RAÚL CARRANCÁ
El país se ve envuelto en un torrente de propaganda electoral muy al margen de las reglas impuestas por el IFE. Calles y avenidas, aparte de periódicos, radio y televisión, nos caen encima con una palabrería hablada y escrita que en rigor dice poco. Es lo mismo que los anuncios, que las promociones de los comerciantes, pero sin ideas ni desarrollo de éstas; sin el concepto, opinión o juicio acerca de lo que quiere el candidato, el aspirante a un cargo de elección popular. La mayoría, salvo uno que a mi juicio es López Obrador, cae en la tentación de la feria, del mercado: vender y comprar. No hay una explicación del producto electoral. Buen ejemplo de ello es lo que acaba de decir Enrique Peña Nieto en Monterrey, que la inseguridad y el crimen será uno de los asuntos prioritarios en su agenda en caso de ganar la elección para Presidente. Bueno, y... No dijo cómo va a resolver el problema, en realidad no dijo nada. Luego afirmó que el PRI se habrá de comprometer en la materia y que él hará un compromiso con todo México para combatir frontalmente la inseguridad y dar resultados de manera pronta y eficaz. Me parece increíble que a estas alturas, en medio de la gravísima crisis de violencia que vive la nación, un aspirante presidencial aborde de forma tan elemental un asunto de la mayor trascendencia. ¿Y los del PAN? A lo sumo han dicho que seguirán con la estrategia de Calderón... o perfeccionarán el papel de las policías. Pasa aquí lo mismo que en las ferias y mercados, se pregona la mercancía anunciando que es la mejor, magnífica, única, insuperable. Hasta hoy no se han confrontado los candidatos ni sus propuestas. Veremos qué sucede cuando lo hagan, pero los augurios son pesimistas si continúan con su hueca verbosidad imparable. No es justo para México, ni para el pueblo, ni para el elector. Da grima. El Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, pésimo en la especie, prohíbe ciertas cosas, igual que las reglas del IFE, pero no la exposición inteligente de las ideas. Una democracia vive del diálogo, del pensamiento. ¿Por quién se va a votar? ¿Por la "mejor" oferta sin razonamiento previo que la respalde? ¿Por una cara o la guapura de un candidato? ¿Por la preferencia de género? ¿En los momentos actuales eso es todo lo que hará el elector? Lo estamos viendo con asombro. Algunos partidos eligen para los cargos públicos a gente muy respetable, pero no por lo que son sino por lo que representan. Es como la apuesta en un juego de póquer donde la apariencia, el engaño, lo pueden todo. Quizá el que hizo la finta sea una persona excepcional, de enorme talento y capacidad. No importa, hizo la finta o se prestó a ello. Esa no es la verdadera democracia. En el fondo se trata de un engaño, de una ficción política.
¡Qué lástima, qué lamentable, que transcurrida la primera quincena del mes de enero asistamos cotidianamente a un espectáculo electoral! Los aspirantes a los cargos de elección popular se toman la foto, se maquillan, sonríen, y en enormes anuncios llamados espectaculares, ¡al fin espectáculo!, ponen al pie de éstos unas pocas palabras, poquísimas, que contienen una oferta oculta disfrazada de esperanza. ¿Un plan, un estudio serio, un análisis concienzudo? No aparece por ninguna parte. El panorama es sombrío si las cosas siguen así, porque tarde o temprano se alegará en algún espacio. ¿En el de la inconformidad callejera, a gritos, en el de los tribunales? Lo cierto es que si la palabra no se usa con inteligencia y emoción, entonces un día revienta, estalla en el corazón de los hombres y enciende ráfagas de fuego. No queremos eso en México pero todo indica que los políticos cantan una vieja canción y para colmo mal entonada, una canción que aburre e incluso agravia. ¿Qué ha pasado? Que los mítines se han vuelto sitios de exhibición, no de exposición de ideas, siendo que lo imprescindible no es ver sino oír, escuchar a los candidatos. ¡Ojalá haya un cambio en los meses que faltan para las elecciones!
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