miércoles, 7 de julio de 2010

A QUIÉN BENEFICIA EL CRIMEN

ARNALDO CÓRDOVA

Leonardo Sciascia, el gran escritor siciliano, afirmó que los magnicidios son delitos de verdad singulares, porque nunca son esclarecidos y siempre quedan impunes. Él lo decía a propósito del asesinato del primer ministro italiano Aldo Moro, en los 70, pero recordaba el caso del presidente Kennedy en Estados Unidos, y a la lista se podrían agregar decenas de otros casos. La razón parece ser muy clara: ya no son obra de un homicida aislado, como solía ocurrir con los anarquistas de fines del siglo XIX y principios del XX. Ahora son resultado de enormes y obscuras conspiraciones de poder que actúan desde la sombra y que muchas veces son fraguadas en las altas esferas del poder político.
La muerte violenta del candidato priísta a la gubernatura de Tamaulipas, el pasado 28 de junio, es emblemática. Tratar de machacarse los sesos para averiguar si fueron grupos políticos o el crimen organizado, desde luego que no es irrelevante, pero no podrán tenerse resultados si no se alza la mira. Aquí las hipótesis podrían multiplicarse sin medida: desde que fueron grupos antipriístas o, incluso, priístas enemigos del candidato, o también, que fue una conjura del crimen organizado o de una facción del mismo en contra de otra, todo sin olvidar que podría tratarse de una acción concertada desde el poder, como parece haber ocurrido en el caso de Colosio.
Lo que resalta en esta trágica situación no es saber qué grupo se conjuró para cometer el crimen, cosa que jamás llegaremos a esclarecer, como ha ocurrido siempre, sino que el marco en el que se encuadra el hecho y también su caldo de cultivo es la absurda y estúpida guerra contra el crimen organizado y, en particular, contra el narcotráfico, que ha desencadenado el gobierno panista. Resulta miserable que los legisladores panistas, al unísono, se pongan a decir que el acto muestra que no hay otra salida que enfrentar con todo a los criminales, cuando está claro que su gobierno ha sido totalmente incapaz ya no digamos de vencerlos, sino ni siquiera de convencer a la ciudadanía de que aquí no pasa nada.
Políticos o delincuentes que hayan sido los conjurados, el hecho es que actuaron aprovechando la desmesura y el total descontrol de la guerra de Calderón y es, a todas luces, resultado de la misma. Toda esa batea de babas que nos recetan los gobernantes a cada rato: los tenemos acorralados, “los narcos están desesperados por los golpes que les hemos propinado”, vamos ganando esta guerra, ya se ve el fin, e idioteces de esa índole no convencen a nadie y, desde antes del asesinato, ya se sabía, se leía en los periódicos, que había zonas enteras en Tamaulipas en las que ya estaba decidido no realizar las elecciones, porque estaban copadas por los criminales. Y Tamaulipas es sólo lo que nos han mostrado los lamentables hechos recientes. Falta por ver el resto del país.
Mientras el gobierno siga atacando a los soldados del narco, sin hacerlo con sus capitanes ni con sus cómplices en el ámbito político y en el sistema financiero del país, eliminando su impunidad y su libertad de acción, esta guerra será totalmente inútil y nociva para la sociedad. Los soldados se reproducen por decenas de miles, los capitanes no, aunque siempre sean automáticamente sustituidos. Nunca será lo mismo eliminar a unos que a otros. ¿Quiere Calderón acabar de veras con el crimen organizado? Lo primero que debe hacer es devolver a los militares a sus cuarteles y dejar de estar ensuciando el honor y la dignidad de las fuerzas armadas. Se puede apostar doble contra sencillo que una vez que los soldados sean retirados, la violencia bajará inmediatamente a los niveles antaño normales o, por lo menos, soportables.
Sobre todo, la sociedad dejará de padecer las atrocidades de que ahora es víctima, sea de parte de los delincuentes sea de parte de los militares. Nadie, cuerdamente, podía imaginarse que los criminales no meterían la mano ni actuarían en unas elecciones tan masivas como las de este año (40 por ciento de los ciudadanos mexicanos van a votar este domingo). Hay que recordar que el candidato priísta a la gubernatura de Tamaulipas es sólo el último de los victimados en este proceso. El abanderado panista a la alcaldía de Valle Hermoso, también en Tamaulipas, recientemente fue asesinado. Y varios otros candidatos, panistas o perredistas, han caído también.
Tenemos, además, el espectáculo bochornoso que todos los políticos, del gobierno o de la oposición, han dado al tratar, todos, de sacar raja de la tragedia, sin importarles la dimensión de la misma. Todos los no priístas, incluido el gobierno panista, llamando a la unidad (el credo religioso de Manuel Camacho); los priístas, resentidos y dolientes, sin saber qué hacer y, por boca de Beatriz Paredes, diciendo que sólo dialogaría con liderazgos legítimos (¡Alabado!). Todo, después de lo que se han dicho y las porquerías que se han hecho, unos, grabando ilegalmente a sucios gobernantes que fueron pillados cometiendo sus fechorías y, otros, diciéndose víctimas de una ilegalidad, como si fueran blancas palomas.
Yo jamás llamaré a nadie a no votar. Para mí el voto es la única arma en manos de los ciudadanos para afirmar su voluntad y para cambiar al país. Pero no me extrañaría que la ciudadanía se abstuviera masivamente de votar, porque no hay condiciones para ello, por miedo, por asco, por lo que se quiera. Sí, por supuesto, tenemos eso que se llama clase política (que no significa nada) y que es un albañal. Pero me cuesta trabajo admitir que todos se den cuenta hasta ahora de la runfla de pájaros de cuenta que son los políticos. Hoy no son ni peores ni mejores de lo que fueron en el pasado. Las blancas palomas del PRI también acostumbraron y siguen acostumbrando espiar a sus oponentes. Los panistas lo aprendieron de ellos.
Volvamos al tema original: el candidato priísta Rodolfo Torre Cantú es una víctima de la guerra contra el narco del presidente panista. A menos que haya tenido enemigos personales a los que debiera algo, sin esa guerra es probable que todavía viviera. Fue esa guerra la que lo hizo su víctima, hayan sido, sus victimarios, políticos o narcotraficantes. Ha sido esa guerra la que ha provocado ya la muerte de más de 23 mil personas en lo que va del sexenio calderonista. Si de verdad se quisiera resolver el problema, la solución sería acabar de inmediato con esa guerra inútil, sacar a los militares de los ámbitos donde sólo la sociedad debe vivir y trazar una estrategia de verdad efectiva para acabar con el crimen.
Por supuesto que resolver nuestros problemas con la criminalidad organizada con sólo suspender esta absurda y estúpida guerra es una tontería, y deberemos tomar nota de que esa misma guerra nos ha dejado peor armados para resolver el desafío del narcotráfico y, en general, del crimen organizado, de lo que estábamos hace cuatro o cinco años. Nunca dejará de ser evidente que para abatir la delincuencia se necesita un nuevo modo de conducir la economía y, sobre todo, dedicar muchísimos más recursos (todos lo que ahora van a parar en los bolsillos de los magnates) para dar a la sociedad educación, salud, fuentes de trabajo, vivienda y un ambiente más sano. Eso que era posible no hace mucho, ahora los malos gobiernos panistas lo han vuelto casi imposible.

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