La Constitución se refiere al voto ciudadano al que califica de popular” en dos artículos sucesivos del capítulo IV del título primero de la Carta Magna, que tiene como encabezado éste: “De los ciudadanos mexicanos”.
El primero de los artículos que menciono, el 35 de la Constitución, establece en una pequeña lista cuáles son las prerrogativas del ciudadano mexicano; el primer inciso señala que esa prerrogativa inicial, fundacional, es “votar en las elecciones populares”.
El texto de la norma constitucional no usa el término “derechos”, sino precisamente el de prerrogativas; votar en la intención del constituyente es algo más que un derecho: se trata de un privilegio exclusivo de los ciudadanos mexicanos. La acción de votar no puede ser ejercida por cualquiera, sólo por nosotros, los ciudadanos. El Diccionario de la lengua española de la Real Academia da, entre otras acepciones, a la palabra prerrogativa la de facultad importante de un poder del Estado; en una república votar es la facultad esencial del más alto poder del Estado, que es el pueblo, titular de la soberanía en un ente como el nuestro, que se define a sí mismo como una república representativa, democrática, federal, en la que el pueblo ejerce su soberanía por medio de los poderes de la Unión.
No votar es lo mismo que votar en blanco o anular el voto de alguna manera; significa renunciar a un privilegio, a una prerrogativa de la que somos titulares e implica dejar en manos de otros lo que estaríamos obligados a hacer por nosotros mismos.
Pero en otro artículo, en el 36 la Constitución, se enumera cuáles son las obligaciones del ciudadano de la República, y dice en su inciso III: “votar en las elecciones populares en los términos que señale la ley”. Lo anterior significa que votar, como definía don Eduardo García Maynes, es un derecho de ejercicio obligatorio. Tenemos el derecho de votar y nadie nos lo puede disputar; nuestra ley suprema lo eleva, dándole la calidad de prerrogativa, pero también tenemos la obligación de acudir a las urnas y emitir nuestro sufragio. El precepto citado en último término así lo dispone; votar es un derecho, pero es simultáneamente una obligación.
Campañas como la que estamos sufriendo en estos días, que en forma incomprensible invitan a anular el voto, son orquestadas, ejecutadas y planeadas por personas que, o no conocen nuestra ley fundamental, o no les interesa en lo más mínimo; junto con las obligaciones de inscribirse en el catastro de la municipalidad, alistarse en la guardia nacional, desempeñar los cargos de elección popular y los cargos concejiles del municipio, está la de votar en los comicios.
La democracia formal, que convoca a votar cada tres años, ciertamente no es suficiente, ni plenamente satisfactoria para quienes se interesan en la comunidad nacional de la que formamos parte, pero es ahora lo único que tenemos: es el instrumento o herramienta para poder influir en la política del país y, si bien es cierto que en algunos casos pudiera ser que todos los candidatos seamos tan malos que no es posible escoger al que lo sea menos, la regla general es que hay candidatos de numerosos partidos, entre los cuales tenemos que optar, y si no nos convencen las personas postuladas, debemos pensar que nuestro voto también significa elegir entre concepciones distintas del país, entre proyectos diferentes de nación.
No es lo mismo un voto por un partido que asume el neoliberalismo como doctrina que otro que se define como de izquierda y busca la justicia social y defiende la economía popular; no es lo mismo votar por partidos que han demostrado en gobiernos concretos su ineficacia, que por otros que han gobernado bien y mejorado la entidad que les fue encargada por una votación anterior.
Lo cierto es que sí hay mucho de donde escoger y que, a pesar de ello, en forma extraña y nada razonable, se convoca a no votar; hay algo de vanidad en algunos de los que invitan a esta violación constitucional; si yo no estoy en las listas es que no hay por quién votar, parece que pensarán. Me he encontrado también a viejos periodistas y conductores que por años y años sirvieron sin escrúpulos al viejo sistema antidemocrático, fueron empleados dóciles y sumisos de “los soldados del presidente” y nunca hicieron o dijeron algo en contra de la falta de democracia en la que vivía el país y hoy se rasgan las vestiduras porque, según su opinión, no encuentran por quién emitir un sufragio; se presentan como sesudos filósofos sociales e invitan a no votar. Sin duda podrían hacerlo al menos por el partido al que antes sirvieron en forma obsecuente, pero no, prefieren poner en el mismo saco a todos, sólo porque algunos tienen conflictos internos, sin considerar que, independientemente de la coyuntura transitoria, los partidos representan una concepción política, sostienen una doctrina política y presentan propuestas o líneas ideológicas.
No deja de ser sospechosa esta actitud. Las dictaduras surgen del de-sengaño de la democracia y es muy peligroso jugar con el fuego de la de-sesperanza y del nihilismo político; espero que muchos ciudadanos no se dejen envolver por esta hábil propaganda en favor del abstencionismo, superen la tentación de imitar a los que se creen muy listos por anular su propio voto y ejerzan su derecho constitucional a votar y cumplan con su obligación de hacerlo.
