Anular es votar. Es participar. Es ir a la urna y depositar una boleta para expresar el descontento con un sistema democrático mal armado, que funciona muy bien para los partidos pero muy mal para los ciudadanos. Hemos construido una democracia parcial en la cual existe la capacidad de votar pero no de sancionar. Es como si usted -lector o lectora- contratara a un empleado, le pagara el sueldo durante los próximos tres años, y no pudiera despedirlo o castigarlo si su desempeño es malo, o atenta contra el bienestar de la empresa. Eso es, en efecto, lo que hemos venido haciendo: votando por personas a las cuales nunca volvemos a ver, cuyo comportamiento en el Congreso desconocemos, cuyo incentivo para representarnos es nulo porque al final de su periodo saltarán a otro puesto. Porque no hay reelección pero sí hay trampolín; porque nos han otorgado la capacidad para llevar a alguien al poder, pero no contamos con instrumentos para asegurar que lo ejerza en nuestro nombre. La anulación no busca acabar con la democracia sino aumentar su calidad y su representatividad. La anulación no intenta dinamitar el sistema de partidos sino mejorar su funcionamiento.
Anular es votar. Es contribuir. Es ir a la urna y votar por "Esperanza Marchita" o por cualquier candidato independiente, usando el único instrumento con el cual contamos. El único mecanismo -imperfecto, difuso, chato- que nuestra democracia trunca ofrece hoy en día. Porque llevamos años pidiendo que los partidos democraticen el sistema, sin que lo hayan hecho. Porque llevamos años exigiendo que combatan la corrupción, sin que hayan mostrado la menor disposición a ello. Porque llevamos periodo legislativo tras periodo legislativo de bancadas que congelan iniciativas prometidas durante la campaña y archivadas cuando llegan al poder. Porque queremos ayudar desde afuera a los que están intentando reformar desde adentro; a aquellos que enfrentan cotidianamente la resistencia de partidos autistas que defienden intereses enquistados.
Y esa inercia no se puede combatir -ya lo hemos visto- con lo que algunos proponen como solución. No basta con formar otro partido, si acaba corrompiéndose para sobrevivir. No basta con cabildear a los legisladores, si su futuro no depende de escuchar a los ciudadanos sino de disciplinarse ante su líder parlamentario o algún poder fáctico. No basta con organizar otro foro -como los tantos que hubo en torno a la reforma del Estado- para fomentar la discusión si ese foro va a terminar siendo ignorado. El problema fundamental del sistema político es la ausencia de mecanismos que le den a la ciudadanía peso y voz. Los incentivos del sistema político están mal alineados: los legisladores no necesitan escuchar a la ciudadanía ni atender sus reclamos, porque la longevidad política no depende del buen desempeño en el puesto. Entonces, la anulación no busca destruir el andamiaje institucional sino centrar la atención en sus imperfecciones y en lo que falta por hacer y mejorar.
Anular es votar. Es tratar de componer lo que está descompuesto. Es usar esta oportunidad para cambiar un sistema que privilegia la rotación partidista por encima de la representación ciudadana. Es usar esta oportunidad para rediseñar las reglas y no sólo votar para darle un par de curules más al PRD o al PAN. La anulación no entraña dejar en manos de otros la decisión, sino crear las condiciones para que los ciudadanos verdaderamente cuenten. La anulación no entraña fortalecer el "voto duro", sino crear condiciones para que se vea reemplazado por el voto ciudadano. Para que el acarreo corporativo vaya perdiendo peso conforme aumente la participación de personas que creen en las instituciones en vez de desconfiar de ellas. Para que en lugar de cortejar a Elba Esther Gordillo o a Valdemar Gutiérrez, los partidos se vean obligados a cortejar a personas como usted.
Anular es votar. Es contribuir. Es diagnosticar problemas con la intención de proponer soluciones. Es apelar a los partidos para que comprendan la crisis de representación que han creado y busquen maneras de afrontarla. Y aunque el movimiento impulsado entre tantos mexicanos reúne diversos reclamos, parece haber consenso en torno a algunos ejes. La necesidad de darle a los ciudadanos una forma de castigar o premiar a sus representantes. El imperativo de las candidaturas ciudadanas independientes. La reducción del financiamiento público a los partidos. La posibilidad de incorporar figuras de participación directa como el plebiscito y el referéndum. La propuesta de atar el voto nulo a la cantidad de recursos que se destina a los partidos.
