HERMILIO LÓPEZ BASSOLS
Saco del baúl de la memoria, acontecimientos ligados con la historia reciente de El Salvador, donde fui embajador de 1989 a 1992, en ocasión de los 30 años del pronunciamiento político gubernamental, "Declaración Franco-Mexicana" Cheysson-Castañeda. Coincide con la presentación en un cuartel de 9 militares acusados del asesinato de Ignacio Ellacuría y otros cinco sacerdotes, el 16 de noviembre de 1989. Revelaré, por primera vez, la relación que mantuve con Ignacio Ellacuría y padre Texeira, Provincial de los jesuitas, y con los generales René Emilio Ponce y Juan Orlando Zepeda, exministro y viceministro de Defensa, y con Schafik Handal y Alfredo Cristiani.
El detonador por el que los gobiernos derechistas y militares mantuvieron desde 1980, una relación áspera y distante hacia México, que reconoce la representatividad internacional del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). La sociedad salvadoreña se encontraba profundamente dividida y que se debía instalar mecanismos de acercamiento y negociación para una solución política de la crisis. Es decir, el acercamiento conduce a la negociación y la solución política es en términos pacíficos. La Declaración contiene fórmulas establecidas en el Acuerdo de Chapultepec logrado por Javier Pérez de Cuéllar, secretario general de la ONU y los cuatro países amigos, Colombia, España, México y Venezuela: la reestructuración de las fuerzas armadas, el ejercicio de la vida democrática y el respeto a los derechos humanos. Se hace un llamado a la comunidad internacional para que asuma las responsabilidades que le corresponden en el conflicto, que no significa la injerencia en asuntos internos de ese país. Además, sub-raya la protección a la población civil de acuerdo a las normas internacionales aplicables. Espíritus mezquinos localistas, con una falsa interpretación de la soberanía e indiferentes -o cómplices- ante las masacres habidas, acusaron a México de "injerencista". Tales críticos, gobiernos intelectuales y políticos, callaron ante más de un millón de dólares, provenientes del gobierno de EU, para sostener a un gobierno que reprimía. En ese escenario precisamente llegué en 1989 al asumir la presidencia Alfredo Cristiani.
No pasaron muchos días después de mi presentación de credenciales (Jorge Bustamante escribió "Pa' los toros de Jaral, los caballos de allá mesmo") para que el gobierno y el FMLN emprendieran un diálogo para poner fin a su enfrentamiento en San José de Costa Rica (VIII, 1989) con un "testigo", el representante del Secretario General de la ONU. Sin embargo, las negociaciones se rompieron cuando en un local sindical murieron 10 trabajadores a causa de una explosión que el FMLN imputó al gobierno. El 11 de noviembre, la guerrilla lanzó la mayor ofensiva de la guerra civil con un ataque y toma en buena parte del territorio y de la capital. Decenas de intelectuales, líderes sindicales, políticos, familiares de guerrilleros, solicitaron, unos, el asilo, y otros, solamente la protección dentro de la sede diplomática mexicana. El 16 de noviembre ocurrió el crimen en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Casi en la madrugada, el Arzobispo de El Salvador, monseñor Arturo Rivera Damas, monseñor José Rosa Chávez, el Nuncio Apostólico y los embajadores de Francia, Brasil y México estuvimos en el patio del dormitorio de los jesuitas para recoger sus cadáveres y trasladé a varios sacerdotes sobrevivientes a nuestra embajada. A Ellacuría lo había conocido en septiembre y acordamos abrir una biblioteca "México" -que hoy existe- y la creación de una Escuela de Ciencias Políticas. Rivera y Damas había enviado más de 100 lisiados de guerra a nuestra embajada para los que, con muchísimas dificultades y riesgo, obtuvimos el salvoconducto y traslado a Cuba. Continuará...
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