El premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades concedido a la Universidad Nacional Autónoma de México es un reconocimiento del más alto nivel. Lo cierto es que a partir de que Juan Ramón de la Fuente se hizo cargo de la rectoría, después de casi un año de paralización criminal de la Máxima Casta de Estudios, nuestra Alma Mater ha tenido un relevante renacer y un constante ascenso académico. Pero toca bajo el rectorado de José Narro Robles el honor de recibir el premio Príncipe de Asturias. El hecho es que llevamos varios meses de una impresionante consolidación de lo mejor que somos. Y qué notable, se le da a la UNAM el premio por su papel como impulsora de corrientes de pensamiento humanístico, liberal y democrático en América; y se le da, lo que es una coincidencia, a pocas semanas de las elecciones del 5 de julio. Sin embargo hay coincidencias en la historia que son algo más. Abundan los políticos mafiosos, desconcertantes y desconcertados. Abusivos del poder han caído en la demagogia. Su discurso es el de siempre aunque ellos sean nuevos o medianamente nuevos. Su capacidad para prometer no tiene límite, aunque utilizan mil artimañas para no comprometerse. Suelen servir al mejor postor y acomodan su ideología, si es que de verdad la tienen, a la ocasión y a la oportunidad que los favorece. Muchos de ellos son egresados de nuestra Universidad. No importa. Venden partículas de ideas a quien sea (¡con qué facilidad cambian de partido!). Son expertos en atomizar conceptos. Desconocen lo que es la Universidad, su esencia, su enorme proyección. Lucen sus títulos y grados académicos, y con mayor razón si los han obtenido en el extranjero, con la petulancia habitual en el ambicioso. No sirven a nadie salvo a su propio interés. Y abundamos los universitarios que los vemos pasar de un tinglado al otro, literalmente saltar entre las bambalinas del teatro político. Son los amos del artificio, del enredo y de la maquinación. Y qué trabajo cuesta, cada día, encontrar e iluminar con la linterna de Diógenes las excepciones salvadoras y ejemplares. Y los universitarios auténticos, que hoy nos engalanamos con el premio Príncipe de Asturias, sí somos impulsores del pensamiento humanístico, liberal y democrático, en América y en México. Razón por la que éste premio nos compromete. Es que no podemos ni debemos permanecer impávidos ante el descaro y cinismo con el que se nos busca a los ciudadanos cada tres años única y exclusivamente para arrancarnos el voto. La impavidez es cosa grave. Es serenidad de ánimo frente al peligro, pero es también una válvula abierta al conformismo. Cuántos serenos son cobardes. Se puede y se debe ser sereno, en cambio, si las circunstancias adversas reclaman valor y control de espíritu. Pero hay ocasiones que reclaman compromiso con el hombre y con lo humano, con la libertad y con la democracia. Y nuestra Universidad lo ha demostrado constantemente. Lo que pasa es que la Universidad no sería nada sin los universitarios. Y aquí radica la cuestión más importante del premio concedido, porque aparte del muy justo orgullo que sentimos por el galardón entregado éste nos debe llegar a cada uno de nosotros como acicate, como impulso. El mayor compromiso del universitario es con las ideas, no con las compradas o vendidas en el mercado al que concurren los intelectuales de pacotilla sino con las que germinan en el cerebro honesto y trabajador.
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