La Universidad Nacional Autónoma de México obtuvo el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2009. Para el jurado del premio, tres son los atributos centrales que hicieron a la UNAM merecedora de este reconocimiento: 1) la acogida de nuestra universidad a ilustres personalidades del exilio español tras la Guerra Civil de 1936-1939; 2) el impulso a importantes corrientes del pensamiento humanístico, liberal y democrático en Iberoamérica, nutriéndola de valiosos intelectuales y científicos y 3) haber extendido su influjo creando una extraordinaria variedad de instituciones que amplían el mundo académico y lo entroncan en la sociedad a la que sirven.
Entre las muchas cualidades que reúne la UNAM, conviene valorar las razones que motivaron la decisión del jurado por su relevante actualidad. En primer lugar, la vocación de la universidad abierta al mundo, cosmopolita, comprometida con el derecho y con el pensamiento ilustrado cuando abrió las puertas de sus aulas a los pensadores del exilio español. Esa recepción de la UNAM —que también fue en su momento del gobierno de México, gracias al abrigo a los republicanos españoles que impulsó el general Lázaro Cárdenas— no fue un acto neutro, sino que significó una toma de postura explícita de la institución frente a los atropellos del franquismo.
Ese compromiso de la UNAM se ratificaría en los hechos al recibir, en otro momento histórico más cercano, a un nutrido número de intelectuales latinoamericanos exiliados de las dictaduras militares de los años 70 y 80. Es esa la UNAM que se reconoce y se premia: la que ha sabido, de manera explícita, defender la legalidad democrática y abrir sus puertas al pensamiento crítico y progresista del mundo.
La segunda cualidad, vinculada con la primera, que se reconoce a la UNAM para otorgarle el Premio Príncipe de Asturias es su impulso a las corrientes humanistas, liberales y democráticas. La pertinencia de valorar el pensamiento que pone en primer término al ser humano, a sus libertades, así como al derecho igualitario de los ciudadanos para participar democráticamente en las decisiones públicas que les afectan, va a contracorriente de las tesis dominantes a lo largo de las últimas décadas en el mundo, identificadas con el “pensamiento único” y la supremacía del mercado.
Este reconocimiento a la UNAM llega cuando el mundo asiste a la recesión económica más severa desde la Gran Depresión de 1929. Esta vez, la crisis tuvo su epicentro en la mayor economía del orbe, Estados Unidos, y es producto de la sobredesregulación hacia los mercados financieros que permitió una espiral de especulación, ganancia rápida, opacidad y quiebra, con alcances aún imprevisibles sobre la economía real, las empresas y las familias. Fue la ausencia de Estado, la abdicación política para velar por el interés público, lo que condujo a esta ola de destrucción de empleo y contracción productiva a escala planetaria. Sería deseable que el reconocimiento que se hace desde el extranjero a la UNAM sea compartido también en nuestro país, empezando por quienes tienen responsabilidades gubernamentales, para revalorar la importancia de lo público y de las instituciones públicas en la construcción de una senda de desarrollo incluyente para México.
El tercer atributo de la UNAM que valoró el jurado del Premio Príncipe de Asturias fue su capacidad para contribuir a la creación de múltiples instituciones académicas y vincularlas con la sociedad. En efecto, la UNAM se ha extendido, pero lo ha hecho más allá de su dimensión institucional, a través de las contribuciones de sus egresados como científicos, intelectuales y técnicos en otros espacios de enseñanza, investigación y difusión de la cultura. De lo anterior puede desprenderse que la capacidad de México para contar con una plataforma científica, tecnológica y de reflexión del devenir social propia no puede descansar en una sola institución, por importante que ésta sea, sino que es pertinente multiplicar instituciones que, como la UNAM, con carácter público, repliquen y potencien las contribuciones de la Universidad Nacional.
El Premio Príncipe de Asturias a la UNAM es motivo de satisfacción y orgullo colectivos. Este reconocimiento a la pertinencia y a la riqueza de la UNAM debería de servir también para que los universitarios nos hagamos cargo, sin ambages ni temores, de los problemas que aún aquejan a nuestra casa de estudios (problemas en la calidad formativa de nuestras áreas masificadas, como el bachillerato; la simulación en la tarea de no pocos colegas; la desvinculación entre docencia e investigación; la necesaria renovación de la planta académica, entre otros). Lo anterior porque el mejor servicio que podemos hacer al legado de las generaciones que nos precedieron, y a la noble institución en la que laboramos, es depositar nuestro esfuerzo y compromiso intelectual en la tarea de reconocer y resolver lo que no marcha bien.
