Qué tienen en común Dulce María Sauri, José Antonio Crespo, Diego Valadés, Jacobo Zabludovsky, así como algunos otros intelectuales? Todos son personas destacadas y todos están llamando a anular el voto.
La enumeración es quizá la forma más elemental y elocuente de ilustrar la fuerza y la debilidad de los que anularán el voto. Personas con muy diversas trayectorias, puntos de vista discordantes sobre la política de ayer y hoy, y actitudes encontradas ante temas específicos de la agenda nacional, han decidido, en el uso de su derecho, anular el voto. Los emparenta un malestar, una distancia crítica ante los partidos y los políticos de hoy, unas ganas difusas de que las "cosas" caminen por un sendero "mejor". Están cansados de lo que ven en el escenario político y desean castigar a los actores. Ahí reside la fuerza de la ola a favor de la anulación del voto: construye un No al que resulta sencillo sumarse. Explota un malestar que (casi) nadie se atrevería a negar.
Su debilidad también es notoria. No está claro que quienes nos sirven como ejemplos pudieran construir una agenda por uno o varios Sí que los mantuviera cohesionados. Lo más probable es que en el momento en que intentaran (un supuesto heroico) diseñar una lista de reformas o correctivos aparecerían sus notables diferencias. Los hermana coyunturalmente un malestar difuso que difícilmente puede edificar una plataforma en positivo. Ya se sabe, "estar en contra de..." es siempre más sencillo que "estar a favor de...".
Tan es así que no se requiere ser vidente para prever que luego de las elecciones los promotores del voto anulado o en blanco intentarán dar la batalla para otorgarle sentido a ese fenómeno. Cada uno deseará atribuirle un determinado significado al porcentaje de votos nulos. Porque "no son las cosas las que nos inquietan -en este caso el porcentaje de votos en blanco-, sino las opiniones que tenemos de las cosas". (Epicteto). Y será en esa disputa por dotar de sentido al voto nulo cuando aparecerán con mayor claridad sus limitaciones.
Habrá quien diga -porque ya lo dice- que el desafecto es producto de la existencia de un número muy grande de partidos que reciben además un financiamiento público muy abultado, mientras en el otro extremo no faltarán -porque también ya lo anuncian- los que señalen que las barreras para la aparición de nuevas ofertas electorales son demasiadas y onerosas. Los que reclamen la posibilidad de reelegir en forma inmediata a los legisladores para de esa manera profesionalizar al Congreso y los que seguirán alimentando el discurso contra la "partidocracia". Los que dirán que el voto anulado es una reacción a la reforma electoral del año 2007 y los que desearán que no se vuelva al esquema de intensa compra-venta de los espacios publicitarios en radio y televisión. Los que quieren fortalecer el Estado laico y los que reman por lo contrario.
El voto nulo es un saco demasiado grande donde caben excesivas pulsiones e ilusiones, y por ello mismo no podrá tener una sola lectura. Sus promotores desde ahora nos proponen diferentes significados y por ello será difícil ofrecer horizonte a esa manifestación de malestar con lo existente. Y es más, si algunos intentan capitalizar ese voto ofreciendo organización o continuidad política, paradójicamente empezarán -en buena hora- a transitar por los complicados y laberínticos caminos de la política democrática. Y veremos entonces qué tanto se pueden apartar de las rutinas que tanto deploran en los actuales políticos.
Tengo la impresión que los nutrientes del voto nulo mantienen anudadas dos pulsiones que por separado serían antitéticas: los que quisieran volver al pasado, a un mundo de la política ordenado, sin disputas entre partidos, vertical y obediente, con una opción hegemónica que les permitiera hablar de un México unido y una dirección eficaz (añoranza por lo que el tiempo y la diversidad diluyó); y quienes al llegar a la meta intermedia de contar con un sistema de partidos competitivo, elecciones auténticas y un mundo de la representación política plural, lo que genera fuertes pesos y contrapesos institucionales, encuentran que arribaron a una estación insípida, trabada, y quieren algo más que esa fruta fría y con espinas.
Hoy circunstancialmente coinciden porque los primeros no se atreven (aún) a proponer una vuelta al autoritarismo, al "edén perdido"; y los segundos porque son incapaces (¿aún?) de trazar con claridad el futuro al que aspiran, la "tierra prometida".
En Argentina, las poderosas manifestaciones que clamaban porque se fueran todos dieron pie a unas elecciones donde todos se quedaron. En Venezuela, la abstención opositora sirvió para fortalecer el poder de Hugo Chávez. En México, el voto anulado será en el mejor de los casos un termómetro del humor público, pero al final los votantes por los diferentes partidos y candidatos decidirán quiénes gobiernan y quiénes legislan.
