lunes, 9 de enero de 2012

FAVORES CHINOS AL CAPITALISMO

RICARDO BECERRA LAGUNA

¿Cuál es el acontecimiento capital, de mayores consecuencias para la historia del mundo, en los últimos 50 años? Esto es lo que el Institute for Historical Review preguntó a varios historiadores, a propósito de su revista de año nuevo. 
Responde Eric Hobsbawm: la llegada de Margaret Thatcher al poder británico en mayo de 1979 con el fin explícito de rendir a los sindicatos en nombre del control inflacionario para luego desregular toda la economía (un modelo político de ambiciones universales que se generalizaría por todas partes en las siguientes décadas).
Contesta Paul Krugman: el ascenso de Ronald Reagan en Estados Unidos y su programa extremo liberal; destrucción del compromiso keynesiano; promotor de la desigualdad; centrado en un propósito principalísimo: suprimir las trabas a los poderes financieros a escala mundial, cuyas consecuencias vivimos ahora, sumidos en la panza de la convulsión mundial del crédito y la banca.
Contrario -pero no tanto- David Harvey mira al otro lado del mundo: lo definitivo fue el anuncio de las “cuatro modernizaciones” hecho en diciembre de 1978, desde las antípodas geográficas e ideológicas y formulado por Deng Xiaoping, cuyo efecto casi inmediato fue poner a disposición de la globalización a la quinta parte de la población mundial. “Al cabo, este hecho sustentó y dio viabilidad a las otras revoluciones conservadoras de occidente y quizás, será la fuerza motora que en esta década salve al capitalismo de si mismo”.
Yo creo que Harvey tiene razón, al menos por dos grandes razones: porque los chinos financiaron el modelo de crecimiento consumista de los Estados Unidos y porque gracias a su infinita mano de obra, el mundo pudo vivir sin inflación durante casi un cuarto de siglo. Me explico.
Como se sabe, la norteamericana ha sido la sociedad más compulsivamente compradora del planeta, con sistemas de consumo para casi cualquier cosa (incluso par viajar en satélite, en cómodas mensualidades -y no es broma-). Pero lo singular, es que esa manía fue financiada por una Reserva Federal que no dejó nunca de inyectar crédito a la economía. Crédito que a su vez, era comprado sobre todo, por China (y los saudíes) bajo la forma de bonos del tesoro y otros instrumentos financieros.
Para que se den una idea: las reservas internacionales chinas, en el 2011 rozaron los 3 billones (trillions) de dólares. Representan el doble que las de Japón y multiplican en 21 veces a las de México. Y siguen acumulándose a razón de 30 millones de dólares ¡por hora! o, si quieren verlo de otro modo, 21 mil 600 millones de dólares cada semana.
Éste es el tamaño y el ritmo de la transfusión sanguínea china a los Estados Unidos que los enlaza en un acuerdo históricamente singular: un país pobre ha subsidiado durante décadas a los habitantes del país más rico de la tierra y su desenfrenado consumo.
Y en segundo lugar: gracias a la llegada de una mano de obra inmensa, de casi mil millones de trabajadores listos para ser contratados por sueldos bajísimos, la inflación fue exorcizada del panorama económico en los noventa y los años dos mil, gracias a la inundación de todo tipo de productos baratísimos (desde ropa hasta computadoras, desde tornillos y herramientas hasta celulares y turbinas).
La Organización Mundial de Comercio calcula que la llegada permanente de mercancías ultra baratas y por lo tanto ultra-competitivas, fue una de las herramientas para darle estabilidad al curso de la globalización, y es el malhadado Alan Greenspan quien lo reconoce con una franqueza que se extraña de los Bancos centrales: “…el factor más importante para que la globalización gozara de crecimiento económico sin sentir la punzada de la inflación, es la llegada de los ejércitos de trabajadores de China, la India, Asia central y el Este europeo” (La era de las turbulencias, p. 334).
Ahora mismo China debe echar otra manita al capitalismo mundial: importando más productos de los Estados Unidos –o de México, por ejemplo-. Pero eso requeriría que China ahorrara menos, invirtiera menos y consumiera más para jalar a ese conjunto de economías occidentales sumidas en su gran recesión.
Su mercado interno aún es relativamente pequeño, pero si en la siguiente década su consumo creciera tres por ciento anual, estaría en condiciones de importar un billón de dólares adicionales de mercancías de todo el mundo, lo que animaría en dos puntos a la economía de Estados Unidos (OMC. Informe sobre el Comercio Mundial 2012).
¿Quién iba a decirlo hace 50, o tan solo hace 10 años? Escapar de la siguiente turbulencia global y quizás, de la siguiente gran depresión, dependerá -ya no de la incompetencia doctrinaria de occidente y su culto a la austeridad y a la “estabilidad macroeconómica”-, sino de la astucia y las decisiones internas de los herederos de Mao.

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