HERMILIO LÓPEZ BASSOLS
Corría el mes de agosto de 1821 y el movimiento de Independencia se acercaba a su fin desde el momento en que se firmó el Plan de Iguala. En él se proclamaba "la independencia de la América Septentrional" y se proponía la unión entre todos los mexicanos. Ese llamado de unión quizá es la característica del documento firmado en Iguala, unión general entre europeos y americanos, indios e indígenas, fortalecida por los lazos de amistad, la dependencia de intereses, la educación, el idioma y la conformidad de sentimientos. Asimismo reconocía la religión católica, apostólica y romana sin tolerancia de otra alguna.
Corría el mes de agosto de 1821 y el movimiento de Independencia se acercaba a su fin desde el momento en que se firmó el Plan de Iguala. En él se proclamaba "la independencia de la América Septentrional" y se proponía la unión entre todos los mexicanos. Ese llamado de unión quizá es la característica del documento firmado en Iguala, unión general entre europeos y americanos, indios e indígenas, fortalecida por los lazos de amistad, la dependencia de intereses, la educación, el idioma y la conformidad de sentimientos. Asimismo reconocía la religión católica, apostólica y romana sin tolerancia de otra alguna.
A corto plazo, dicha fórmula tenía como objetivo poner fin a las divisiones internas y promover la unión de la nación frente al exterior. Para consumar este movimiento a las órdenes de Bustamante, Quintanar e Iturbide, Nicolás Bravo y Vicente Guerrero, aconteció que llegó a México el último virrey Don Juan de O´Donoju, teniente general del ejército español, ministro de la guerra bajo el gobierno de la regencia, quien durante la intervención francesa en España había conspirado contra el absolutismo de Fernando VII. Pertenecía a la masonería y los hombres de la metrópoli acertaron en enviarlo a México. Sin duda que también hubo una recomendación de nuestros diputados en las cortes, entre ellos Miguel Ramos Arizpe y José Mariano Michelena. No podía este valeroso militar encontrar un panorama más difícil, dado que el dominio español se había derrumbado en la casi totalidad del territorio y las armas españolas eran detestadas por haber empapado sus manos con sangre americana.
O'Donoju percibió la situación rápidamente y así lo manifestó en su proclama a los habitantes de la Nueva España, firmado el 3 de agosto en Veracruz, a los que invitaba a la conciliación, pese a que insistía en que la independencia no la toleraría la monarquía. Se dirigió a Iturbide, a quien le reconoció el mando militar y luego le envió comisionados a Puebla con la intención de parlamentar. Señalaba a Córdoba para que se realizase allí la entrevista y, agudo y hábil, Iturbide decidió tomarle la palabra. Fue el 24 de agosto cuando el exgeneral realista, siempre pérfido en sus designios, Agustín de Iturbide y el último virrey se entrevistaron. Previamente se había convenido en el texto de un Tratado que es conocido hoy con el nombre de Tratado de Córdoba. O'Donoju por sus ideas liberales y las condiciones que encontró en el país, prefirió negociar la independencia y aceptar que en el futuro el país se gobernaría bajo la forma de un imperio monárquico constitucional moderado. A tal efecto se llamaría a reinar al propio Fernando VII o a su hermano, o a varios infantes, o finalmente al que las cortes del imperio designara. Se enviarían comisionados para informar al rey e inmediatamente se crearía una junta provisional gubernativa que elegiría a un presidente y a una regencia.
Tal fue el Tratado de Córdoba que confirmaba el Plan de Iguala, que lo modificaba sólo en cuanto a las personas que podrían ocupar el trono. Iturbide había dejado abierta la puerta de su ambición.
Al día siguiente se redactó el Acta de Independencia del imperio mexicano. "La nación mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido. Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados y está consumada la empresa eternamente memorable que un genio superior a toda admiración y elogio, por el amor y gloria de su patria, principió en Iguala, prosiguió y llevó a cabo arrollando obstáculos casi insuperables. Restituida, pues, cada parte del Septentrión al ejercicio de cuantos derechos le concedió el autor de la naturaleza, y reconocen por inajenables y sagrados las naciones cultas de la tierra, en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad, y con representantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios, comienza a hacer uso de tan preciosos dones, y declara solemnemente, por medio de la junta suprema del imperio: que nación, soberana e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha en los términos que prescribieren los tratados: que entablará relaciones amistosas con las demás potencias, ejecutando respecto de ellas cuantos actos pueden y están en posesión de ejecutar las otras naciones soberanas: que va a constituirse con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y Tratados de Córdoba estableció sabiamente el primer jefe del Ejército imperial de las Tres Garantías: y en fin, que sostendrá a todo trance y con sacrificio de los haberes y vidas de sus individuos (si fuere necesario)".
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