RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS
El domingo pasado el movimiento llamado Demócratas de Izquierda organizó en el World Trade Center de la Ciudad de México una reunión de apoyo a Marcelo Ebrard Casaubon, en la que éste manifestó que participará en la selección de candidatos de la izquierda a la presidencia de la República. Allí dijo que se trataba de "una reunión de quienes tenemos un compromiso, de los que estamos indignados con la realidad del país y queremos un cambio de rumbo desde la izquierda", declarándose enfáticamente "en contra de la guerra como estrategia para combatir la inseguridad y el crimen organizado" y sosteniendo que "la paz en situaciones de guerra sólo se consigue con la eliminación de la masacre". Por mi parte es la primera vez que escucho en uno de los aspirantes a la presidencia expresiones tan categóricas sobre la "guerra", en la que tanto se empeña el Presidente Calderón.
Ahora bien, lo que falta a mi juicio es un programa o proyecto que pueda ser la base de un posible programa de gobierno y en el que se precisen con toda claridad los puntos de una nueva estrategia contra el crimen organizado; pero como Ebrard enfatizó que "nosotros respetamos la ley y queremos actuar por vías pacíficas, y queremos actuar defendiendo lo que creemos, pero siempre respetando a todos y a todas", la puerta queda abierta para articular a fondo una estrategia precisamente legal, jurídica y apegada a la Constitución. La "guerra" actual para combatir al crimen organizado, igual que el Sistema Nacional de Seguridad y el Consejo de Seguridad Nacional, se apoya en contradicciones gravísimas que hay en la pésima reforma constitucional de 2008 que a capa y espada defiende el gobierno, en la que resaltan absurdos como el de conservar el arraigo y la prisión preventiva al mismo tiempo que se consagra la presunción de inocencia de la persona imputada "mientras no se declare su responsabilidad mediante sentencia emitida por el juez de la causa". Eso es vulnerar el Derecho y el espíritu normativo de la Constitución. Hay que optar por la vía pacífica del Derecho sin confundir su función coercitiva con una guerra violenta que ya es verdadera masacre, hay que defender los derechos de todos los gobernados sin emplear medios o medidas opuestos a la Justicia y a la Constitución. El Derecho no es confrontación, salvo la estrictamente procesal y en los tribunales, sino paz. En tal virtud no hay la menor duda de que millones de mexicanos, afiliados o no a la izquierda, quieren y queremos otro rumbo para México. Sin embargo lo importante es entender que ese rumbo no puede ni debe ser ajeno al Derecho, siendo que hoy nos afrenta una "estrategia bélica", negadora del Derecho y contraria a la razón. Yo no puedo saber hasta dónde llegará Marcelo Ebrard Casaubon. Lo que sé y me consta es que el domingo pasado habló de la indignación que sentimos todos ante la realidad del país. ¿Para qué y por qué fuimos convocados a la reunión? ¿Para meramente ocupar un asiento? ¿Para aplaudir? En mi condición de ciudadano mexicano, de elector, de académico y de jurista tengo una obligación, que es la de contribuir a la salvación de la República y del Estado de Derecho que la debe sustentar y orientar. Y no hay más solución, no hay otra, que la de establecer las bases constitucionales, quitando las inservibles, de una lucha -que no guerra- contra la delincuencia organizada y el narcotráfico. En una palabra, la nación reclama una nueva estrategia en la materia. No obstante ello es imposible si los aspirantes a la presidencia de la República no replantean la actual, que es catastrófica, comenzando con una propuesta sistemática, lógica y convincente en la que aportemos nuestras ideas los indignados (nunca los espontáneos, como en los toros). Lo que no es difícil ni imposible si se la hace llegar al pueblo. La constante violación de garantías y derechos humanos, la marginación ante la ley de millones de mexicanos, el ridículo que hacen algunas autoridades de la procuración e impartición de Justicia al contradecirse y dar palos de ciego invocando e interpretando leyes imperfectas o incurriendo en arbitrariedades, ofende al país, agravia a los mexicanos y exige un cambio de rumbo. Ojalá al discurso, por cierto magnifico y elocuente de Ebrard, le siga una propuesta concreta.
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