JOSÉ WOLDENBERG
Creo que en la vida de Eliseo Alberto hubo un momento decisivo. Un acontecimiento que divide su existencia en un antes y un después. Un relámpago que selló su biografía y que él mismo describe, con crudeza y lucidez, en el prólogo a su libro Informe contra mí mismo (Alfaguara. 1997). Lo cito en extenso pero resumido:
"El primer informe contra mi familia me lo solicitaron a finales de 1978. En el verano del año anterior yo había sido movilizado como teniente de la reserva y cumplía 36 meses de servicio militar activo en una trinchera cualquiera de La Habana... Oficiales superiores me citaron en la jefatura de mi unidad para explicarme sin dramatismo que, por práctica reglamentaria en cualquier ejército del mundo, yo debía mantener informados a los aparatos de la inteligencia y la contrainteligencia militares de todo contacto con visitantes extranjeros, sin distinciones de posturas políticas. En mi condición de oficial este requerimiento era, por supuesto, una orden...
"La guerra es la guerra. Me explicaron que mi casa era un centro de interés estratégico y que mi padre podía ser blanco del enemigo, por su bondad y gran prestigio intelectual...
"Necesitamos que nos mantengas al tanto de lo que se habla en tu casa... Es cosa de rutina. No te prohibimos relaciones con extranjeros, como está ordenado, pero pedimos tu colaboración en esta tarea, me dijeron...Mi primer impulso fue negarme. El cubano no admite dos defectos: ser pesado o delator. La Revolución nos había enseñado a despreciar a los 'chivatos'. Los oficiales insistieron... 'Te será fácil. Eres escritor. Cuéntanos el cuento: puede tener final feliz'. Yo estaba aterrado... Y para amargarme la vida me dejaron solo en la oficina, ante dos pulgadas de papeles con media docena de expedientes, casi todos escritos en mi contra y firmados de puño y letra por antiguos condiscípulos del Instituto, vecinos del barrio y algún que otro poeta o trovador, de esos que solían visitar el patio de mi casa para decir o cantar sus versos a mi padre...Revisé los informes con una mezcla de terror, curiosidad y desconcierto... Eliseo Alberto..., alias Lichi..., había cursado el segundo grado de la enseñanza primaria en el Colegio de La Salle. No renegó de su formación cristiana hasta el punto de que en el cercano 1969... aún iba los domingos a la Iglesia... Su hogar... estaba repleto de literatura burguesa y era visitado con sospechosa frecuencia por intelectuales existencialistas...
"Le conté a mi padre lo que acababa de sucederme: 'Me parece monstruoso', le dije, 'Y lo peor es que haré el informe contra ustedes, carajo'. Papá encendió su pipa y, luego de varios segundos espesos, me hizo un primer comentario: para él no era un informe 'contra los míos' sino 'sobre los míos'. El piadoso intercambio de preposiciones significó una ayuda moral, sin duda. 'Lo siento, hijo: eres un peón de infantería'... No pegué los ojos en toda la noche: amanecí 200 años más viejo. Depuse las armas. Voluntariamente... Entregué mi rendición por escrito".
Para los funcionarios, la delación es una rutina a nombre de la seguridad. Para Eliseo Alberto, la imposibilidad -como oficial del Ejército- de escapar a las órdenes. Y a su familia sólo le queda la resignación ante la adversidad. Se trata de la develación del carácter policiaco del Estado cubano que hará que Eliseo Alberto se distancie de él. No de Cuba, nunca de Cuba, por la que siempre mantuvo una pasión cabal, sino de su régimen político. Me recuerda un episodio similar que narra Timothy Garton Ash en El expediente al analizar la actuación de la Stasi en la República Democrática Alemana (Tusquets. 1999): "Un amigo me cuenta la historia de alguien que acudió a él, en la década de los ochenta, y le dijo: 'Mira, me han pedido que informe sobre ti y no puedo escabullirme, así que dime qué puedo explicarles'. Juntos trabajaron en lo que él debía informar".
Escribe Eliseo Alberto: "Unos contra otros... Los responsables de vigilancia de la cuadra rendían cuentas en los Comités de Defensa de la Revolución... Los compañeros de aula avisaban a los dirigentes de las organizaciones estudiantiles... Los compañeros del sindicato informaban a la administración de la empresa... El perro terminaba mordiéndose la cola... Estoy convencido de que en muchos casos las autoridades ni siquiera 'daban curso' a los memoranda redactados por ciudadanos comunes y corrientes... Lo que realmente importaba era contar con un archivo comprometedor, no una reseña sobre el posible acusado sino un arma contra el seguro confidente...".
Al igual que Garton Ash, Eliseo Alberto llegaba a la conclusión de que las redes de delación forzada (distintas a la delación consentida incluso convencida) servían para el control de los propios informantes, víctimas y victimarios de un círculo atroz. "Fue una inteligente manera de meternos el diablo en el cuerpo. El diablo de la duda". Era una fórmula, se decía oficialmente, para reforzar la seguridad, pero era (y es) también un recurso para atemorizar, controlar, degradar.
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