Hoy se cumple un año de la tragedia que terminó con la vida de Fernando Martí Haik y de Jorge Palma Lemus, su chofer. No se trata de los únicos casos de personas secuestradas y asesinadas. Por el contrario, hemos de lamentar hechos con parecido desenlace bien conocidos por la opinión pública, como los de Silvia Vargas Escalera y Antonio Equihua.
Sus asesinos, personas desalmadas y sádicas, merecen todo el castigo que permiten las leyes. No debe haber resquicio alguno de parte de las autoridades para imponerles una sanción ejemplar, luego de haber desahogado el juicio justo que merecen.
En medio de la tragedia que desde entonces ha vivido la familia Martí, llama mucho la atención el enorme coraje y la valentía personal del padre de Fernando, don Alejandro Martí. Tratándose de un empresario exitoso, con una muy acomodada situación financiera, cualquiera podría haber pensado que después de lo sucedido con su hijo, Alejandro se iría de México, se pondría a salvo con el resto de su familia, se dedicaría a curar sus heridas y a disfrutar en la medida de lo posible del dinero que con gran esfuerzo y con notable talento había ganado tras muchas décadas de esfuerzos continuos.
Por el contrario, Alejandro Martí decidió quedarse en México y levantar la voz para expresar su indignación, para compartir con todos nosotros su dolor, para encabezar un movimiento cívico que les exija a las autoridades acabar con tantos atropellos. Tengo para mí que eso lo hace un héroe de nuestros días.
Seguramente no hay dolor más hondo que la muerte de un hijo. Nada se le puede parecer. Para sus padres, la muerte de Fernando debe haber supuesto la entrada en un infierno. No quiero pensar en las muchas veces que Alejandro Martí, su esposa y sus demás hijos habrán llorado por la cruel desaparición de Fernando.
Y que en medio de todo eso Alejandro haya decidido seguir luchando es algo que demuestra su madera de hombre bueno, con mayúsculas. Es el tipo de personas que necesitamos en México, hoy más que nunca. Porque de lo que no cabe duda es de que Alejandro Martí está luchando ya no por su hijo, sino por los nuestros. Está luchando por devolver la dignidad a millones de personas que día tras día ven cómo los criminales se apoderan de las calles y amenazan nuestras vidas, nuestro patrimonio o a nuestras familias.
Su ejemplo crece cuando vemos que del lado de las autoridades se sitúan una serie de gobernantes que compiten por el premio a la ineficacia, que persiguen solamente salir un día más en el periódico, que se encuentran coludidos muchas veces con las bandas de la criminalidad organizada, que son los primeros en violar la ley para dizque cumplir con su función.
Frente a la dignidad de Martí no puede causar más que indignación seguir viendo a esos fracasados e ineptos funcionarios que todavía siguen sentados en las sillas de sus despachos, sin haber tenido la mínima decencia de renunciar desde hace meses. Lo peor es que entre los candidatos a ocupar sus sillas no se observa un mayor nivel, sino quizá todo lo contrario. Vaya, ni siquiera hay planes viables para mejorar la situación, fuera de la idea de sacar al Ejército a las calles y trabajar con su apoyo en todos los temas de seguridad pública.
No alcanzan las palabras para agradecer a Alejandro Martí por su ejemplo, por su coraje, por su compromiso, por haberse atrevido a alzar la voz y por haberlo hecho con su conocido talento como organizador de esfuerzos colectivos. Ojalá hubiera millones de mexicanos como él. Por lo pronto, ya tenemos una inspiración diaria para seguir, en medio de tantas malas noticias, luchando por la justicia.
Sus asesinos, personas desalmadas y sádicas, merecen todo el castigo que permiten las leyes. No debe haber resquicio alguno de parte de las autoridades para imponerles una sanción ejemplar, luego de haber desahogado el juicio justo que merecen.
En medio de la tragedia que desde entonces ha vivido la familia Martí, llama mucho la atención el enorme coraje y la valentía personal del padre de Fernando, don Alejandro Martí. Tratándose de un empresario exitoso, con una muy acomodada situación financiera, cualquiera podría haber pensado que después de lo sucedido con su hijo, Alejandro se iría de México, se pondría a salvo con el resto de su familia, se dedicaría a curar sus heridas y a disfrutar en la medida de lo posible del dinero que con gran esfuerzo y con notable talento había ganado tras muchas décadas de esfuerzos continuos.
Por el contrario, Alejandro Martí decidió quedarse en México y levantar la voz para expresar su indignación, para compartir con todos nosotros su dolor, para encabezar un movimiento cívico que les exija a las autoridades acabar con tantos atropellos. Tengo para mí que eso lo hace un héroe de nuestros días.
Seguramente no hay dolor más hondo que la muerte de un hijo. Nada se le puede parecer. Para sus padres, la muerte de Fernando debe haber supuesto la entrada en un infierno. No quiero pensar en las muchas veces que Alejandro Martí, su esposa y sus demás hijos habrán llorado por la cruel desaparición de Fernando.
Y que en medio de todo eso Alejandro haya decidido seguir luchando es algo que demuestra su madera de hombre bueno, con mayúsculas. Es el tipo de personas que necesitamos en México, hoy más que nunca. Porque de lo que no cabe duda es de que Alejandro Martí está luchando ya no por su hijo, sino por los nuestros. Está luchando por devolver la dignidad a millones de personas que día tras día ven cómo los criminales se apoderan de las calles y amenazan nuestras vidas, nuestro patrimonio o a nuestras familias.
Su ejemplo crece cuando vemos que del lado de las autoridades se sitúan una serie de gobernantes que compiten por el premio a la ineficacia, que persiguen solamente salir un día más en el periódico, que se encuentran coludidos muchas veces con las bandas de la criminalidad organizada, que son los primeros en violar la ley para dizque cumplir con su función.
Frente a la dignidad de Martí no puede causar más que indignación seguir viendo a esos fracasados e ineptos funcionarios que todavía siguen sentados en las sillas de sus despachos, sin haber tenido la mínima decencia de renunciar desde hace meses. Lo peor es que entre los candidatos a ocupar sus sillas no se observa un mayor nivel, sino quizá todo lo contrario. Vaya, ni siquiera hay planes viables para mejorar la situación, fuera de la idea de sacar al Ejército a las calles y trabajar con su apoyo en todos los temas de seguridad pública.
No alcanzan las palabras para agradecer a Alejandro Martí por su ejemplo, por su coraje, por su compromiso, por haberse atrevido a alzar la voz y por haberlo hecho con su conocido talento como organizador de esfuerzos colectivos. Ojalá hubiera millones de mexicanos como él. Por lo pronto, ya tenemos una inspiración diaria para seguir, en medio de tantas malas noticias, luchando por la justicia.
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