sábado, 6 de junio de 2009

LA FUENTES DEL MALESTAR

JOSÉ WOLDENBERG
Existe entre franjas muy amplias de la población desencanto, malestar, con los políticos, los partidos, los congresos, los gobiernos, y quizá con la naciente democracia. No es difícil percibirlo. A través de conversaciones, artículos de prensa, comentarios en radio y televisión se alimenta todos los días. Y los acercamientos estadísticos, por medio de encuestas, así lo documentan.Porque cuando "las cosas" no funcionan, la culpa, de manera inercial, fácil, automática, se le asigna a los políticos. Y por supuesto que tienen responsabilidad, pero vale la pena (creo) no quedarse en la superficie.Vivimos una enorme paradoja: si en algún terreno México vivió una transformación venturosa fue en el de la política. Dejamos atrás una pirámide autoritaria y edificamos una germinal democracia, lo que supone una serie de novedades: elecciones competidas, alternancia en todos los niveles de gobierno, equilibrio de poderes, Presidencia acotada, expansión de las libertades, recreación del pluralismo en las instituciones estatales, y súmele usted. Y sin embargo, el disgusto con el mundo de la política parece crecer.Las fuentes de ese malestar están por un lado, en el propio terreno de la política, pero las más profundas se encuentran más allá de ella, y si no las asumimos será imposible remontar los agrios humores públicos que corroen la convivencia social.La política democrática es más tortuosa, lenta y difícil que la de carácter autoritario. En esta última una voz ordena y el resto obedece. En democracia, el equilibrio de poderes, las capacidades de veto de las fuerzas opositoras, las diversas opiniones y respuestas que existen sobre un mismo tema, los controles institucionales, judiciales y de opinión pública sobre el ejercicio de gobierno construyen (en buena hora) un laberinto por el que no es fácil transitar. Eso -quiero pensar- es lo que deseábamos como substituto de la Presidencia omnímoda y el partido "casi único". Pero para muchos hoy sólo existe la morosidad, la ineficiencia y la boruca que produce el nuevo arreglo institucional y olvidan u ocultan la otra cara.Y si a ello sumamos la baja calidad del debate público, las espirales de descalificaciones mutuas entre las fuerzas políticas, las fórmulas que los medios han impuesto para filtrar la vida pública, más los fenómenos de corrupción, impunidad, prepotencia, y agréguele usted, encontraremos algunas claves del desencanto con los actores e instituciones de la política.Pero los nutrientes más fuertes del desencanto (creo) están en otras dimensiones y son los que alimentan con mayor fuerza el desaliento. Se trata de lo que sucede con nuestra economía y nuestra sociedad.La economía no crece -ahora decrece-, y el ciclo de ese desastre estructural significa menos oportunidades de trabajo formal, expansión de la informalidad, más pobreza, millones de jóvenes sin opciones de educación ni trabajo, migraciones masivas hacia Estados Unidos, y todo ello, en medio de una añeja desigualdad que inyecta altas dosis de irritación. Esos fenómenos han dejado de ser coyunturales para alargarse en el tiempo (¿De 1982 a la fecha con algunos lunares de crecimiento?). Demasiadas familias tienen la expectativa de que los hijos vivirán peor que los padres, y el cumplimiento de ese destino es el peor de los disolventes sociales.Y en correspondencia, una sociedad escindida en islas con escasa conexión entre sí en donde se reproducen cada una por su lado clases, grupos, pandillas, que no encuentran puntos de identificación y solidaridad entre ellas. La precaria cohesión social, de la que habla la Cepal, significa la imposibilidad de forjar un "nosotros", un sentido de identidad con un país que en el día a día es muchos universos tan desiguales que nos remiten unos a Suecia y otros a Somalia. Esas contrahechuras suponen ciudadanos que no cuentan con las condiciones materiales de vida para hacer posible la apropiación de sus derechos, de tal suerte que para millones de personas esos derechos son más nominales que reales.Es ése el caldo de cultivo del malestar. Y mientras como sociedad y Estado no ampliemos nuestro campo de visión para ubicarlo en el centro del debate y las políticas públicas, la desilusión seguirá incrementándose. Porque no será sólo en la esfera de la política reformada donde pueden encontrarse las claves para construir o reconstruir algunos gramos de esperanza, sino en la de una economía en crecimiento que genere formas de inclusión social, capaz de ofrecer horizonte laboral y educativo a los jóvenes, que siente las bases para la construcción de auténticos ciudadanos (aptos para apropiarse de sus derechos y entender sus obligaciones), y que construya un tejido social digno de tal nombre (no una tela desgarrada). Y para ello se requiere, como insiste la Cepal, un pacto social y fiscal, en el que se asuman compromisos, metas mensurables y políticas destinadas a fortalecer la cohesión social.

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