La enumeración es quizá la forma más elemental y elocuente de ilustrar la fuerza y la debilidad de los que anularán el voto. Personas con muy diversas trayectorias, puntos de vista discordantes sobre la política de ayer y hoy, y actitudes encontradas ante temas específicos de la agenda nacional, han decidido, en el uso de su derecho, anular el voto. Los emparenta un malestar, una distancia crítica ante los partidos y los políticos de hoy, unas ganas difusas de que las "cosas" caminen por un sendero "mejor". Están cansados de lo que ven en el escenario político y desean castigar a los actores. Ahí reside la fuerza de la ola a favor de la anulación del voto: construye un No al que resulta sencillo sumarse. Explota un malestar que (casi) nadie se atrevería a negar.
Su debilidad también es notoria. No está claro que quienes nos sirven como ejemplos pudieran construir una agenda por uno o varios Sí que los mantuviera cohesionados. Lo más probable es que en el momento en que intentaran (un supuesto heroico) diseñar una lista de reformas o correctivos aparecerían sus notables diferencias. Los hermana coyunturalmente un malestar difuso que difícilmente puede edificar una plataforma en positivo. Ya se sabe, "estar en contra de..." es siempre más sencillo que "estar a favor de...".
Tan es así que no se requiere ser vidente para prever que luego de las elecciones los promotores del voto anulado o en blanco intentarán dar la batalla para otorgarle sentido a ese fenómeno. Cada uno deseará atribuirle un determinado significado al porcentaje de votos nulos. Porque "no son las cosas las que nos inquietan -en este caso el porcentaje de votos en blanco-, sino las opiniones que tenemos de las cosas". (Epicteto). Y será en esa disputa por dotar de sentido al voto nulo cuando aparecerán con mayor claridad sus limitaciones.
Habrá quien diga -porque ya lo dice- que el desafecto es producto de la existencia de un número muy grande de partidos que reciben además un financiamiento público muy abultado, mientras en el otro extremo no faltarán -porque también ya lo anuncian- los que señalen que las barreras para la aparición de nuevas ofertas electorales son demasiadas y onerosas. Los que reclamen la posibilidad de reelegir en forma inmediata a los legisladores para de esa manera profesionalizar al Congreso y los que seguirán alimentando el discurso contra la "partidocracia". Los que dirán que el voto anulado es una reacción a la reforma electoral del año 2007 y los que desearán que no se vuelva al esquema de intensa compra-venta de los espacios publicitarios en radio y televisión. Los que quieren fortalecer el Estado laico y los que reman por lo contrario.
El voto nulo es un saco demasiado grande donde caben excesivas pulsiones e ilusiones, y por ello mismo no podrá tener una sola lectura. Sus promotores desde ahora nos proponen diferentes significados y por ello será difícil ofrecer horizonte a esa manifestación de malestar con lo existente. Y es más, si algunos intentan capitalizar ese voto ofreciendo organización o continuidad política, paradójicamente empezarán -en buena hora- a transitar por los complicados y laberínticos caminos de la política democrática. Y veremos entonces qué tanto se pueden apartar de las rutinas que tanto deploran en los actuales políticos.
Tengo la impresión que los nutrientes del voto nulo mantienen anudadas dos pulsiones que por separado serían antitéticas: los que quisieran volver al pasado, a un mundo de la política ordenado, sin disputas entre partidos, vertical y obediente, con una opción hegemónica que les permitiera hablar de un México unido y una dirección eficaz (añoranza por lo que el tiempo y la diversidad diluyó); y quienes al llegar a la meta intermedia de contar con un sistema de partidos competitivo, elecciones auténticas y un mundo de la representación política plural, lo que genera fuertes pesos y contrapesos institucionales, encuentran que arribaron a una estación insípida, trabada, y quieren algo más que esa fruta fría y con espinas.
Hoy circunstancialmente coinciden porque los primeros no se atreven (aún) a proponer una vuelta al autoritarismo, al "edén perdido"; y los segundos porque son incapaces (¿aún?) de trazar con claridad el futuro al que aspiran, la "tierra prometida".
En Argentina, las poderosas manifestaciones que clamaban porque se fueran todos dieron pie a unas elecciones donde todos se quedaron. En Venezuela, la abstención opositora sirvió para fortalecer el poder de Hugo Chávez. En México, el voto anulado será en el mejor de los casos un termómetro del humor público, pero al final los votantes por los diferentes partidos y candidatos decidirán quiénes gobiernan y quiénes legislan.
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