domingo, 15 de enero de 2012

PARA DEJAR ATRÁS LA NORIA

ROLANDO CORDERA CAMPOS

Como lo hiciera en 2009 su antecesor en la gubernatura del Banco de México, el doctor Carstens tomó el toro por los cuernos y salió al paso de las liviandades del gobierno en materia económica. Lejos de la ligereza con que los funcionarios gubernamentales se han tomado eso de la generación de expectativas por la vía de la autoayuda y otros recursos de la venta a plazos, el gobernador del Banco de México habló claro y preciso.
El mundo vive una de las peores crisis de su historia y nadie puede hoy anunciar que el fin de la hecatombe financiera global esté cerca. Mucho menos si la orgullosa Alemania cambia su marcha y entra en receso abierto.
En cuanto a nosotros, el banquero central advirtió que con los motores externos apagados o por apagarse, se tendrá un crecimiento bajo, insuficiente para crear los empleos formales que se necesitan para ocupar a los que entran al mercado. Sus estimaciones, por lo demás, pronto podrían mostrarse demasiado optimistas.
El banco espera que la economía crezca este año entre 3.5 y 4.5 por ciento, lo que se traduciría en la generación de alrededor de 600 mil nuevos empleos, muy por debajo de los 900 mil o un millón que se requieren. Además, si se toma en cuenta el enorme bolsón de subempleo y precariedad laboral, junto con las dificultades crecientes que encara la emigración a Estados Unidos, podrá calibrarse mejor la extensión y profundidad de la cuestión social mexicana, poblada de pobreza y desigualdad pero agravada por nuevos y desatendidos males en la existencia y la conducta de las comunidades y grupos de edad más vulnerables.
El banquero central habló de la necesidad de volver los ojos al mercado interno, pero no dejó de incurrir en el mantra de “las reformas que tanto necesitamos”, que Calderón convirtió en lastimosa jaculatoria. Nadie puede dudar que el Estado y la economía requieren de reformas de gran calado, pero su contenido y secuencia poco tienen que ver con lo que predican los oficiosos exégetas de un modelito que más que hacer agua se ha hundido, sin posibilidad alguna de reflotarse.
La perspectiva de un largo letargo productivo y, como consecuencia de ello, un decaimiento social pronunciado, es el peor de los escenarios para una contienda electoral de pronóstico reservado. Mantenerla en reserva, para verse con ella después del triunfo, como parecen quererlo el PRI y el gobierno, no sólo no será posible, porque sus consecuencias sociales estarán pronto a flor de tierra, sino que puede volverse pernicioso y hostil para el diseño de operaciones de emergencia al agudizarse la inestabilidad global y perderse el escaso ritmo del crecimiento esperado.
Cuando irrumpió la tormenta en 2009, el Congreso de la Unión convocó a jornadas de deliberación sobre lo que debía hacerse para crecer. Nada se hizo en este sentido y muy poco en el frente de la acción directa e inmediata contra el ciclo económico, cuya fase recesiva entraba con violencia.
La consecuencia fue una caída espectacular de la actividad económica y un ascenso pasmoso del desempleo abierto, que en la fase subsecuente de recuperación a medias no disminuyó como se esperaba. Así, se prohijó la continuidad del estancamiento estabilizador y la capacidad de respuesta interna no mejoró, dejando a la economía inerme frente a las veleidades de la secuela de la gran recesión, que ahora se anuncia como un prolongado declive a escala mundial.
En ocasión de aquellas jornadas, Romano Prodi propuso, en clara referencia a nosotros: no hay éxito exportador que dure si no hay un mercado interno robusto; y no hay mercado interno robusto sin una política industrial efectiva. No se le prestó atención a la fórmula del político europeo y se optó por la callada por respuesta. Se perdió tiempo y oportunidad y ahora somos más débiles que entonces.
Volver al mercado interno implica reconocer que la inversión y el consumo nacionales son los factores decisivos del dinamismo de la economía y sus baluartes fundamentales en tiempos de crisis. Sin embargo, es preciso admitir que el consumo masivo se ve hoy frenado por la falta de empleos y los bajos salarios medios, y que la inversión lucrativa sufre de incertidumbre y de falta de alicientes, precisamente en el mercado de consumo masivo. Para no hablar del indignante caso del sistema bancario, que gana sin prestar y todavía presume de sólido y prudente.
Se conforma así un clásico círculo vicioso de estancamiento que se reproduce debido a las propias maneras cómo la economía se ha organizado unilinealmente en torno al mercado exterior. La maquila puede ser grande y exitosa, como lo ha sido la automotriz, pero sin diversificarse y con los bajos grados de integración nacional que tiene no puede servir para agrandar y darle densidad al mercado interno. Puede seguir atada al ciclo estadunidense o al dinamismo en otros mercados emergentes, pero no convertirse en una poderosa máquina de crecimiento sostenido como el que México requiere.
Liberarse de estas y otras amarras exige una firme revisión y corrección de estilos, visiones y conceptos a la que el gobierno se ha negado y a la que el Congreso renunció en los hechos. Implica resucitar la vocación inversionista del Estado y reinventar los canales de comunicación y cooperación con los empresarios nacionales y foráneos, ahora con una clara intención de desarrollo regional.
Sólo así emergerán nuevos y novedosos paquetes de acumulación de capital, que impulsen el surgimiento de una economía mixta capaz de encarar las olas recesivas provenientes del mercado mundial y al mismo tiempo construir las bases de una planta productiva renovada y diversificada. Este es el camino más seguro para asegurar el financiamiento del desarrollo y evitar que la “pesadilla de Prebisch” del estrangulamiento externo frene la recuperación y distorsione el crecimiento alcanzado.
Nada sencillo ni indoloro en cualquier tiempo, pero misión casi imposible en la circunstancia presente.
Bienvenida la claridad del banco central, pero no tendrá frutos positivos mientras la empresa y el Estado no acaben por asumir que el giro que se necesita en la estrategia es mayor. Implica una renovación conceptual que no se resuelve con el simplismo agotador de las esquivas reformas de enésima generación, cuya sustancia siempre queda en el aire o pronto se descubre como una triquiñuela más para justificar el saqueo del Estado y la afectación de derechos sociales fundamentales.
En el mundo de hoy y el que nos anunció Banxico, “más de lo mismo y con la misma gente” sólo puede querer decir menos de todo: menos inversión pública y gasto corriente funcional con la primera, menos consumo, menos disposición de los privados a arriesgar, menos crecimiento y afirmación de las tendencias al estancamiento. Un nudo gordiano para el que la espada de Alejandro no serviría sino para agravarlo.
La filigrana de la política y la gana de cambiar para que nada siga igual, es lo que el país requiere y lo que muchos mexicanos van a demandar muy pronto. Ojalá que el reclamo sea democrático más que airado, aunque para empezar a remover y conmover nuestro apoltronado espíritu público vaya a ser necesario más de un grito.

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