martes, 30 de agosto de 2011

LA TRAGEDIA DEL CASINO ROYALE

RODRIGO MORALES MANZANARES

El jueves murieron en Monterrey 52 personas en un acto criminal condenable. Me llaman la atención al menos tres asuntos. En primer lugar, el modo tan temerario como un grupo de sicarios ejecutó la acción: a la luz del día, sin capuchas, sin preocupación. Un modo de operar con desparpajo, sin temor a las consecuencias. Afortunadamente ya han sido detenidos algunos de los que participaron en el atentado (ojalá sean los verdaderos culpables).
En segundo lugar, parece increíble que no se tenga claridad respecto a los dueños del local de apuestas. La Secretaría de Gobernación es una de las áreas que debiera contar con la información más detallada respecto a lo que ocurre en el mundo del juego. No sólo por el simple hecho de llevar un registro convencional de manera adecuada, sino porque el giro de las apuestas se presta a fenómenos como el lavado de dinero. No deja de llamar la atención lo poco alineadas que están diversas instancias de gobierno. Insisto, el problema no es quién o cómo se otorgó el permiso, sino la desactualización exhibida.
En tercer lugar, las reacciones de muchos de los actores políticos vuelven a ser decepcionantes. Repartirse culpas se ha vuelto un ejercicio tan reiterado como improductivo. Evadir responsabilidades de manera colectiva es la mejor garantía de que los cosas no van a cambiar. Insistir en que, pese a las evidencias, no hay otro camino que el emprendido, es reiterar una ruta que día a día muestra saldos más dolorosos. Por supuesto que revisar la estrategia no quiere decir fatalmente capitular con la delincuencia, pero sí parece haber avisos en el sentido de que habría que revisar el papel y el desempeño de algunas áreas.
Más allá de la confusión conceptual que quiere equiparar al terrorismo con los actos criminales que generan terror, lo destacable justamente es el incremento del pánico, y los riesgos de que se generen escenas de terror colectivo con consecuencias aún más lamentables. Ya se han vivido en plazas comerciales, recintos deportivos, eventos sociales, etcétera. Parece que, a la lista de retos que hay para restaurar la seguridad pública, habrá que sumar el de poder tranquilizar a multitudes aterrorizadas.
Habría que reconocer que los eventos asociados a los delincuentes han escalado en gravedad y frecuencia. Reconocer que tras cada nueva tragedia se actualiza el mapa de impunidad y corrupción, que las cosas no están engranadas, que estamos lejos de un diseño armónico en el que todas las instancias estén alineadas. En fin, ojalá sea posible reconocer la dimensión de la amenaza. Convocar a una unidad nacional en la que sistemáticamente las partes se acusan entre sí, es insistir en politizar un asunto tan grave como la restauración de la seguridad pública.
Ojalá que se pueda encontrar y procesar a los verdaderos culpables; que se esclarezca a cabalidad la tragedia. Ojalá que en efecto los sicarios empiecen a sentir temor de las consecuencias de sus actos. Ojalá que los sujetos extorsionados recuperen la confianza y puedan denunciar las amenazas a que se ven sometidos. En fin, ojalá que no hubiera habido jamás las condiciones para que ocurriera la tragedia del Casino Royale.

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