jueves, 5 de enero de 2012

LOS REYES MAGOS

RAÚL CARRANCÁ

Llegaron hasta el pesebre de Jesús con oro, incienso y mirra. Lo curioso es que un aspirante a la Presidencia de la República, cual si fuera un pequeño cordero adorando a Jesús, les haya pedido a los reyes -que festejamos esta noche- alcanzar la cima del poder político en México, para lo cual atrae con fuerza a sus pulmones el aire exterior de su partido. No quiero suponer siquiera que vaya a ser como muchos, muchísimos políticos, un lobo disfrazado con piel de cordero. ¿Pero qué habrán pedido a los reyes magos millones de mexicanos, que al lado del símbolo maravilloso colocan sus inquietudes y esperanzas políticas en un año crucial en la vida pública de México? Yo me atrevo a suponer que no la repetición de lo mismo, sino por lo menos su modificación; y para otros millones entre los que me encuentro, un cambio radical en lo que concierne a la guerra contra la delincuencia. Pero sobre todo paz, solidaridad y aunque algunos le tengan miedo, amor. Sin embargo las rencillas están a la vista, las constantes amenazas de impugnaciones, las descalificaciones y hasta las ofensas persistentes. Casi todos los aspirantes a la Presidencia andan a la rebatiña y mal disimulan su apetito de poder, no importa que se disfracen de sofistas retóricos y elegantes. No hemos visto un intercambio sólido de ideas, de proyectos, en que se analicen y debatan con inteligencia cuestiones trascendentales para el país. La rijosidad verbal ha predominado. Y en lo tocante a la famosa propaganda en radio y televisión es insulsa, sin viveza política, y en un elevado índice consiste en atacar indirecta e insidiosamente más que en definir o proponer. Hay un juego en las ferias que se llama "péguele al gordo", donde aparece el rostro abundante en carnes de un payaso. ¡Y a darle duro hasta obtener un premio! Es lo que hace la mayoría de los aspirantes presidenciales, golpear y golpear con el fin de aniquilar políticamente al contrario. ¿Eso es la democracia? Vayamos ahora a los debates internos o externos, medidos por el tiempo que es rebanador de ideas. Parecen niños mal aplicados de escuela. Recitan o declaman frases o palabras que han memorizado con antelación. No convencen y sólo se presentan ante un público escéptico o condicionado y comprometido. No es obligado que un político sea un buen orador -lo que es excepcional- pero sí debe ser un buen expositor, claro, preciso y en especial fluido.
¿Qué pasa? El pueblo merece más respeto y no chascarrillos, en ocasiones groseros. A los reyes magos, si se cree en ellos o en lo que representan, hay que pedirles orientación sabia sin olvidar que viajaron hasta Belén para rendirle tributo al amor (palabra que aterroriza a ciertos políticos). Lo que sucede es que al amor se lo ha ubicado al margen o aparte de la dinámica social, tal vez pensando erróneamente que tiene una connotación nada más confesional o religiosa. No es exacto. Ya Aristóteles lo definía como un compromiso del espíritu con el bien, siendo la ciudad ideal el asiento del bien; lo que sin duda le enseñó Platón en su República. No se le puede exigir al hombre y menos aun al hombre político -vana esperanza- que renuncie a su condición natural que implica tartufismos y sinuosidades. Lo llaman pragmatismo y sentido de la realidad, y si alguien piensa lo contrario lo califican de ingenuo o cándido (¡oh Voltaire! para quien es imposible cambiar el mundo y "hay que cultivar nuestro jardín"). Cultivemos, pues, nuestro jardín pero no renunciemos al concepto del amor como ingrediente posible de la democracia. ¿O qué acaso tanta violencia, odio, crimen, se pueden combatir con otra cosa que no sea el amor?
(Apostilla al margen: Carnelutti, el gran jurista italiano, padre de una escuela que ha hecho y sigue haciendo historia, decía que lo que el recluso necesita -en rigor delincuente- es amor. ¿Estaría loco?...)

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