martes, 17 de enero de 2012

ENCUESTAS Y ASPIRANTES

RODRIGO MORALES MANZANARES

Los ejercicios demoscópicos han terminado por suplir a la política partidaria. En sus inicios, las encuestas electorales fueron masivamente descalificadas casi como un asunto de fe. Pocos creían en que las entrevistas a un universo francamente marginal de la población podían prever las preferencias y opiniones del conjunto. Casi nadie sabía de estratificación, y en general aquellos ejercicios fueron vistos y leídos con desconfianza.
Al pasar de los años, las encuestas han adquirido una centralidad que, desde mi punto de vista, es excesiva. Por supuesto que no han sido las casas encuestadoras las que han logrado la centralidad que hoy se les confiere. Hay que reconocer que siempre todos y cada uno de los directivos de esas casas han insistido en subrayar las limitaciones que tienen sus respectivas encuestas, pero han sido los usuarios de las mismas quienes han terminado por convertirlas en verdaderos oráculos.
Dos casos recientes llaman la atención. En estos días, los aliados de izquierda en la capital han aplicado encuestas que servirán con miras a definir quién será su abanderado para el DF. Hay que recordar que las figuras que aspiraban a la nominación presidencial por la izquierda se sirvieron también de esos ejercicios para darle forma a su acuerdo político. Sin embargo, advierto que dicho método no podría ser universal. En el caso de los aspirantes a la Presidencia, ellos lograron imponer su agenda y ritmos a los partidos políticos y lo que terminaron haciendo fue notificarlos de sus intenciones.
Las condiciones de falta de institucionalidad y la existencia de caudillos incontrovertibles, tal vez no se presente en todos los casos. Creo que universalizar el método no sólo constituye una apuesta política que coloca a la popularidad por encima de las trayectorias, capacidades o proyectos personales, una apuesta por demás ominosa, además de ser un riesgo en términos de sustentabilidad.
El otro caso emblemático ha sido la designación de la señora Isabel Miranda como abanderada del PAN para el GDF. Ahí también se alegó que las encuestas la ubicaban como la opción más competitiva, aunque, como agravante, nunca se dijo que ese sería el método para seleccionar al candidato. Advierto algunos inconvenientes.
El primero tiene que ver con el cargo al que se postula a la señora Miranda: jefe de Gobierno. Me parece que su trayectoria acredita sin duda muchos valores, pero no encuentro el de la gestión pública, menos para hacer frente a la complejidad político-administrativa de la Ciudad de México. Eventualmente, la autoridad moral que la señora ha acumulado estaría mejor capitalizada en un cargo deliberativo (senadora o diputada).
Lo segundo, que parece un poco inevitable, y sin duda lamentable, es que el asunto de la seguridad será un tema de campaña desde una perspectiva partidista, y nos seguiremos alejando de encararlo como una verdadera política de Estado. En fin.
La reciente centralidad de las encuestas como método para solucionar diferendos internos es una mala noticia para la democracia. Lo es porque antepone la popularidad de las personas sobre la capacidad o trayectoria; porque anula la deliberación programática y resuelve los diferendos con mediciones de conocimiento de la población. Al final del día desnaturaliza los procesos políticos y envía un mensaje nada alentador: prepararse con miras a gobernar no tiene caso; hay que estar atentos a las encuestas.

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