RICARDO BECERRA LAGUNA
No termino de tragar dos de los tópicos reiterados en el discurso gubernamental: 1) no creo que vayamos a “derrotar a esas bandas de criminales sin escrúpulos”, como repitió el Presidente Calderón (al menos no en un corto plazo), y (2) no creo tampoco que dadas las condiciones que estamos creando, los grupos criminales dejen de seguir perpetrando canalladas espectaculares o acciones de “terrorismo” como la ocurrida en Monterrey. Muy rápidamente, la realidad echó por tierra ambos, buenos deseos. Me explico.
En su libro “Calamidades”, Ernesto Garzón Valdés ofrece una definición de algo así, como lo que acabamos de vivir: “usar de modo imprevisible la violencia para provocar el temor generalizado con miras a influir en el comportamiento de terceros para obtener objetivos políticos”. Es terrorismo y acciones que se le emparentan, y tres son los componentes: acto de violencia, que hace reaccionar a terceros y que produce temor generalizado.
Fíjense como de los tres ingredientes, sólo el primero depende exclusivamente del criminal. Los otros dos están mediados por comportamientos subsecuentes y colectivos. Precisamente mi desolación particular reside allí: no alcanzo a ver que exista conciencia alguna para desmontar este endemoniado mecanismo de asfixia que domina la atmósfera pública de México.
A diferencia del terrorismo de Estado o la delincuencia común, que se amparan en la no información y la oscuridad, la barbarie criminal busca deliberadamente la publicidad. Sea la banda que haya sido, la de Monterrey quiso convertir a su acción, sobre cualquier otra cosa, en un acto publicitado. La publicidad es su oxígeno dice otro libro clásico de Walter Laqueur, y todo parece indicar que nosotros estamos dispuestos a proporcionarla sin límites.
No quiero decir que los sucesos de Monterrey no tengan una trascendencia mediática inusitada; lo que digo es que tal y tanta publicidad coloca en el escenario, irremisiblemente, una de las condiciones para la reproducción y perdurabilidad de la barbarie y su calamidad.
Además, no hay duda que ha nacido entre nosotros el tercer elemento de Garzón: merced a esos y otros arranques publicitarios, hemos transitado del acto criminal, al temor generalizado de la población. De modo que nuestros canales de información, sin querer, sin meditarlo suficientemente, han prestado al crimen ese servicio inestimable llamado por los sociólogos “amplificación social del riesgo”.
Si no cobramos conciencia de este círculo, los delincuentes seguirán enseñoréandose: porque su crueldad se ha convertido en un ingrediente del destino de una ciudad importantísima, y sacan raja de la siuación por ellos creada porque, por lo visto, buscan deliberadamente llamar la atención, alterar la agenda de la política y de los gobiernos, aprovechándose de la incesante vehiculación de sus acciones por los medios.
Subrayo: creo que debemos volver a pensar la estrategia de seguridad pública, pasando por todos sus elementos de información, comunicación y amplificación, porque por desgracia, no parece haber solución a corto plazo, y por el contrario, “es probable que México sufra un estado de convulsiones criminales durante mucho tiempo” como dice Magnus Ranstorp, (Subdirector del Centro para el Estudio de la Violencia Política y el Terrorismo). “El país está cruzado y es escenario de cuatro de las cinco guerras de la globalización que los gobiernos, sin excepción, están perdiendo: el narcotráfico, el contrabando de armas, la inmigración ilegal y el lavado de dinero”.
Me temo que la respuesta al ataque en Nuevo León entreteje nuevos yerros: el Presidente simplemente reitera que seguirá el mismo libreto; el Ejército se dice listo para “proteger a los ciudadanos” y tres mil efectivos federales se van de viaje a Monterrey; partidos y legisladores se lamentan y procuran no llamar terrorsimo al asesinato colectivo; vuelve la lluvia pertinaz de recriminaciones entre niveles de gobierno; algunos medios arremeten en cruzada contra “los casinos” y el Gobernador del estado, pide sano esparcimiento, clausurar los sitios y volver a las buenas costumbres. Ominosamente, y ante la llegada del temporal electoral, el asunto se convierte moneda de cambio de la repesca electoral.
Sé que soy anticlimático y que lo que digo es bastante impopular entre tanto opinador instantáneo, pero la pervivencia de la delincuencia y sevicia publicitada no depende sólo de los mismos actos delincuenciales. En una sociedad tan anómica, tan desestructurada, tan presidida por la desigualdad; en una sociedad que además, explica tan mal sus problemas públicos y tan invadida por el crimen, es autoengaño suponer que no volveremos a padecer otros golpes y traumas propinados por las bandas delincuenciales.
Pero su peso y dimensión social, su influencia práctica en la política y en la agenda pública, depende en gran medida, de cómo los metabolizamos, de cómo los tratamos públicamente, de la respuesta individual y colectiva hacia ellos. Hechos tan inmensamente graves, como los de Monterrey, merecerían pensar también en eso: el favor que la amplificación y el tratamiento público dispensa a los asesinos y sus actos
No hay comentarios:
Publicar un comentario