Acabo de regresar de Guadalajara, a donde fui para participar en el homenaje a Cristina Romo Gil con motivo de sus 40 años como profesora del ITESO. Emotivo acto de reconocimiento y gratitud para quien ha enseñado con rigor ético, lingüístico y académico a miles de estudiantes de Comunicación la materia de Radio, en la que es la mejor universidad de los jesuitas en México.
El de Cristina, como el de Beatriz Solís, Fátima Fernández Christlieb, entre otras, me parece un compromiso académico referencial en el cambio democrático de México, pues no agotan sus esfuerzos en el proceso enseñanza-aprendizaje, sino que trascienden de la investigación y la reflexión al campo de la lucha social y política.
Allá busqué a Efraín González Morfín, uno de los personajes que más me ha inspirado en mi militancia en el PAN. Ocasión obligada: cumplió el 5 de junio 80 años. Está bien de salud y con mente lúcida. Recordamos en nuestro encuentro, a propósito de la campaña para anular el voto como castigo a los partidos, la etapa en que se expresó en el PAN una corriente abstencionista denominada activa e impulsada por don Luis H. Álvarez.
Desde la fundación del PAN, Gómez Morín advirtió los dos caminos: “Intervenir en la vida política a través de la lucha electoral concreta, y abstenerse, concentrando el esfuerzo a la actividad de programa y de doctrina”.
La reiteración del fraude y “un ambiente inhospitalario para la democracia” hicieron que en los 60 y 70 destacados panistas consideraran que participar bajo esas condiciones era hacer el caldo gordo al sistema y avalar la defraudación del voto. Estaba en el centro de esa decisión el fraude que a Víctor Correa Rachó le había propiciado el régimen de Gustavo Díaz Ordaz en Yucatán.
Ese movimiento que llegó a tener amplia adhesión nunca logró la abstención a nivel nacional, pero instaló un debate recurrente en las convenciones del PAN sobre la participación o no en las elecciones. Varios estados renegaron de la participación y el panismo de Chihuahua no se presentó a elecciones en varios procesos. Aún en el que se postuló a Francisco Barrio como candidato a gobernador, en 1986, se puso a consideración de los delegados aprobar si estaban o no de acuerdo en ir a las urnas, y se aceptó.
El asunto era introducido en las convenciones; la comisión encargada de elaborar la plataforma presentaba antes un dictamen sobre participación electoral que analizaba la legislación, la composición de los órganos responsables y reiteraba el rechazo a aceptar “las prerrogativas del gobierno”. Desde que surgió el debate abstencionista, sus promotores defendieron que no se era un abandono ni una deserción del deber cívico y político, sino que se desplegaría una campaña de concienciación sobre lo injusto de las reglas y la farsa de las elecciones. Hubo argumentos demoledores.
Pero cierto el diagnóstico, el método demostró muy pronto la ineficacia práctica de la medida donde se aplicó, y fue en esas regiones donde se produjo letargo mayor en alcanzar objetivos democratizadores. La explicación se centró en una lógica de construcción de ciudadanía: no podíamos pasar del voto inexistente al voto respetado; había que cruzar el voto burlado, decepción pero también acicate de una conciencia ciudadana que lo hizo ostensible y lo pudo reclamar.
Entre los promotores de anular el voto hay hombres y mujeres rectos con y preocupaciones genuinas por el deterioro creciente de nuestro sistema de partidos. Concuerdo con algunos de los argumentos y con la esencia de llamamiento y reproche; pero estoy convencido de que el método que proponen, además de ineficaz, puede generar más un letargo que un despertar.
Es evidente que reforzará a las burocracias de los partidos y a sus sectores duros, que encuentran en las estructuras territoriales cómo sustituir la movilización por el compromiso programático; el mayor oxigenado será el PRI.
El planteamiento es reduccionista. Creer que emitir o anular el voto construye la democracia, o que con ese solo hecho se premia o castiga al sistema de partidos, es uno de los déficit mayores de la concepción ciudadana en América Latina sobre lo que significa construir la democracia.
