LORENZO CÓRDOVA VIANELLO
Los procesos electorales son los momentos en las democracias en las que a través del voto se renuevan los poderes públicos. Esa es su evidente función primordial. Para ello, las contiendas electorales suponen la confrontación de partidos y candidatos que, enarbolando sus específicos diagnósticos y propuestas (al menos en el papel) y contrastándolas con las de sus adversarios, discuten en pos del voto ciudadano.
La lógica de los procesos democráticos supone que el elemento programático constituya en gran medida el pivote alrededor del cual deben articularse las contiendas políticas. Eso se traduce de manera franca en la ley electoral.
La legislación exige, como requisito para poder registrar candidatos a cargos de elección popular, que cada partido registre ante la autoridad electoral una plataforma electoral, la obligación de los candidatos que son postulados por cada partido de sostener y difundir su respectiva plataforma electoral, la obligación de publicar y difundir ese documento electoral en los tiempos que la ley les concede en radio y televisión, y además, finalmente, el procurar que la propaganda electoral y las actividades de campaña propicien la exposición, desarrollo y discusión, de cara a los electores, de las propuestas contenidas en su plataforma.
Sin embargo, en los hechos ocurre otra cosa: la declaración de principios, el programa de acción y las plataformas electorales son vistos preponderantemente como meros requisitos formales para obtener y conservar el registro como partido político y para poder postular candidatos. Los partidos políticos y sus candidatos son cómplices -y de hecho los principales responsables- del vaciamiento ideológico y programático de las contiendas electorales. En general, y salvo raras excepciones, éstas son vistas más como la mera confrontación de aspirantes -más o menos carismáticos- sosteniendo frases hechas o planteamientos efectivistas -más o menos elaborados-, bajo lógicas meramente pragmáticas y cortoplacistas.
Por el contrario, las elecciones deberían ser vistas como momentos de oportunidad privilegiados para presentar y discutir públicamente los diagnósticos sobre los problemas nacionales y para hacer reflexiones de largo alcance sobre cómo solucionarlos. Más allá de la estridencia y la confrontación que inevitablemente se presentan en toda confrontación electoral, ésta debería ser vista como el momento de contrastar posiciones a partir de las visiones de país que cada fuerza política plantea, sobre los temas torales.
Los grandes temas generalmente se dejan de lado y no forman parte de las agendas político-electorales. La efectiva garantía de los derechos humanos, la agenda del cambio climático y de cómo propiciar un desarrollo sustentable, el tema de la vejez o de la juventud vistos de manera integral, el tema del deporte o de la crisis educativa y del papel de la escuela como espacio de socialización, el de la seguridad alimentaria, el de la laicidad y el del papel de México en el mundo son grandes temas de agenda que requieren diagnósticos serios y definiciones a futuro que son banalizados, en el mejor de los casos, cuando no simple y sencillamente ignorados durante las contiendas electorales, precisamente cuando, como hemos dicho, deberían cobrar una relevancia específica.
Pocas veces como ahora el país conjuga tantas crisis (o situaciones problemáticas intensas) actuales o potenciales tan diversas (de seguridad, de representatividad, económica, etcétera). Ello presenta la contienda electoral que arrancará en breve y que culminará el próximo primero de julio como un espacio de oportunidad para sostener esa discusión programática o ideológica.
Nos toca a todos exigir que los partidos y sus candidatos entren a ese juego con seriedad y conciencia para tratar de evitar que las futuras precampañas y campañas electorales sean, una vez más, un espacio dominado por las descalificaciones, el denuesto o, peor aun, el slogan demagógico y sin contenido. Pero eso tenemos que empezar a exigirlo desde ahora.
Nos toca a todos exigir que los partidos y sus candidatos entren a ese juego con seriedad y conciencia para tratar de evitar que las futuras precampañas y campañas electorales sean, una vez más, un espacio dominado por las descalificaciones, el denuesto o, peor aun, el slogan demagógico y sin contenido. Pero eso tenemos que empezar a exigirlo desde ahora.
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