jueves, 12 de enero de 2012

HOOVER: OBSESIÓN POR EL CONTROL

JOSÉ WOLDENBERG

La aspiración por la seguridad (personal, pública, nacional) no sólo es natural sino legítima. La obsesión por la seguridad, sin embargo, puede vulnerar lo que antes se llamaban garantías individuales y algo más: generar grados de independencia a los encargados de la misma, que incluso sus "superiores jerárquicos", sus propios jefes, resulten secuestrados por ellos.
Clint Eastwood, uno de los directores de cine más interesantes del presente, ofrece una versión de la vida y obra de J. Edgar Hoover, el legendario fundador, escultor y director durante 48 largos años del FBI. Alejado del panfleto, Eastwood ofrece un fresco multidimensional en la película J. Edgar. Una cinta en varias dimensiones que abarca desde la vida privada hasta el impacto que en la vida pública tuvo el talante del héroe/villano.
Hoover fue un hombre alucinado por el orden y el control, organizador maestro, gran publicista de sí mismo, capaz de explotar los miedos de una sociedad, un perito del chantaje, un persecutor tenaz e inescrupuloso de anarquistas, comunistas, defensores de los derechos civiles, una pieza sin la cual no se puede comprender la historia moderna de Estados Unidos. Y el director explora los resortes que construyeron esa personalidad.
Homosexual de clóset, dependiente profundo de una madre autoritaria (vivió con ella hasta los 43 años, fecha en la que falleció), hijo de un hombre que perdió la razón, es sobre todo un producto modelado por el ansia de orden y control. Según su biógrafo, Anthony Summers (Oficial y confidencial. La vida secreta de J. Edgar Hoover. Anagrama. Barcelona. 1995), desde los 13 años llevaba un diario en el que "tomaba nota todos los días de las temperaturas y la nubosidad, los nacimientos y las defunciones en la familia, los ingresos que obtenía haciendo alguno que otro trabajo; incluso escribía listas con las tallas de sus sombreros, calcetines y cuellos". Un hombre que tenía que tener bajo registro todo cuanto lo rodeaba.
Pero por supuesto no bastan las características personales para crear una figura como la de Hoover. Y eso lo sabe Eastwood. Fueron las huelgas, las movilizaciones, los actos terroristas que sacudieron a Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial, los que generaron el clima de excitación pública y de ansia de seguridad que abrieron la puerta a una figura como la de J. Edgar. Fue él quien introdujo la idea de "crear un extenso fichero de izquierdistas", fue él quien impulsó la idea de desterrar del país a los extranjeros "radicales peligrosos" (en la película se ilustra con el juicio a Emma Goldman, a pesar de que llevaba 34 años viviendo en Estados Unidos), fue él quien desató redadas contra los "enemigos" del sistema, fue él quien desarrolló métodos lícitos e ilícitos de espionaje. Y todo ello antes de cumplir los 29 años. De tal suerte que cuando recibe la encomienda de crear lo que luego sería el FBI ya cargaba con un arsenal nada despreciable de herramientas para combatir a los reales y supuestos opositores a lo que él creía era y debía ser el american way of life.
Hoover es así también un producto de la época y un constructor de la misma. Según Summers, desde sus primeros tiempos comprendió "que la represión estatal podía funcionar en los Estados Unidos", "que era posible espiar a las personas y perseguirlas, no porque hubieran cometido algún delito, sino por sus creencias políticas", y que no debía ligar su futuro al de ningún partido o personalidad política, sino, con posterioridad, al de la institución por él creada. Hoover en ese sentido es una más de las figuras públicas marcadas por la amoral consigna de que el fin justifica los medios. Pero lo que me importa recalcar es cómo la preocupación obsesiva por la seguridad y el miedo a los "enemigos" pone en acto un resorte "defensivo" que puede expandirse más allá de lo permitido por la ley y, en ese sentido, contrario a los derechos individuales.
Hoover fue también un modernizador de la policía. Introdujo al FBI a destacados universitarios. Creó un laboratorio criminal, fundó una escuela en el FBI y logró que, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el propio presidente Roosevelt le encomendara la seguridad nacional. Logró casi un fuero para su institución y los propios ministros de justicia, de los que supuestamente dependía, acabaron por no tener ningún control sobre él. Era temido -y esto es lo segundo que quiero subrayar- por lo que sabía, por el archivo personal con que contaba, por la red de espías que conocían la vida y milagros de los políticos. De tal suerte que el encargado de velar por la seguridad tomó como rehén a buena parte de la "clase" política norteamericana, incluyendo a sus presidentes.
Según una de las cintas develadas de la Casa Blanca, Nixon le temía y no sabía qué hacer con él. Para su fortuna murió (1972), y fue la única manera de que abandonara a su creatura: el FBI. Luego de lo cual, el propio Presidente le hizo un conmovido homenaje.

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