Pasar del voto respetado al voto representativo no se consigue con anularlo y hacerlo visible. Es la organización social, la vertebración ciudadana, la observación, el seguimiento y la exigencia pública lo que producirá mejores resultados de la política y una representación de mucho mejor calidad e integridad en el Congreso. Pienso, en coincidencia con Efraín, que lo mejor es votar.
El de Cristina, como el de Beatriz Solís, Fátima Fernández Christlieb, entre otras, me parece un compromiso académico referencial en el cambio democrático de México, pues no agotan sus esfuerzos en el proceso enseñanza-aprendizaje, sino que trascienden de la investigación y la reflexión al campo de la lucha social y política.
Allá busqué a Efraín González Morfín, uno de los personajes que más me ha inspirado en mi militancia en el PAN. Ocasión obligada: cumplió el 5 de junio 80 años. Está bien de salud y con mente lúcida. Recordamos en nuestro encuentro, a propósito de la campaña para anular el voto como castigo a los partidos, la etapa en que se expresó en el PAN una corriente abstencionista denominada activa e impulsada por don Luis H. Álvarez.
Desde la fundación del PAN, Gómez Morín advirtió los dos caminos: “Intervenir en la vida política a través de la lucha electoral concreta, y abstenerse, concentrando el esfuerzo a la actividad de programa y de doctrina”.
La reiteración del fraude y “un ambiente inhospitalario para la democracia” hicieron que en los 60 y 70 destacados panistas consideraran que participar bajo esas condiciones era hacer el caldo gordo al sistema y avalar la defraudación del voto. Estaba en el centro de esa decisión el fraude que a Víctor Correa Rachó le había propiciado el régimen de Gustavo Díaz Ordaz en Yucatán.
Ese movimiento que llegó a tener amplia adhesión nunca logró la abstención a nivel nacional, pero instaló un debate recurrente en las convenciones del PAN sobre la participación o no en las elecciones. Varios estados renegaron de la participación y el panismo de Chihuahua no se presentó a elecciones en varios procesos. Aún en el que se postuló a Francisco Barrio como candidato a gobernador, en 1986, se puso a consideración de los delegados aprobar si estaban o no de acuerdo en ir a las urnas, y se aceptó.
El asunto era introducido en las convenciones; la comisión encargada de elaborar la plataforma presentaba antes un dictamen sobre participación electoral que analizaba la legislación, la composición de los órganos responsables y reiteraba el rechazo a aceptar “las prerrogativas del gobierno”. Desde que surgió el debate abstencionista, sus promotores defendieron que no se era un abandono ni una deserción del deber cívico y político, sino que se desplegaría una campaña de concienciación sobre lo injusto de las reglas y la farsa de las elecciones. Hubo argumentos demoledores.
Pero cierto el diagnóstico, el método demostró muy pronto la ineficacia práctica de la medida donde se aplicó, y fue en esas regiones donde se produjo letargo mayor en alcanzar objetivos democratizadores. La explicación se centró en una lógica de construcción de ciudadanía: no podíamos pasar del voto inexistente al voto respetado; había que cruzar el voto burlado, decepción pero también acicate de una conciencia ciudadana que lo hizo ostensible y lo pudo reclamar.
Entre los promotores de anular el voto hay hombres y mujeres rectos con y preocupaciones genuinas por el deterioro creciente de nuestro sistema de partidos. Concuerdo con algunos de los argumentos y con la esencia de llamamiento y reproche; pero estoy convencido de que el método que proponen, además de ineficaz, puede generar más un letargo que un despertar.
Es evidente que reforzará a las burocracias de los partidos y a sus sectores duros, que encuentran en las estructuras territoriales cómo sustituir la movilización por el compromiso programático; el mayor oxigenado será el PRI.
El planteamiento es reduccionista. Creer que emitir o anular el voto construye la democracia, o que con ese solo hecho se premia o castiga al sistema de partidos, es uno de los déficit mayores de la concepción ciudadana en América Latina sobre lo que significa construir la democracia.
Pasar del voto respetado al voto representativo no se consigue con anularlo y hacerlo visible. Es la organización social, la vertebración ciudadana, la observación, el seguimiento y la exigencia pública lo que producirá mejores resultados de la política y una representación de mucho mejor calidad e integridad en el Congreso. Pienso, en coincidencia con Efraín, que lo mejor es votar.
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