Entre las muchas cualidades que reúne la UNAM, conviene valorar las razones que motivaron la decisión del jurado por su relevante actualidad. En primer lugar, la vocación de la universidad abierta al mundo, cosmopolita, comprometida con el derecho y con el pensamiento ilustrado cuando abrió las puertas de sus aulas a los pensadores del exilio español. Esa recepción de la UNAM —que también fue en su momento del gobierno de México, gracias al abrigo a los republicanos españoles que impulsó el general Lázaro Cárdenas— no fue un acto neutro, sino que significó una toma de postura explícita de la institución frente a los atropellos del franquismo.
Ese compromiso de la UNAM se ratificaría en los hechos al recibir, en otro momento histórico más cercano, a un nutrido número de intelectuales latinoamericanos exiliados de las dictaduras militares de los años 70 y 80. Es esa la UNAM que se reconoce y se premia: la que ha sabido, de manera explícita, defender la legalidad democrática y abrir sus puertas al pensamiento crítico y progresista del mundo.
La segunda cualidad, vinculada con la primera, que se reconoce a la UNAM para otorgarle el Premio Príncipe de Asturias es su impulso a las corrientes humanistas, liberales y democráticas. La pertinencia de valorar el pensamiento que pone en primer término al ser humano, a sus libertades, así como al derecho igualitario de los ciudadanos para participar democráticamente en las decisiones públicas que les afectan, va a contracorriente de las tesis dominantes a lo largo de las últimas décadas en el mundo, identificadas con el “pensamiento único” y la supremacía del mercado.
Este reconocimiento a la UNAM llega cuando el mundo asiste a la recesión económica más severa desde la Gran Depresión de 1929. Esta vez, la crisis tuvo su epicentro en la mayor economía del orbe, Estados Unidos, y es producto de la sobredesregulación hacia los mercados financieros que permitió una espiral de especulación, ganancia rápida, opacidad y quiebra, con alcances aún imprevisibles sobre la economía real, las empresas y las familias. Fue la ausencia de Estado, la abdicación política para velar por el interés público, lo que condujo a esta ola de destrucción de empleo y contracción productiva a escala planetaria. Sería deseable que el reconocimiento que se hace desde el extranjero a la UNAM sea compartido también en nuestro país, empezando por quienes tienen responsabilidades gubernamentales, para revalorar la importancia de lo público y de las instituciones públicas en la construcción de una senda de desarrollo incluyente para México.
El tercer atributo de la UNAM que valoró el jurado del Premio Príncipe de Asturias fue su capacidad para contribuir a la creación de múltiples instituciones académicas y vincularlas con la sociedad. En efecto, la UNAM se ha extendido, pero lo ha hecho más allá de su dimensión institucional, a través de las contribuciones de sus egresados como científicos, intelectuales y técnicos en otros espacios de enseñanza, investigación y difusión de la cultura. De lo anterior puede desprenderse que la capacidad de México para contar con una plataforma científica, tecnológica y de reflexión del devenir social propia no puede descansar en una sola institución, por importante que ésta sea, sino que es pertinente multiplicar instituciones que, como la UNAM, con carácter público, repliquen y potencien las contribuciones de la Universidad Nacional.
El Premio Príncipe de Asturias a la UNAM es motivo de satisfacción y orgullo colectivos. Este reconocimiento a la pertinencia y a la riqueza de la UNAM debería de servir también para que los universitarios nos hagamos cargo, sin ambages ni temores, de los problemas que aún aquejan a nuestra casa de estudios (problemas en la calidad formativa de nuestras áreas masificadas, como el bachillerato; la simulación en la tarea de no pocos colegas; la desvinculación entre docencia e investigación; la necesaria renovación de la planta académica, entre otros). Lo anterior porque el mejor servicio que podemos hacer al legado de las generaciones que nos precedieron, y a la noble institución en la que laboramos, es depositar nuestro esfuerzo y compromiso intelectual en la tarea de reconocer y resolver lo que no marcha bien.
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