En México votar es un derecho y una obligación, pero abstenerse de votar no provoca, como sí ocurre en otros países, sanción alguna; estamos en presencia de lo que los abogados llaman una "norma imperfecta", pero así ha sido por décadas.La abstención electoral ha sido poco estudiada en México; los datos desagregados y los análisis al respecto son escasos. El más reciente es del IFE (Participación ciudadana en las elecciones de 2003); ante la polémica sobre la utilidad o inutilidad de votar el próximo 5 de julio, sus datos resultan interesantes.Los ciudadanos tienen cuatro modalidades de abstención: la primera y más simple es no acudir a la casilla; la segunda es anular el voto, tachando toda la boleta o escribiendo en ella una frase de protesta; la tercera es votar por un candidato no registrado, utilizando el recuadro que para ese fin aparece en las boletas. Existe una cuarta modalidad, que nadie ha cuantificado: llevarse la boleta a casa; esta última provoca confusión entre los funcionarios de casilla, pues hace que el número de votantes sea mayor al de boletas depositadas en la urna.No ir a votar es la modalidad dominante; en 2003 el 58.5% de los inscritos en las listas nominales se abstuvieron; en Baja California la abstención alcanzó 69.1% mientras que en Campeche fue de 38.6% En 18 entidades la abstención estuvo por arriba de la media nacional. La mujeres votaron en mayor porcentaje que los hombres (53.8% vs 46.2%) Por edad, los porcentajes más elevados de abstención se registran en el segmento de entre 19 y 34 años, con un pico del 69.3% para el segmento de 20 a 24 años. (Fuente: IFE, op. cit)En la citada elección federal de 2003 se registraron 896,649 votos nulos (3.36% del total de votantes); es imposible saber cuántos lo fueron por error del ciudadano y cuántos por voluntad propia. Los funcionarios de casilla se limitan a contar los votos nulos y consignan la suma en el acta. Lo mismo pasa con los votos por candidatos no registrados, cuya suma se registra por separado en el acta, y son nulos. En 2003 fueron 16,359 en todo el país.Entre los promotores de la abstención se diferencian dos posiciones: los que promueven no ir a votar, y los que proponen anular el voto. De acuerdo con los datos, los primeros tendrán más posibilidades de argumentar que tuvieron éxito, pues las encuestas anticipan que alrededor del 60% de los ciudadanos no acudirá a las casillas, como ha ocurrido en elecciones intermedias anteriores. Los segundos dirán que si los votos nulos, o por candidatos no registrados, superan los de 2003 -o de 2006- significará que tuvieron una respuesta exitosa y atribuirán tal conducta a su iniciativa.En ambos casos estaremos ante supuestos o falacias, pues nadie podrá calificar, con un mínimo de información que sustente su dicho, ni el sentido de la abstención pasiva (no ir a votar) ni de la activa (anular el voto). Pero además, se abre la puerta a una artificial distinción entre los ciudadanos: los "cooptados" por los partidos (voto duro) y los "conscientes", que protestan renunciando, bajo cualquier modalidad, a ejercer su derecho. Los malos y los buenos, en una visión dicotómica que hace caso omiso de las complejidades de la sociedad y de los ciudadanos en toda democracia, aun de una incipiente como la mexicana.Sin negar los problemas que todavía afectan la libertad del voto, no estamos como hace tres décadas. La coacción o inducción del voto, así como las clientelas fieles a los partidos, han perdido importancia; los resultados dependen, en lo fundamental, de quienes ejercen de manera libre su derecho. Sin ese cambio lo ocurrido en materia electoral -alternancia de por medio- hubiese sido imposible.Paradójico es que algunos de quienes en 2000 fueron promotores del voto útil a favor de Vicente Fox, hoy lo sean de anular el voto. Ayer votar era participar, hoy sería -dicen- convalidar lo que a ellos no les gusta. Tengo para mí que los votos se cuentan, no se pesan.
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