RICARDO BECERRA LAGUNA
Estamos –deberíamos estar- en una situación de emergencia y no me refiero a la crisis de seguridad pública. Es una emergencia económica que desembocará en una doble situación trágica: el de Calderón, será el sexenio de menor crecimiento económico desde la década de los ochenta, y si la inercia vuelve a ganar, es posible que el año entrante, el último del sexenio, sea el de unas elecciones presidenciales celebradas dentro del peor contexto económico en toda la historia democrática de México.
Salvo de China, por todas partes llegan las malas noticias cuyo sentido informa que la crisis y sus efectos no han terminado. En este momento –a la mitad del año, y casi un trienio después- es posible que apenas hayamos alcanzado el tamaño que tenía la economía en el 2008.
Miren este dato: en el 2010 el país logró un “rebote” significativo y el producto interno creció a una tasa de 5.5%. Eso nos alcanzó para sostener una magnitud del producto de 8,762 (miles de millones de pesos); no obstante como la caída de 2009 fue tan profunda, -6.5%, entramos al presente con un nivel de riqueza nacional menor al del 2008 (8,926); es decir, dos por ciento menor que hace tres años.
Confiados en la recuperación norteamericana, esperábamos su remolque, pero todo indica que no vendrá. La desventura de Obama es también la nuestra y a la mitad del año, acusamos ya la tasa más baja registrada desde el agujero de 2009: 3.5 por ciento. Si así nos fue cuando E.U. parecía superar la crisis, cuando aún no vivía los ventarrones recesivos de la actualidad ¿qué nos espera para los siguientes trimestres? ¿qué se espera para el año de la elección presidencial?
Según el FMI, estaremos entrando al año 2012 con una tasa de crecimiento casi burlesca: menos del 2 por ciento y con riesgos de retrocesos aún peores. Esto tiene una consecuencia social obvia que ocurrirá con total seguridad: para llegar al PIB per cápita que teníamos en 2008, necesitábamos crecer 5 por ciento este año… no lo logramos, y por eso llegaremos al año electoral, no solo en medio de las borrascas inciertas de la crisis en Estados Unidos, sino también, más pobres que hace tres años.
Una última cifra para confirmar la gravedad de la emergencia: hasta hoy, el crecimiento acumulado del sexenio de Felipe Calderón no alcanza el uno por ciento (0.95%). Si suponemos, con optimismo, que este 2011 cerraremos con un 4 por ciento de crecimiento, entonces su récord rondará el 1.5 por ciento, prácticamente el mismo nivel que el de Miguel de la Madrid (1.4), pero inferior al sexenio de Salinas (3.0), al de Zedillo (3.4) y al del propio Presidente Fox (2.1).
En mi opinión, están sonando todas las alarmas que obligan a replantear cada una de las obsesiones y presupuestos de conducción macroeconómica en México: “la cultura de la estabilidad”, la inacción de la política monetaria, de la política de gasto, fiscal, el santo temor al déficit, etcétera. O el gobierno se decide a actuar con contundencia y prender los motores del crecimiento y el empleo, o su legado puede ser incluso peor que el del peor sexenio de la era priista. Así de simbólico y así de grave.
¿Qué tienen que decir el Secretario de Hacienda y el Gobernador del Banco Central? Espero que al menos por esta vez, no salgan a cámara para declarar que “la posición de México es sólida”, “que estamos blindados gracias al manejo responsable de las cuentas”, que “el margen de maniobra de las políticas macroeconómicas se ha agotado" y que de paso, debemos “ponernos estructurales” tal como recomendó hace unos días el mexicano Secretario de la OCDE.
Por el contrario, sostengo que necesitamos –urgentemente- política económica más, mucho más que la enésima ronda de “reformas estructurales” con su carga histórica de promesas fallidas. Hay que poner en marcha un programa nacional para la inversión, un pacto con la empresa para desatar proyectos, intensificar la relación con China, un plan de empleo emergente, elevar los sueldos de los trabajadores y construir el embrión de una red de seguridad social universal que le de poder adquisitivo a quien no tiene ingreso, de modo que se coloquen los primeros cimientos de una sociedad de consumo, es decir, de un mercado interno digno de ese nombre, capaz de vencer la extrema dependencia que nuestro país adquirió con el ciclo de la economía norteamericana.. Por supuesto: esta política sería poco ortodoxa, pero también lo son los problemas económicos que tenemos enfrente.
El gabinete del Presidente Calderón ya se hundió una vez en ese mar de impotencia aprendida, cuando se negaron a ver la magnitud de la crisis financiera en 2008, con todas las evidencias en sus narices y hoy pueden repetir el mismo error, cegados por el mismo síndrome: cuanto más incapaces son de desarrollar política económica, más se convencen a sí mismos de que no hay nada que puedan o deban hacer.
En suma: estamos a punto de entrar a una nueva fase de la crisis, pero empobrecidos por los efectos de su etapa previa, en 2009. Hasta ahora el sexenio exhibe un crecimiento promedio anual de 0.95 por ciento y todas las circunstancias conspiran para que los meses siguientes y el año que viene –año de elección presidencial y de renovación total en el Congreso- sea uno de los más triviales en materia económica. En conjunto, más mediocre que el sexenio más mediocre de los gobiernos priistas.
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