En una obvia, se diría que burda operación de relaciones públicas, el diputado verde Pablo Escudero –una suerte de primer yerno del Congreso, puesto que lo es del influyente líder senatorial Manlio Fabio Beltrones– consiguió para Roberto González Barrera una especie de condecoración. El miércoles 21, en la sesión semanal de la Comisión Permanente, se reconoció al industrial y banquero como un “empresario que demuestra sensibilidad y calidad humana, un mexicano comprometido con su país, que supo darle la mano al pueblo que tanto le ha dado”. Escudero pretendía hacer que el órgano legislativo otorgara a González Barrera, exclusivamente a él, un reconocimiento por sus donaciones a la reconstrucción de viviendas, caminos y puentes en los estados de Nuevo León, donde nació el empresario, Tamaulipas y Coahuila. Pero el senador Pablo Gómez consiguió aminorar la zalamería del legislador del PVEM y hacer que el reconocimiento de extendiera a “todos los ciudadanos que se han solidarizado y comprometido” con los damnificados del huracán Alex, que en esas entidades padecen y sufrirán por mucho tiempo más las calamidades derivadas de las copiosas precipitaciones pluviales en el noreste del país. En Monterrey, por dar un ejemplo de la cuantía de la lluvia, cayeron en 48 horas los caudales que se abaten sobre la Ciudad de México en un año (cuenta que por supuesto no incluye aguaceros como los que estaban previstos para el fin de la semana pasada). Ciertamente, González Barrera hizo aportaciones muy cuantiosas a los gobiernos de esos estados, incluido el suyo propio –él nació en Cerralvo, NL, el primero de septiembre de 1930–. Su liberalidad, completada con otras cuantiosas donaciones en especie, contrastó con la muy comentada ausencia de contribuciones de los barones del dinero en Monterrey. González Barrera donó 300 millones de pesos, cien a cada uno de los gobiernos de Saltillo, Monterrey y Ciudad Victoria. No es un gesto desdeñable desde ningún punto de vista, ni siquiera teniendo en cuenta que representan casi las utilidades del primer trimestre de este año de Gruma, uno de los emporios del empresario –342 millones de pesos– y la quinta parte de las ganancias de Banorte en ese mismo lapso, que ascendieron a mil 580 millones de pesos. Hay que considerar, para ofrecer una idea de los montos que manejan los negocios de González Barrera, que el año pasado padecieron reducciones importantes respecto de 2008. Si bien el grupo financiero obtuvo en 2009 casi 6 mil millones de pesos de utilidades, la cifra fue un 17% menor que la obtenida el año anterior. González Barrera quedó huérfano siendo todavía un muchacho. A los 19 años, tuvo que seguir solo con el negocio que había iniciado con su padre, un molino de nixtamal y tortillerías. No tardó mucho en encontrar la clave de la industrialización del maíz: convertirlo en harina y obviar su transformación en masa. Cuando comenzó a crecer, competía con una empresa estatal, Minsa, pero pronto consiguió del gobierno para Maseca un trato preferencial, aun más ventajoso que el otorgado al negocio público. Hoy Maseca cubre casi totalmente el mercado de harina de maíz y de tortilla en México, con sólo una participación marginal de sus competidores. Después de un tímido pero exitoso comienzo de internacionalización en Costa Rica –país en que no sé si por casualidad hizo también negocios florecientes su consuegro Carlos Hank González–, Maseca, convertido poco después en una empresa controladora, con diversidad de productos, se extendió por todo el mundo. Hoy tiene 20 mil empleados en sus plantas y oficinas de 102 países. Hace poco el gobierno de Hugo Chávez expropió las instalaciones venezolanas de ese consorcio, el Grupo Maseca, Gruma. Pero la habilidad jurídica del afectado, y las complicaciones de la economía de Venezuela obligaron a revisar la situación y González Barrera sigue presente allí. Durante el gobierno de Salinas, que a través de Conasupo y su hermano Raúl concedió importantes privilegios a Gruma, González Barrera fue invitado a participar en la privatización de la banca. Como su negocio de ventas al consumidor le proporcionaba gran liquidez, a pesar de su total ignorancia de la intermediación financiera, encabezó al grupo de compradores del Banco Mercantil del Norte, que realizaba operaciones en las tres entidades ahora brutalmente afectadas por Alex. Su dimensión reducida y su escasa presencia en el mercado, y el hecho, de nuevo, de que su consuegro fuera el secretario de Agricultura, permitieron la adquisición del pequeño establecimiento. Dedicado con diligencia a su nueva operación, a partir de 1992 en que adquirió el Mercantil del Norte, González Barrera lo hizo crecer, y luego le incorporó los negocios, los buenos, pues de los tóxicos se hizo cargo Fobaproa, de bancos fallidos durante la crisis de 1994-95. Así, cuando los activos de Bancrecer, Banpaís y Banca Cremi quedaron bajo su control, nació Banorte, que es hoy el tercer banco del país, detrás de Banamex y Bancomer. Siendo éstos controlados por extranjeros, Banorte es el primer banco netamente mexicano. González Barrera ha resistido ofertas de comprar Banorte, que lo dejarían asociado a la propiedad pero con un carácter minoritario. Contó a la revista Líderes mexicanos, que apenas en mayo le dedicó su portada, que Scotiabank y Santander tuvieron esa pretensión. La del banco canadiense no lo interesó. En cambio, ante la advertencia del banquero español que hizo la segunda exploración, al estilo de Mario Puzo (“una oferta que usted no podrá resistir”), sí se sintió tentado, “pero no la aceptamos y esa fue la última vez que le puse oídos a una proposición así”. En mayo de 1984, pocas semanas antes de su asesinato, Manuel Buendía me pidió encontrarnos para entregarme un sobre con aportaciones para La Jornada, que estaba en trance de formación y solicitaba accionistas. Era un millón de pesos en efectivo. No se tenía entonces temor alguno de que de esa manera se lavara dinero, no obstante lo cual demandé identificar el origen de la suma, para mi conocimiento y para hacerlo saber a los integrantes del grupo promotor. Hubo que insistir porque el propósito del aportante era permanecer en el anonimato. Finalmente don Manuel me dijo que había recibido el dinero de Álvaro González Mariscal, un amigo suyo, antiguo funcionario de prensa gubernamental, y que a la sazón era el agente de relaciones públicas de González Barrera, quien a la postre aceptó que se supiera que él era el remitente. Pero había que emitir acciones nominativas y dispuso que quedaran a nombre de González Mariscal, como debe constar en los libros de la sociedad anónima fundada entonces.
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