JORGE ALCOCER VILLANUEVA
El título de este artículo es el del libro de Tony Judt (Taurus, 2010); el profesor británico (1948-2010) reflexiona sobre el fin de la era del Estado de bienestar y de las políticas socialdemócratas, al tiempo que muestra, a grandes trazos, las consecuencias nefastas que para el progreso social y los afanes de equidad han tenido casi tres décadas de políticas neoliberales, que colocan al mercado como regulador de las economías y de la globalización, y al más vulgar individualismo como paradigma de vida, rompiendo los lazos de solidaridad humana dentro de las naciones y entre ellas.
El libro de Judt resulta de obligada lectura a la luz del acuerdo que, de última hora, alcanzaron la Casa Blanca y los republicanos para que sea aprobado el paquete de medidas que harán posible que Estados Unidos cumpla los compromisos derivados de su enorme deuda pública.
Para alcanzar el voto del ala más derechista del Partido Republicano (agrupada en el Tea Party), Barack Obama y los demócratas han tenido que aceptar drásticos recortes en el gasto social, especialmente en rubros como salud, educación, vivienda y subsidios al desempleo. Los recortes se estiman en 2.5 billones de dólares. El Presidente dijo, en un discurso pronunciado el domingo por la noche: "¿Es éste el acuerdo que yo hubiera querido? No. Pero nos permitirá evitar una suspensión de pagos y terminar con la crisis que Washington le impuso al resto de Estados Unidos".
Como en las crisis previas, el costo de salvar al sistema financiero de su propia irresponsabilidad será pagado por quienes menos tienen, lo que provocará, en el corto plazo, que la desigualdad que caracteriza tanto a las naciones industrializadas como a las del tercer mundo se agudice. Los hechos y datos que aporta el profesor Judt en el texto citado son contundentes: "En 2005, el 21.2 por ciento de la renta nacional estadounidense estaba en manos de sólo el 1 por ciento de la población. En 1968 el director ejecutivo de General Motors se llevaba a casa, en sueldos y beneficios, unas sesenta y seis veces más que la cantidad pagada a un trabajador típico de GM. Hoy, el director ejecutivo de Wal-Mart gana un sueldo novecientas veces superior al de su empleado medio. De hecho, ese año se calculó que la fortuna de la familia fundadora de Wal-Mart era aproximadamente la misma (90 mil millones de dólares) que la del 40 por ciento de la población estadounidense con menores ingresos: 120 millones de personas".
Hace lustros que el "american dream" pasó a ser una pesadilla para la mayoría de los estadounidenses. La desigualdad extrema, advierte Judt, tiene consecuencias claras. "La movilidad intergeneracional se ha interrumpido: al contrario de sus padres y abuelos, en Estados Unidos y el Reino Unido los niños tienen muy pocas expectativas de mejorar la condición en que nacieron. Los pobres siguen siendo pobres. La desventaja económica para la gran mayoría se traduce en mala salud, oportunidades educacionales perdidas y -cada vez más- los síntomas habituales de la depresión: alcoholismo, obesidad, juego y delitos menores. Los desempleados o subempleados pierden las habilidades que hubieran adquirido y se vuelven superfluos crónicamente para las economías. Las consecuencias con frecuencia son la angustia y el estrés, por no mencionar las enfermedades y la muerte prematura".
Los indicadores de desarrollo humano ubican a Estados Unidos como el de mayor desigualdad social entre los países del G-20. El paquete que Obama ha tenido que admitir para evitar la suspensión de pagos agudizará esa condición, con mayores impactos negativos para los migrantes y sus familias, situación que afectará irremediablemente a los nuestros.
El dramático diagnóstico de Judt es aplicable a México; aunque entre nosotros, como lo acaba de revelar el Coneval, la desigualdad sea más pronunciada. Sin haber alcanzado nunca el piso de bienestar de otras naciones, varias generaciones han vivido en pobreza y carencia de oportunidades. De nada sirve achacar a la crisis externa el aumento en el número de pobres en 2010; lo relevante es que, con la política económica en vigor, 52 millones de mexicanos son y seguirán siendo pobres.
La pobreza no explica por sí misma la inseguridad, ni el déficit democrático, pero es el caldo de cultivo en que estamos perdiendo los pocos avances del pasado. Algo va mal.
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