identificadas por la población que ha sentido que sus derechos no han sido respetados". Los porcentajes que respondieron a la pregunta, "en lo personal, ¿alguna vez ha sentido que sus derechos no han sido respetados por" las causas antes enunciadas son: 31.6, 24.5, 24.1, 23.5 y 20.5. "El principal problema que perciben las minorías étnicas es la discriminación; seguido de la pobreza y el desempleo". "Tres de cada diez personas que pertenecen a alguna minoría religiosa consideran que su principal problema es el rechazo y la falta de aceptación; mientras que una proporción similar considera que su principal problema son las burlas y la falta de respeto". El 26.7 por ciento de los niños respondió que sus padres les habían pegado. "De las personas que realizan trabajo del hogar, 8 de cada 10 no cuentan con seguro médico, 6 de cada 10 no tienen vacaciones y casi la mitad no recibe aguinaldo".
No es un asunto solamente mexicano. Esas pulsiones discriminatorias están presentes en todo el orbe. No son una cualidad exclusiva nuestra. Y es posible que se repartan de manera equitativa a lo largo y ancho del planeta. Apenas el lunes leíamos del avance electoral de la ultraderecha finlandesa. Los autodenominados "Verdaderos Finlandeses" (el nombre ya es en sí mismo todo un programa) se convirtieron en la tercera fuerza en el parlamento explotando una retórica antiinmigrante a pesar de que su país es de los que menos extranjeros ha recibido (sólo el 3.5 por ciento de la población es inmigrante). Y algo similar sucede en la República Dominicana con relación a los haitianos, en Alemania con los turcos o en Estados Unidos con los mexicanos. Y agrégale usted. El viejo refrán es sabio: mal de muchos es consuelo de tontos.
Por ello, porque las sociedades y los pueblos activan con facilidad profundos resortes discriminatorios, es por lo que se necesitan educación para la convivencia de la diversidad, políticas para atajar las exclusiones y construir las condiciones materiales e institucionales que igualen a las personas y normas para penalizar a quienes discriminan a sus semejantes.
El político en turno le habla a su auditorio en un gran salón de actos y sabe que existe un recurso -utilizado hasta la saciedad- que al parecer nunca se desgasta: elogiar sin medida al pueblo, a la sociedad (y si es civil mejor), a la gente. No sólo se trata de bloques compactos, sino de las fuentes de todas las probidades. "Porque el pueblo solidario..."; "Porque la sociedad civil cuya entereza, trabajo, honorabilidad..."; "Porque la gente repudia la intolerancia, la discriminación, el fraude...".
El comentarista contrapone a la impoluta sociedad a la pervertida clase política, al noble pueblo a la incapaz burocracia estatal, a la animosa nación con las displicentes direcciones partidistas. El mundo se divide en dos como en un buen cuento de Cachirulo: los nobles contra los fanfarrones, los valientes contra los zafios. Es fácil, tiene su pegue. No importa que sea mentira.
Cuando hablamos del pueblo, la sociedad, la gente, hacemos alusión a continentes enormes, diferenciados, contradictorios, portadores de valores y antivalores. Sabemos o intuimos que en esos inconmensurables agregados hay de todo como en botica, pero un resorte simplificador, útil, manipulador, nos lleva a usar esas inabarcables denominaciones como una fórmula eficaz del lenguaje. Al convertirlos en depositarios de cualidades sin fin estamos haciendo un acto de demagogia. Y algo peor, negándonos a comprender las dificultades de la vida en común, de la vida en sociedad.
La fea introducción anterior (me) sirve para comentar los resultados de la Encuesta Nacional Sobre Discriminación en México realizada por el Conapred, en la que se documentan varias de las pulsiones preocupantes que anidan en la sociedad. Se trata de los resortes intolerantes, discriminatorios, excluyentes, que cualquier observador medio constata (o puede constatar) todos los días, pero que se esconden tras la bruma del pueblo preclaro y compasivo que tanto explotan los charlatanes.
El 44.1 y el 43.7 por ciento de los mexicanos no acepta vivir bajo el mismo techo que lesbianas u homosexuales; el 24.2 no admite que en su casa vivan personas de otra religión y el 26.6 no permite a extranjeros. En Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro, el 31 por ciento de las personas justifican en alguna medida pegarle a los niños buscando que obedezcan. "No tener dinero, la apariencia física, la edad, el sexo y la religión son las condiciones más identificadas por la población que ha sentido que sus derechos no han sido respetados". Los porcentajes que respondieron a la pregunta, "en lo personal, ¿alguna vez ha sentido que sus derechos no han sido respetados por" las causas antes enunciadas son: 31.6, 24.5, 24.1, 23.5 y 20.5. "El principal problema que perciben las minorías étnicas es la discriminación; seguido de la pobreza y el desempleo". "Tres de cada diez personas que pertenecen a alguna minoría religiosa consideran que su principal problema es el rechazo y la falta de aceptación; mientras que una proporción similar considera que su principal problema son las burlas y la falta de respeto". El 26.7 por ciento de los niños respondió que sus padres les habían pegado. "De las personas que realizan trabajo del hogar, 8 de cada 10 no cuentan con seguro médico, 6 de cada 10 no tienen vacaciones y casi la mitad no recibe aguinaldo".
No es un asunto solamente mexicano. Esas pulsiones discriminatorias están presentes en todo el orbe. No son una cualidad exclusiva nuestra. Y es posible que se repartan de manera equitativa a lo largo y ancho del planeta. Apenas el lunes leíamos del avance electoral de la ultraderecha finlandesa. Los autodenominados "Verdaderos Finlandeses" (el nombre ya es en sí mismo todo un programa) se convirtieron en la tercera fuerza en el parlamento explotando una retórica antiinmigrante a pesar de que su país es de los que menos extranjeros ha recibido (sólo el 3.5 por ciento de la población es inmigrante). Y algo similar sucede en la República Dominicana con relación a los haitianos, en Alemania con los turcos o en Estados Unidos con los mexicanos. Y agrégale usted. El viejo refrán es sabio: mal de muchos es consuelo de tontos.
Por ello, porque las sociedades y los pueblos activan con facilidad profundos resortes discriminatorios, es por lo que se necesitan educación para la convivencia de la diversidad, políticas para atajar las exclusiones y construir las condiciones materiales e institucionales que igualen a las personas y normas para penalizar a quienes discriminan a sus semejantes.
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