lunes, 23 de enero de 2012

UNA RACHA DE BUENOS MODALES

RICARDO BECERRA LAGUNA

Tuve que leerlo varias veces, en varios periódicos, todas primeras planas, frotándome los ojos… y era cierto.
El notición (las dirigencias del PRI y del Partido Nueva Alianza cancelaron la coalición electoral que ya había sido pactada) en realidad era otro: el tono y los buenos modales de su rompimiento.
Pongan atención en esta cuidadosa redacción: "Tras una larga y cordial negociación, el PRI, el PVEM y el Panal, de común acuerdo y por así convenir a sus intereses, han decidido que el Panal participe por separado en el proceso electoral federal 2012”.
¿Verdad que es poco común? A pesar de los intereses en juego, tenemos aquí un divorcio en toda la regla: decoroso, claro, civilizado. En el acto, los cónyuges se muestran respetuosos, no se hacen daño, cuidan sus palabras.
Continúa el comunicado: "Esta decisión se tomó con el interés fundamental de respetar la unidad interna y los derechos políticos de los militantes de nuestros partidos".
Pero por milagroso que parezca, en nuestra temporada electoral, el esmero por las formas y el buen trato no es exclusivo del PRI ni de Nueva Alianza. Allí está el más rijoso y movedizo de los partidos, el PRD, ahora capaz de alumbrar sus principales candidaturas en santa paz, con sonrisas, fotos y mutuas felicitaciones.
En ese trance, Marcelo Ebrard se lleva las palmas: "La intención de voto favorece hoy a Andrés Manuel… Podría empecinarme en llamar a ir a las internas en diciembre. Sí, se podría, pero entonces ¿dónde quedaron los objetivos estratégicos planteados? No seré yo, nunca, quien conduzca las posibilidades de cambiar el rumbo de México al fracaso".
Días después, el propio Ebrard en un alegato de 40 minutos ante sus leales, sentenció: “…es hora de renovar al PRD, alejarse de mezquindades y concluir la vida tribal de la izquierda”.
En clásica correspondencia, López Obrador comparó a Ebrard con Ulises, héroe que no se dejó "cautivar por el canto de las sirenas". Y no sólo eso: "Marcelo, dirigente excepcional, ha demostrado con hechos, poner por encima de sus legítimas aspiraciones personales el interés general y los anhelos de millones de mexicanos...”.
En la izquierda, todos parecen suecos. Miren la selección del candidato a Jefe de Gobierno del Distrito Federal:
"Apoyamos los resultados y vamos a apoyar a nuestro candidato, el doctor Mancera”, dijo el otrora pugnaz Martí Batres.
"Se tiene que tener altura de miras y cerrar filas", añadió Joel Ortega. Incluso y de manera sorprendente, Gerardo
Fernández Noroña, entonó la misma melodía, sin desafinar: “No seré factor de división y asumiré el resultado".
En el PAN los tonos son otros, pero sus precandidatos siguen un curso parsimonioso, incluso flemático, mientras que López Obrador envía atentas preguntas a las instituciones electorales y pregona los generales de su nueva República del amor.
¿Qué esta pasando? ¿cómo es posible todo esto en una vida política regularmente tan salvaje y tan poco dada al respeto por los contrincantes? Y si hay algo duro y traumático en la vida partidista, si hay algo que convoca los peores demonios de los políticos profesionales es, precisamente, el parto de sus candidaturas… y esta vez lo están resolviendo con una urbanidad que pasma.
¿Serán los consejos de publicistas que han caído en cuenta que el electorado rechaza la trifulca y la agresividad? Quizás. ¿Un cambio en la cultura política? Por qué no.
No obstante, creo ver que algo cambió en el ecosistema político: nuevos equilibrios, fuerzas cruzadas, enlaces transversales que pueden alterar el curso de una elección.
Es todo un aprendizaje: en los últimos años el transfuguismo se ha mostrado como el peor de los venenos, la escisión de los cuadros propios y la formación de alianzas en torno a los compañeros que se marcharon, es la principal circunstancia que, desde el arranque, drena las posibilidades del triunfo electoral.
No digo que dure hasta las campañas ni que se vaya a volver una característica de nuestra vida política, pero desde allí se explica el aliño y el esmero con los de casa y con los potenciales aliados. Son las duras lecciones de los últimos años sobre todo en elecciones locales. Es desde esa pulsión aprendida donde proviene la extraña racha de los buenos modales.

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