El primero de los artículos que menciono, el 35 de la Constitución, establece en una pequeña lista cuáles son las prerrogativas del ciudadano mexicano; el primer inciso señala que esa prerrogativa inicial, fundacional, es “votar en las elecciones populares”.
El texto de la norma constitucional no usa el término “derechos”, sino precisamente el de prerrogativas; votar en la intención del constituyente es algo más que un derecho: se trata de un privilegio exclusivo de los ciudadanos mexicanos. La acción de votar no puede ser ejercida por cualquiera, sólo por nosotros, los ciudadanos. El Diccionario de la lengua española de la Real Academia da, entre otras acepciones, a la palabra prerrogativa la de facultad importante de un poder del Estado; en una república votar es la facultad esencial del más alto poder del Estado, que es el pueblo, titular de la soberanía en un ente como el nuestro, que se define a sí mismo como una república representativa, democrática, federal, en la que el pueblo ejerce su soberanía por medio de los poderes de la Unión.
No votar es lo mismo que votar en blanco o anular el voto de alguna manera; significa renunciar a un privilegio, a una prerrogativa de la que somos titulares e implica dejar en manos de otros lo que estaríamos obligados a hacer por nosotros mismos.
Pero en otro artículo, en el 36 la Constitución, se enumera cuáles son las obligaciones del ciudadano de la República, y dice en su inciso III: “votar en las elecciones populares en los términos que señale la ley”. Lo anterior significa que votar, como definía don Eduardo García Maynes, es un derecho de ejercicio obligatorio. Tenemos el derecho de votar y nadie nos lo puede disputar; nuestra ley suprema lo eleva, dándole la calidad de prerrogativa, pero también tenemos la obligación de acudir a las urnas y emitir nuestro sufragio. El precepto citado en último término así lo dispone; votar es un derecho, pero es simultáneamente una obligación.
Campañas como la que estamos sufriendo en estos días, que en forma incomprensible invitan a anular el voto, son orquestadas, ejecutadas y planeadas por personas que, o no conocen nuestra ley fundamental, o no les interesa en lo más mínimo; junto con las obligaciones de inscribirse en el catastro de la municipalidad, alistarse en la guardia nacional, desempeñar los cargos de elección popular y los cargos concejiles del municipio, está la de votar en los comicios.
La democracia formal, que convoca a votar cada tres años, ciertamente no es suficiente, ni plenamente satisfactoria para quienes se interesan en la comunidad nacional de la que formamos parte, pero es ahora lo único que tenemos: es el instrumento o herramienta para poder influir en la política del país y, si bien es cierto que en algunos casos pudiera ser que todos los candidatos seamos tan malos que no es posible escoger al que lo sea menos, la regla general es que hay candidatos de numerosos partidos, entre los cuales tenemos que optar, y si no nos convencen las personas postuladas, debemos pensar que nuestro voto también significa elegir entre concepciones distintas del país, entre proyectos diferentes de nación.
No es lo mismo un voto por un partido que asume el neoliberalismo como doctrina que otro que se define como de izquierda y busca la justicia social y defiende la economía popular; no es lo mismo votar por partidos que han demostrado en gobiernos concretos su ineficacia, que por otros que han gobernado bien y mejorado la entidad que les fue encargada por una votación anterior.
Lo cierto es que sí hay mucho de donde escoger y que, a pesar de ello, en forma extraña y nada razonable, se convoca a no votar; hay algo de vanidad en algunos de los que invitan a esta violación constitucional; si yo no estoy en las listas es que no hay por quién votar, parece que pensarán. Me he encontrado también a viejos periodistas y conductores que por años y años sirvieron sin escrúpulos al viejo sistema antidemocrático, fueron empleados dóciles y sumisos de “los soldados del presidente” y nunca hicieron o dijeron algo en contra de la falta de democracia en la que vivía el país y hoy se rasgan las vestiduras porque, según su opinión, no encuentran por quién emitir un sufragio; se presentan como sesudos filósofos sociales e invitan a no votar. Sin duda podrían hacerlo al menos por el partido al que antes sirvieron en forma obsecuente, pero no, prefieren poner en el mismo saco a todos, sólo porque algunos tienen conflictos internos, sin considerar que, independientemente de la coyuntura transitoria, los partidos representan una concepción política, sostienen una doctrina política y presentan propuestas o líneas ideológicas.
No deja de ser sospechosa esta actitud. Las dictaduras surgen del de-sengaño de la democracia y es muy peligroso jugar con el fuego de la de-sesperanza y del nihilismo político; espero que muchos ciudadanos no se dejen envolver por esta hábil propaganda en favor del abstencionismo, superen la tentación de imitar a los que se creen muy listos por anular su propio voto y ejerzan su derecho constitucional a votar y cumplan con su obligación de hacerlo.
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