Todo ello con la intención de fortalecer la democracia y asegurar su representatividad. Todo ello con la intención de empujar a los partidos a enarbolar reformas que tanto resisten. Porque como decía Barack Obama a lo largo de su campaña presidencial: "el poder nunca concede por su propia cuenta". Y la anulación del voto es una forma de obligar a que lo haga en nuestro nombre.
Anular es votar. Es contribuir. Es ir a la urna y votar por "Esperanza Marchita" o por cualquier candidato independiente, usando el único instrumento con el cual contamos. El único mecanismo -imperfecto, difuso, chato- que nuestra democracia trunca ofrece hoy en día. Porque llevamos años pidiendo que los partidos democraticen el sistema, sin que lo hayan hecho. Porque llevamos años exigiendo que combatan la corrupción, sin que hayan mostrado la menor disposición a ello. Porque llevamos periodo legislativo tras periodo legislativo de bancadas que congelan iniciativas prometidas durante la campaña y archivadas cuando llegan al poder. Porque queremos ayudar desde afuera a los que están intentando reformar desde adentro; a aquellos que enfrentan cotidianamente la resistencia de partidos autistas que defienden intereses enquistados.
Y esa inercia no se puede combatir -ya lo hemos visto- con lo que algunos proponen como solución. No basta con formar otro partido, si acaba corrompiéndose para sobrevivir. No basta con cabildear a los legisladores, si su futuro no depende de escuchar a los ciudadanos sino de disciplinarse ante su líder parlamentario o algún poder fáctico. No basta con organizar otro foro -como los tantos que hubo en torno a la reforma del Estado- para fomentar la discusión si ese foro va a terminar siendo ignorado. El problema fundamental del sistema político es la ausencia de mecanismos que le den a la ciudadanía peso y voz. Los incentivos del sistema político están mal alineados: los legisladores no necesitan escuchar a la ciudadanía ni atender sus reclamos, porque la longevidad política no depende del buen desempeño en el puesto. Entonces, la anulación no busca destruir el andamiaje institucional sino centrar la atención en sus imperfecciones y en lo que falta por hacer y mejorar.
Anular es votar. Es tratar de componer lo que está descompuesto. Es usar esta oportunidad para cambiar un sistema que privilegia la rotación partidista por encima de la representación ciudadana. Es usar esta oportunidad para rediseñar las reglas y no sólo votar para darle un par de curules más al PRD o al PAN. La anulación no entraña dejar en manos de otros la decisión, sino crear las condiciones para que los ciudadanos verdaderamente cuenten. La anulación no entraña fortalecer el "voto duro", sino crear condiciones para que se vea reemplazado por el voto ciudadano. Para que el acarreo corporativo vaya perdiendo peso conforme aumente la participación de personas que creen en las instituciones en vez de desconfiar de ellas. Para que en lugar de cortejar a Elba Esther Gordillo o a Valdemar Gutiérrez, los partidos se vean obligados a cortejar a personas como usted.
Anular es votar. Es contribuir. Es diagnosticar problemas con la intención de proponer soluciones. Es apelar a los partidos para que comprendan la crisis de representación que han creado y busquen maneras de afrontarla. Y aunque el movimiento impulsado entre tantos mexicanos reúne diversos reclamos, parece haber consenso en torno a algunos ejes. La necesidad de darle a los ciudadanos una forma de castigar o premiar a sus representantes. El imperativo de las candidaturas ciudadanas independientes. La reducción del financiamiento público a los partidos. La posibilidad de incorporar figuras de participación directa como el plebiscito y el referéndum. La propuesta de atar el voto nulo a la cantidad de recursos que se destina a los partidos.
Todo ello con la intención de fortalecer la democracia y asegurar su representatividad. Todo ello con la intención de empujar a los partidos a enarbolar reformas que tanto resisten. Porque como decía Barack Obama a lo largo de su campaña presidencial: "el poder nunca concede por su propia cuenta". Y la anulación del voto es una forma de obligar a que lo haga en nuestro nombre.
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