RAÚL CARRANCÁ
En una campaña política como la de este año todos los temas a tratar son importantes. Sin embargo, resaltan aquellos que la sociedad considera privilegiados, ya sea por su relevancia en sí o por sus repercusiones en el propio cuerpo social. En tal sentido, pues, yo considero que los grandes temas de la campaña son, por orden de prioridad, el de la seguridad pública, el de la administración y control de los bienes y recursos naturales, y el del crecimiento económico; todos dependientes, como debe ser en un Estado de Derecho, del mandato constitucional. Ahora pregúntese usted quién o quiénes de los precandidatos o aspirantes presidenciales los tratan a fondo, en serio; no por simpatía a alguno de ellos, tampoco por compromiso o pasión partidarios, sino por simple y llana objetividad antes de emitir un juicio de valor (votar). O sea, para saber cómo abordan asuntos de excepcional trascendencia para México. La verdad es que yo pienso que salvo López Obrador, los demás apenas si los acarician con tiento y cuidado en la superficie. Mejor dicho, los citan, los señalan, pero no se comprometen. A lo sumo sugieren algunos cambios que son, en rigor, alteraciones mínimas. Es que hay en la política un acomodo de piezas intocables que en su sitio y movimiento se respetan a toda costa, a todo trance, sean incluso del partido que sean. Son los famosos "valores entendidos". Y como siguen allí, la consecuencia es que hay atrofia y anquilosamiento en el cuerpo social, en el ejercicio político de la democracia. Frente a dicho panorama los políticos de acomodo y concesión guardan silencio, disimulan o dicen mezquindades ideológicas. Y pocos, muy pocos, son claros, directos, estemos de acuerdo con ellos o no.
Ahora bien, es inadmisible que ciertos aspirantes hablen tan a la ligera de posibles cambios en la organización y administración de Pemex, igual que lo hacen al referirse a la estrategia del presidente Calderón en "su guerra" contra la delincuencia. Olvidan que la Revolución Mexicana, tan socorrida y alabada cuando les conviene, plasmó gran parte de sus ideales en el artículo 27 de la Constitución. Y "no hay que verle tres pies al gato" porque "no tiene vuelta de hoja" la contundencia y claridad del párrafo sexto de ese artículo: "Tratándose del petróleo... no se otorgarán concesiones ni contratos, ni subsistirán los que en su caso se hayan otorgado". En tal virtud coincido plenamente con el compromiso de López Obrador (palabra dada) de no privatizar Petróleos Mexicanos ni la Comisión Federal de Electricidad, lo que es muy aparte de la demagogia populista que algunos suponen. Por desgracia, quienes padecen de la vista intelectual creen que oponerse a privatizar es detener el desarrollo, y nada hay más contrario a esto. El artículo 27 consagra la soberanía de la Nación sobre sus riquezas naturales en tierras y aguas aunque delegando en los particulares el dominio de ellas, lo que constituye la propiedad privada. Roto este límite se llega o llegaría al caos social, lo cual se demuestra con la expansión inhumana del capitalismo y la libre empresa. Empresa y capitalismo desde luego positivos, pero sin que la Nación pierda sus derechos, o sea, sin que se desnaturalice. Y es precisamente el artículo 27 el que establece las bases de la que llamamos soberanía nacional, concepto del que se abusa en pro y en contra. Incluso algunos la tildan de antigualla y valladar impertinente de la libertad y progreso. Olvidan que "la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo", en los términos del artículo 39 de la Constitución. Por lo tanto la riqueza de las aguas, suelo y subsuelo mexicanos, es del pueblo y no de unos cuantos contratistas. En consecuencia muchos de nosotros suscribimos las palabras de López Obrador pronunciadas por López Obrador en Tampico: "ya no va a haber contratos que son un buen negocio para empresas extranjeras y un mal negocio para México". ¿Populista, demagogo? En todo caso lo sería la Constitución... .
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