JOSÉ WOLDENBERG
La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo correspondiente al primer trimestre de 2011 informa:
- Si la tasa de desocupación en general es de 5.2 por ciento, la de los jóvenes asciende al 8.1.
- Casi dos terceras partes de los jóvenes que se encuentran ocupados ganan menos de tres salarios mínimos.
- Una cuarta parte de los jóvenes labora en la informalidad.
- Entre quienes se desempeñan como asalariados dentro del sector formal menos de la mitad cuenta con contrato escrito.
- Sólo el 14 por ciento de quienes trabajan en el sector formal tiene vacaciones pagadas, aguinaldo y reparto de utilidades.
- El 92 por ciento no se encuentra sindicalizado.
Como bien asientan Margarita Vega y Daniela Rea (Reforma, 12 de agosto de 2011), "el desempleo y los trabajos precarios afectan a muchos mexicanos, pero, en el caso de la juventud, está situación es aún más grave".
El INEGI informa además sobre la situación en el segundo trimestre de 2011:
- En el sector informal laboraron 13 millones 386 mil personas.
- En dicho trimestre el incremento fue de 447 mil individuos.
- Eso quiere decir que el 28.9 por ciento de la población ocupada labora en el sector informal.
- El número de desocupados ascendió a 2.6 millones.
- El 8.3 por ciento de las personas se reportó subocupada, es decir, busca otro empleo puesto que le "sobra" tiempo o/y requiere de un mayor ingreso.
Como señaló Clemente Ruíz Durán -profesor de la UNAM-, "la informalidad funciona como una válvula de escape de la débil economía mexicana, en la que no existe una política para generar empleos de calidad". (Ernesto Sarabia, Reforma, 13 de agosto de 2011).
En síntesis, la economía no crece con suficiencia, no genera los empleos necesarios en el área formal, siguen incrementándose la informalidad y los empleos precarios, y los que más parecen resentirlo son los jóvenes. Esas realidades tienen un marco y tienden a subrayarse por el menoscabo de la fuerza específica del trabajo organizado.
Entre 1941 y 1982 el PIB per cápita anual nunca dejó de crecer por encima o al 3 por ciento (3.3 entre 1941-1946; 3.0 entre 1947 y 1952; 3.2 de 1953 a 1958; 3.4 de 1959-1964; 3.5 de 1965 a 1970, 3.0 de 1971 a 1976 y 3.3 de 1977 a 1982). Mientras de 1982 a 2009 nunca hemos logrado siquiera arribar al 2 por ciento y han existido periodos de decrecimiento (menos 2.1 entre 1983 y 1988; 1.9 entre 1989 y 1994; 1.6 de 1995 a 2000; 1.0 de 2001 a 2006 y menos 2.1 de 2007 a 2009). (Rolando Cordera y Carlos Tello. Prólogo a la nueva edición de México: la disputa por la nación. Siglo XXI. 2010).
La otra cara de esa misma moneda es que de 8 millones de personas que se incorporaron al mercado de trabajo en la primera década del siglo XXI, sólo tres pudieron encontrar empleo formal, 1.5 millones acabaron en la desocupación y el resto en la informalidad, generando un déficit de 5 millones de plazas de trabajo formales (Ciro Murayama, "El empleo en México durante la primera década del siglo XXI", próxima publicación).
Podemos decir, como si fuéramos economistas, que el "marco estructural" que condiciona la incorporación de los jóvenes al trabajo está canijo. Ni la economía ni los empleos crecen como debieran y ello limita las posibilidades de un empleo digno para los jóvenes.
Pero a ello hay que agregar la debilidad cada vez más patente de la organización de los trabajadores y la inercia que los conduce. Franjas cada vez más grandes de asalariados carecen por completo de organización, otros más, están encuadrados en los llamados "sindicatos fantasmas", franquicias que explotan los "líderes" para firmar contratos de protección con las empresas sin el conocimiento ni el consentimiento de los trabajadores, y los sindicatos realmente existentes -democráticos o no- siguen una política más bien defensiva que consiste en proteger lo adquirido, salvaguardar sus prestaciones, velar por los suyos, porque en medio de una economía que ve crecer el empleo precario y la informalidad, una plaza de trabajo estable y las prestaciones que fija la ley se empiezan a convertir en un "privilegio".
Estamos lejos de aquellas organizaciones sindicales que a fines de los años setenta ante la expectativa -luego frustrada- de un crecimiento acelerado, apuntalado en el incremento sucesivo de los precios del petróleo, plantearon políticas alternativas. Hoy el mundo del trabajo aparece empequeñecido, balbuceante, gremialista, tímido, mientras son otros -las organizaciones empresariales- los que han logrado que sus ideas e intereses se vuelvan hegemónicos.
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