jueves, 18 de junio de 2009

CIUDADANOS SIN PARTIDO

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Los mexicanos hemos aprendido que el enunciado “todavía no estamos preparados para...” encierra por regla general enormes falacias.
El éxito de la democracia radica en un delicado equilibrio entre libertad individual y representatividad; cuando la libertad individual suplanta los mecanismos de la representatividad se puede caer en los riesgos del caudillismo, de los liderazgos mesiánicos y de la invasión de lo privado en el mundo de lo público; cuando los organismos de representación se exceden y pierden el nexo con los ciudadanos a quienes debieran representar, se corre el riesgo de que la política se vuelva patrimonio de los partidos y dejen a los ciudadanos sin voz. Ambos extremos son desastrosos para cualquier ejercicio democrático.
Las candidaturas independientes —en estricto sentido todas, porque ninguna puede depender sino de sí misma en su conformación al amparo de la ley— son uno de los temas que más llaman nuestra atención, primero, porque parecen sumamente atractivas en términos de discurso político, pues apelan al más sagrado de nuestros derechos, el de la libertad; segundo, porque parecen suprimir uno de los elementos que más trabajo cuesta entender dentro del esquema de la vida política: el de los cuerpos intermedios entre el ciudadano y quienes legítimamente ejercen el poder.
Aparentemente, en una democracia ideal, cada ciudadano podría concurrir a la formación de la voluntad popular, presentando una iniciativa de ley o bien lanzándose como candidato para ocupar un cargo público sin necesidad de pertenecer o de ser reconocido por algún órgano intermedio del poder y el pueblo. Sin embargo, en la democracia real este ideal parece no funcionar del todo. Por una parte, quien concurre a la elección sin el apoyo de un partido político —cuyas prerrogativas, ingresos y egresos están controlados— o, por otra, en una sociedad compleja, es difícil encontrar a una persona que, por sí misma, pueda decirse que representa a grandes estratos o grupos ciudadanos. Dicho de otro modo, lo que enriquece la vida de los partidos es su capacidad para arropar y dar voz a las ideas de un grupo más o menos amplio de ciudadanos. Un riesgo muy fuerte para las democracias consiste en sustituir el debate de las ideas por el de las personalidades.
Los mexicanos hemos aprendido que el enunciado “todavía no estamos preparados para...” encierra por regla general enormes falacias; siguiendo la lógica de ese discurso, nunca estaríamos listos para los temas frontera, como el aborto, la biotecnología, la democracia o las libertades individuales. Una sociedad se va formando en el ejercicio de sus derechos, la madurez política no se alcanza al cabo del cumplimiento de ciertas asignaturas históricas, sino se va construyendo constantemente, en cada elección y en cada día en que se manifiesta, en sus mil y una caras diferentes, la participación de los ciudadanos. Por eso el tema de las candidaturas ciudadanas no es uno de madurez política, sino más bien de estructuras democráticas.
Pero el tema está ahí, la discusión no se ha agotado y, entonces, el mensaje de la ciudadanía merece ser explorado, si un grupo importante de ciudadanos considera que el tema debe ser abordado y si se esgrimen buenos argumentos en su favor, tal vez debamos preguntarnos no sólo si no debiéramos considerar este tipo de candidaturas dentro de nuestra legislación, sino qué es lo que los partidos políticos no están haciendo correctamente para dejar satisfecho al electorado. Seguramente, por ahí, encontraremos algunas respuestas a los temas que tanto nos preocupan.

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